
El difícil arte de vivir bajo la observación ajena
Me considero una persona reflexiva. Vivo constantemente pensando y filosofando. Eso a veces me juega una mala pasada, pues le doy muchas vueltas a las cosas y puedo llegar a hundirme en pensamientos tan profundos como angustiantes. En definitiva, vivo inmerso en un sinfín de cavilaciones.
Generalmente, esas cavilaciones las traslado a artículos periodísticos u obras literarias, pero cualquiera de esas dos variantes llevan tiempo. Un tiempo que hoy, por circunstancias de la vida, no puedo dedicarle a la escritura. Sin embargo, como me gusta escribir —y, además, lo necesito— decidí abrir esta sección en mi humilde espacio digital para poder dejar salir por un momento esos pensamientos que se acumulan en mi cabeza y restringen mi tranquilidad.
Para inaugurar este rincón dedicado a la reflexión me gustaría hablar sobre esa mala costumbre que tienen muchas personas de opinar acerca de la vida de los demás. ¿A qué quiero apuntar con esto? A que no hay nada más feo que estar viviendo tu vida y sentir como que estás en una pasarela mientras la gente que está a tu alrededor observa, analiza y juzga cada uno de tus movimientos. Es verdaderamente irritante.
¿Qué motiva a esas personas a vivir pendientes de lo que hacen los demás? Bueno, esta pregunta es compleja y, por ende, no tiene una única respuesta. Puede ser envidia, porque les gustaría ser como vos y no pueden; puede tratarse de miedo a que te pase algo, y por eso tienen la necesidad de medir todos tus pasos con la excusa de «cuidarte»; o también puede ser admiración, algo que los lleva a mirarte para imitarte.
No obstante, hay una gran diferencia entre envidia, miedo y admiración. Mientras que la última —ya sea confesa o no— se trata de un sentimiento positivo, las otras dos están cargadas de negatividad porque conllevan un juicio. Una crítica. Ese es su denominador común. El envidioso dirá que todo lo que lográs consta de alguna cara oscura que sólo él ve, para restarte méritos y, sobre todo, para justificar su propia miseria y mediocridad. Y el miedoso, por su parte, como no puede escapar de esos temores que tanto lo acechan, dirá que todo lo que hacés es arriesgado, peligroso o hasta carente de sentido.
El hecho de que estén pendientes de lo que hacés o dejás de hacer es ya de por sí invasivo, pero lo es mucho más cuando uno sólo se dedica a vivir su vida sin fijarse en lo que hacen los demás. Porque si uno opina sobre la vida ajena, es entendible que en algún momento la intromisión sea correspondida. Ahora bien, si uno sólo se enfoca en transitar por su propia senda, ¿cuál es la necesidad de que alguien te intercepte para monitorearte, pedirte explicaciones, juzgarte y hasta incluso sermonearte?
Mi experiencia me dice que nunca vamos a estar exentos de esa penetrante mirada ajena que tanta energía nos consume. Sin embargo, y lejos de querer hacer algún tipo de coaching, mi experiencia también me dice que tenemos que buscar la manera de enajenarnos de esa constante crítica ajena para enfocar la energía en lo que verdaderamente anhelamos. Por supuesto que el método a elegir dependerá de la personalidad de cada uno y también de quién sea ese entrometido, que puede estar presente entre los compañeros de trabajo o del club, entre los amigos o hasta incluso dentro de la familia. Pero se trate de quien se trate, hay que seguir para adelante tomando como brújula todas aquellas convicciones que nos hacen creer que el camino es el correcto y el que nosotros decidimos tomar. ¿Te gusta tocar el piano? Entonces seguí tocando el piano, aunque te digan o que no sos bueno, o que ya estás grande, o que podrías dedicar el tiempo en algo «más productivo» (un término que he escuchado muchas veces y que aborrezco totalmente). ¿Querés estudiar filosofía? Entonces estudiá filosofía, aunque todos te digan que no sirve para nada y que te vas a morir de hambre. En el peor de los casos, el que afronta esas supuestas consecuencias sos vos, ¿no?
Podría ocupar un espacio indefinido dando muchísimos más ejemplos similares, pero creo que el concepto a esta altura ya quedó claro. Si aquello que estamos haciendo o aquello que queremos hacer no le perjudica la vida a nadie y sólo se trata de vivir nuestra vida, ¿importa lo que opinen los demás, que simplemente son meros espectadores y no conocen nada de lo que pasa por nuestras complejas mentes? Yo pienso que no. No importa en lo absoluto.
Imagen destacada: Deposit Photos.

