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«El crimen del Padre Amaro»: amor, pecados y críticas a la Iglesia

Hay obras que se pierden en el vasto océano literario sin pena ni gloria. Pero también hay otras que, ya sea por su calidad indiscutida o por sus controversias, trascienden y se ganan un lugar en la historia. Como sucede con El crimen del Padre Amaro, una novela de José Maria Eça de Queiroz que se atrevió a cuestionar a la Iglesia católica a finales del siglo XIX, cuando su peso era indiscutido dentro de la sociedad portuguesa.

El crimen del Padre Amaro vio la luz en 1875 tras publicarse en la Revista Occidental de Lisboa, la capital de Portugal. Y ya desde ese entonces generó polémica, pues, para empezar, la novela plantea la historia de amor entre un sacerdote novicio recién llegado a la portuguesa ciudad de Leiría, Amaro Vieira, y la adolescente Amélia, una fiel devota de la Iglesia. El primer punto de conflicto tiene que ver con el cuestionamiento hacia el celibato, un concepto que, a través de Amaro y del doctor Gouveia, Eça de Queiroz nos presenta como una restricción de los instintos más naturales del ser humano.

Sin embargo, eso no es todo. Porque si se habla de la esencia humana, en Amaro podemos encontrar un personaje complejo que posee un amplio repertorio de esos pecados condenados por la Iglesia en la cual se ordenó. Porque el joven sacerdote no sólo manipula a una inexperta Amélia que lo ama y admira con locura, sino que también miente a diestra y siniestra para ocultar en la ciudad su romance prohibido. En ese sentido, Amaro no tiene límites y hasta es capaz de chantajear a su maestro, el canónigo Dias, y de utilizar a una lisiada como tapadera de los encuentros sexuales con su amante.

José Maria Eça de Queiroz, autor de «El crimen del Padre Amaro». Foto: e-konomista.pt

Esa falta de escrúpulos que evidencia Amaro es una de las aristas más interesantes de la obra. Porque, a medida que transcurre la historia, podemos ver el desarrollo de un personaje que paulatinamente deja de ser ese leal siervo de Dios para convertirse en un verdadero psicópata. Con el correr de las páginas, el cura, que en un comienzo es presentado como un triste cordero que siguió durante toda su vida las órdenes de la mujer que lo crio, se va transformando en un apasionado lobo lleno de deseo que atraviesa un sinfín de emociones: frustración al no poder satisfacer inicialmente su deseo de poseer a Amélia; ira y envidia hacia João Eduardo, el prometido de ella; y una espeluznante frialdad hacia su amante tras enterarse de un embarazo que complicaba seriamente su futuro episcopal.

A medida que conocemos más a Amaro, podemos vislumbrar a través de sus pensamientos y de sus palabras unas severas críticas hacia la Iglesia que no sólo tienen que ver con el celibato, sino que van más allá. Porque el autor deja entrever el poder que la institución eclesiástica tenía en el mundo en general y en Portugal en particular, y también la falta de reparos a la hora de atacar a sus enemigos, algo que queda expuesto en los tejes y manejes que sus representantes en Leiría llevaron a cabo para excomulgar y condenar al ostracismo a João Eduardo, quien a través de un comunicado en un diario local se había atrevido a denunciarlos por motivos tan diversos como antiéticos.

Al respecto de estos cuestionamientos, el mencionado doctor Gouveia juega un papel importante en la novela a pesar de tratarse de un personaje secundario. Es que a través de conversaciones con João Eduardo y con el abade Ferrão, el galeno, que se considera ateo, da su punto de vista acerca de cómo la Iglesia es el principal juez que determina el bien y el mal en una sociedad a la cual, previamente, se encargó de manipular para que su palabra jamás fuese cuestionada.

UNA ADAPTACIÓN CINEMATOGRÁFICA TAN EXITOSA COMO POLÉMICA

Casi 130 años después de su publicación, en 2002 la novela fue llevada a la pantalla grande en México con el mismo nombre. Y, al igual que el libro, la película dirigida por Carlos Carrera —que ambientó la historia en ese año y en ese país— en un principio despertó recelos en el seno de la Iglesia católica mexicana, que requirió verla antes de su estreno para luego finalmente dar el visto bueno tras haber manifestado previamente su intención de prohibirla.

Sin embargo, ese cambio de parecer de los representantes mexicanos de la Iglesia radicó en un sencillo motivo: en la película —que es protagonizada por Gael García Bernal, quien interpreta a Amaro— no se critica a la institución religiosa. Mientras que en la novela los personajes van lanzando cuestionamientos a medida que se desarrolla la historia, en el film solamente se pinta a Amaro como un pecaminoso individuo cuyas acciones nada tienen que ver con los valores de la Iglesia.

Independientemente de eso, la producción fue un éxito que rompió récords de taquilla a nivel mundial, al punto tal que se convirtió en la película mexicana más vista en los Estados Unidos en aquel entonces y hasta logró recaudar trece veces el monto invertido. Como si todo eso fuera poco, se quedó con varios Premios Ariel tras imponerse en distintas categorías e incluso llegó a ser nominada al Oscar como Mejor película en lengua extranjera.

Trailer de «El crimen del Padre Amaro», película de 2002. Video: gaelgarciafan (YouTube).

A pesar de sus diferencias, tanto la versión literaria como la cinematógrafica de El crimen del Padre Amaro logran invitar a la reflexión acerca de muchas problemáticas, conceptos y tabúes que la Iglesia católica tuvo, tiene y, tal vez, seguirá teniendo. Desde que se tiene el libro en las manos, la novela atrapa con un interrogante que, dependiendo de quién la lea, podrá tener distintas y hasta múltiples respuestas: ¿cuál es el crimen del Padre Amaro? ¿El estar con una mujer y quebrantar sus votos de celibato? ¿Mentir, engañar y manipular a toda una comunidad para satisfacer sus deseos más salvajes? ¿Forzar a la pobre Amélia a dar en adoptación a ese hijo de ambos que lleva en las entrañas, provocando así sus muertes? ¿O lo es, acaso, el hecho de desafiar a la Iglesia en una época y en una nación en la cual su palabra era incuestionable?

Imagen destacada: Martín Bugliavaz.

Periodista y escritor. Me gusta contar historias.

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