
«El hombre mediocre», una radiografía inmejorable de la sociedad argentina
Tal como ocurre con muchos personajes de la historia de la Argentina, el nombre de José Ingenieros tal vez nos suene más a una calle o a una localidad bonaerense que a la figura inmortalizada a través de esos homenajes. Sin embargo, José Ingenieros fue —entre otras cosas— un sociólogo argentino nacido en Italia que dejó una vasta cantidad de obras publicadas que incluye un título sublime: El hombre mediocre.
Publicado en 1913, sorprende lo contemporáneo que resulta un ensayo en el cual José Ingenieros describió a tres tipos de personas: las inferiores, las idealistas y las mediocres. Mientras que a las primeras —a las cuales describe como seres rudimentarios producto de la falta de educación— no les dedica mucho espacio, a las otras dos las describe con una precisión que logra hacernos identificar sus características en las personas que nos rodean incluso hoy, a más de cien años de su publicación.
La psicología de los hombres mediocres caracterízase por un riesgo común: la incapacidad de concebir una perfección, de formarse un ideal. Son rutinarios, honestos y mansos; piensan con la cabeza de los demás, comparten la ajena hipocresía moral y ajustan su carácter a las domesticidades convencionales.
José Ingenieros en «El hombre mediocre» (2013)
La obra está dividida en dos partes. La primera de ellas, que además es la más breve, está dedicada a presentar al hombre idealista. Y aunque el nombre posiblemente nos lleve a pensar en una persona soñadora que vive más de sus fantasías que de su realidad, nada que tiene que ver con eso. A lo que José Ingenieros se refiere particularmente con ese término es a las personas que dedican su vida a la persecución de sus ideales a través de la pasión, la preparación y el mérito. Es así que a lo largo del primer capítulo va describiendo al idealista como un ejemplo de ciudadano, un modelo de ser humano que se centra en sus objetivos y pone todo su empeño en alcanzarlos sin detenerse a compararse con los demás ni tampoco dejarse influir por las opiniones ajenas. Según Ingenieros, además, hay dos tipos de idealistas: los románticos, que generalmente son personas jóvenes que tienden a tener ideales más utópicos que realistas; y los estoicos, que generalmente son personas maduras que siguen persiguiendo sus ideales pero con enfoques más razonables. Y la diferencia es justamente esa, es decir, mientras los jóvenes románticos se guían más por la pasión, los experimentados estoicos siguen a la razón.
Sin embargo, la descripción que el autor italoargentino hace del hombre idealista es sólo un preludio para introducir a su antítesis, que es justamente la que le da el nombre a la obra: el hombre mediocre. Por hombre mediocre José Ingenieros entiende a aquel que, al revés que el hombre idealista, no posee ideales y su único objetivo en la vida, ante su falta de talento, es seguir a la manada de mediocres como él que lejos están de sobresalir como sí lo hacen los genios, a quien José Ingenieros relaciona con los hombres idealistas. Según él, sólo un hombre con ideales puede llegar a convertirse en un genio, mientras que el hombre mediocre no se destaca en nada que lo pueda hacer alcanzar ese estatus.
Lo más llamativo de El hombre mediocre es la precisión de las observaciones que a principios del siglo pasado José Ingenieros realizó en la sociedad, al punto tal que las características del hombre mediocre planteado por él son fácilmente identificables en la sociedad actual. Salvando las diferencias lógicas producto de los más de cien años transcurridos, Ingenieros ya en aquel entonces registró, por ejemplo, las críticas hacia la meritocracia por parte del hombre mediocre para instalar lo que el llamó como «mediocracia», un sistema pergeñado para que crezcan todas aquellas personas carentes de personalidad.
A través de siete capítulos José Ingenieros describió detalladamente los diversos tipos y componentes de la mediocridad —como por ejemplo la vejez, a la cual considera la instauradora implacable de la mediocridad en todas las personas—, pero el capítulo que podría considerarse más trascendental es el dedicado a la envidia. «La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena. Es el grillete que arrastran los fracasados. Es el alcíbar que paladean los imponentes. Es un venenoso humor que mana de las heridas abiertas por el desengaño de la insignificancia propia», dice duramente el autor en el subcapítulo llamado La pasión de los mediocres, en el cual comienza a plantear cómo los hombres mediocres envidian al hombre idealista por el sólo hecho de notar que no pueden ser como ellos, pues no tienen ni sus ideales ni su talento para alcanzar los mismos objetivos.
La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena. Es el grillete que arrastran los fracasados. Es el alcíbar que paladean los imponentes. Es un venenoso humor que mana de las heridas abiertas por el desengaño de la insignificancia propia.
José Ingenieros en «El hombre mediocre» (1913)
Y aunque hablar de envidia parezca más una cuestión teológica que sociológica, lo planteado por José Ingenieros en El hombre mediocre podría interpretarse como una de las claves del deterioro de la Argentina, la patria que lo acogió cuando dejó su Sicilia natal. ¿O acaso no hay envidia cuando los gobernantes toman medidas que, en vez de nivelar a la sociedad hacia arriba, la nivelan hacia abajo? ¿No hay envidia cuando se estigmatiza a quienes más tienen solamente por el hecho de tener más, sin importar que todo lo que tengan lo hayan obtenido gracias a sus méritos? O visto desde la perspectiva más general de la mediocridad: ¿no son mediocres aquellas personas sin vocación que eligen profesiones que les aseguran un sueldo para toda su vida pero para las cuales no se preparan? ¿No hay mediocridad en todos aquellos que se conforman con lo poco —o mucho, en realidad— que el Estado les da sin esforzarse aunque sea mínimamente a cambio?
El hombre mediocre no es una de las obras argentinas más conocidas ni tampoco es producto de uno de los escritores más populares del país. Pero, sin lugar a dudas, quien se encuentre con ese libro en sus manos podrá darse cuenta que lo hecho por José Ingenieros es una obra maestra, pues se trata de uno de esos trabajos que lograron trascender las barreras del tiempo. Y no sólo eso, sino que, además, es una radiografía en papel de la idiosincrasia argentina. Nada más ni nada menos.
Imagen destacada: Martín Bugliavaz.

