
Benjamin Button: el curioso caso de la película que superó al libro
Tal como lo adelanta su título, El curioso caso de Benjamin Button es una historia curiosa. Lo es por su peculiar argumento, pero también lo es porque, a diferencia de lo que suele ocurrir generalmente, su adaptación cinematográfica es mucho mejor. ¿Por qué? Porque consta de matices que al relato escrito por Francis Scott Fitzgerald le faltan.
La obra del reconocido escritor estadounidense fue publicada en 1922 y su versión para la pantalla grande llegó recién en 2008 de la mano del director norteamericano David Fincher y, principalmente, del guionista Eric Roth. Y aunque siempre dentro del mundo del cine está esa disputa de egos que sostienen directores y guionistas, en este caso no se puede dejar de destacar la labor de Roth, quien logró con su trabajo algo similar a lo que le ocurre al protagonista de la historia, Benjamin Button: rejuvenecer. Porque eso fue exactamente lo que hizo el guionista, es decir, darle frescura a una obra que en ese momento tenía 86 años.

Ahora bien, ¿a qué se debe ese cambio radical entre la versión de papel y su homónima cinematográfica? Para empezar, hay que decir que la obra original es un relato corto, algo que contrasta con la duración del film, que es de 166 minutos, es decir, casi tres horas. En ese sentido, sería completamente razonable que quien primero haya visto la película antes de leer el relato piense que se trata de la adaptación de una novela.
Pero justamente esa extensión de la película —que está protagonizada por Brad Pitt en el rol de Benjamin— radica en las libertades que se tomaron sus creadores a la hora de hacer la adaptación. Porque a la ya original historia de un ser humano que nace viejo y con el correr de los años va rejuveneciendo, se le agregaron detalles que la enriquecieron, como una historia de amor entre él y una mujer llamada Daisy (Cate Blanchett). Un amor que al protagonista le parecerá imposible al momento de la llegada de su hija, a quien teme no poder darle lo necesario a medida que ella vaya creciendo y él convirtiéndose en un niño.
«El señor Button siguió con la mirada el dedo indicador, y esto es lo que vio: arrebujado en una gruesa manta blanca, y parcialmente encajonado en una de las cunas, aguardaba sentado un viejo de unos setenta años. Tenía el cabello ralo y casi blanco, y del mentón pendía una barba larga de color humo, que, impulsada por la brisa procedente de la ventana, ondeaba absurdamente».
Francis Scott Fitzgerald en El curioso caso de Benjamin Button (1922)
Además, a lo largo de la trama el film va mostrando el camino que Benjamin fue recorriendo a lo largo de su vida mientras su cuerpo se veía cada vez más joven. El perfil aventurero de este protagonista, que recorre distintas partes del mundo en busca de nuevas sensaciones, dista totalmente del protagonista del relato de Scott Fitzgerald, que se dedica toda su vida a llevar adelante una ferretería de la ciudad de Baltimore, el negocio que heredó de su padre.
Como no podía ser de otra manera, aparte de agregarle cosas la película también le modificó otras al relato original. Dentro de las más destacadas se encuentra el hecho de que en la película Benjamin fue dado en adopción para luego de muchos años sí reencontrarse con su padre, que en vez de tener una ferretería se dedicaba a fabricar botones (en lo que fue un sencillo juego de palabras porque button significa botón en inglés). Además, en la versión de papel Benjamin se casa con una mujer a la que dejará de querer y desear con el paso del tiempo, y sus últimos días (ya siendo un niño) los pasará con un hijo varón que se avergonzará de él.

Todo aquel que alguna vez se haya visto atrapado por un libro seguramente conocerá esa decepción que se siente cuando el desembarco en el cine no cumple con las expectativas, algo que lamentablemente suele ocurrir bastante a menudo. Sin embargo, las excepciones existen y El curioso caso de Benjamin Button es una de ellas. Un ejemplo que muestra que al reciclar una historia también se la puede mejorar, algo que en Hollywood pareciera haberse olvidado.
Imagen destacada: Martín Bugliavaz.

