
«Black Mirror», más que una ficción: una realidad
¿Qué pasaría si el día de mañana todos lleváramos un chip localizador implantado dentro de nosotros? ¿Y si nos dijeran que en un futuro nuestra vida social estará condicionada por nuestra reputación en las redes sociales? Esos interrogantes son sólo algunos de todos los que plantea la serie Black Mirror y, a pesar de que nunca es fácil elaborar una respuesta en base a hechos futuros, lo cierto es que tranquilamente todos podríamos darnos una idea bastante realista.
Porque lo que plantea Black Mirror es —aunque no lo parezca— justamente eso: realista. La serie británica que comenzó a transmitirse en Channel 4 en 2011 y hoy forma parte del catálogo de Netflix cuenta con 5 temporadas y un total de 22 episodios en los que emplea la ficción para hablar sobre una difícil realidad que nos envuelve actualmente: el ensimismamiento digital.
¿De qué se trata eso que tal vez suene difícil de entender? Simplemente de cómo los seres humanos tendemos a aislarnos del prójimo debido las múltiples plataformas existentes gracias a ese fenómeno llamado Internet que cambió radicalmente nuestras vidas. A través de distintas situaciones futuristas, Black Mirror aborda, entre otras cosas, el paradójico caso de las redes sociales, que, en vez de ayudarnos a comunicarnos mejor tienden a alejarnos de ese otro al cual vemos cada vez más superficialmente.

¿Porque alguien dudaría, acaso, de la legitimidad del interrogante planteado en un principio acerca de cómo serían nuestras vidas si todo se basara en cómo somos en las redes sociales? Eso es justamente lo que se desarrolla en el primer episodio de la tercera temporada de la serie, llamado Nosedive, donde la vida de la protagonista comienza a derrumbarse paulatinamente a medida que recibe calificaciones negativas en una ficticia red social que se utiliza para los distintos ámbitos de la existencia humana. Un episodio que, al terminar, deja al espectador pensando: ¿está tan alejado de la realidad? ¿Cuánta distancia hay entre ese capítulo ficticio y lo que vivimos día a día en redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram, donde la cantidad de interacciones parece definirnos?
Sin ir más lejos, el episodio conocido como Hang the DJ —de la cuarta temporada— nos muestra a protagonistas que se conocen a través de una plataforma de citas que les asigna un tiempo determinado para estar juntos más allá de lo que ellos sientan. Salvando las distancias impuestas por la ficción, ¿cuánta diferencia hay entre la frivolidad que experimentan los personajes y la frivolidad presente en plataformas ya existentes como Tinder, Happn o Badoo?
Y si se prefiere hablar de las teorías conspirativas que hay en torno a los espionajes a través de Internet, el episodio llamado Shut up and dance de la tercera temporada ahonda en el tema. En él, el protagonista es filmado en una situación íntima por unos hackers que lo chantajean para que haga un recado por ellos. ¿Tan disparatado suena? Si se tiene en cuenta que, entre otras cosas, los algoritmos de las distintas plataformas constantemente monitorean nuestras preferencias para ofrecernos (e imponernos) productos y servicios, podría decirse que la veracidad del episodio es elevada.
Ejemplos hay de sobra y muchos están en sintonía con lo expuesto en El dilema de las redes sociales, un documental lanzado este año también en la plataforma Netflix que cuenta con testimonios de exempleados de Google y Facebook, entre otros. Unos testimonios que dan cuenta de una seria problemática que todos enfrentamos cotidianamente y que prueban que lo que plantea Black Mirror desde hace 9 años no es nada de otro mundo. Por el contrario, es preocupantemente de nuestro mundo.
Imagen destacada: Netflix.

