
«El joven en la burbuja»
Hay realidades y realidades. Algunas son fáciles de llevar, otras no tanto y también hay algunas que son un verdadero calvario. Sin embargo, de esto último Nazareno poco conocía. Aunque, en realidad, decir que conocía poco sería decir mucho.
Porque, en resumidas cuentas, Nazareno tenía todo servido en bandeja. Es justo decir que no había nacido en una cuna de oro, pues sus padres eran muy trabajadores y, a pesar de que con el tiempo lograron alcanzar un bienestar económico que no todos podían darse el lujo de tener en su país, tuvieron que esforzarse y sacrificarse mucho.
No obstante, Nazareno no había aprendido lo suficiente de sus padres. Sí que sabía que habían tenido que trabajar muchísimo para tener lo que tenían, y eso lo valoraba, pero la abundancia en la cual había crecido no le permitía ver con claridad cómo era la realidad para muchas personas. Simplemente, vivía en una burbuja.
Y esa burbuja, con el tiempo, creció y lo aisló más y más. Porque en un principio, el hecho de haber realizado la educación primaria en una escuela pública lo ayudó a tener contacto con chicos de distintas realidades: de su misma clase social, pero también de estratos más bajos y más altos. Sin embargo, cuando sus padres decidieron que la secundaria la llevaría a cabo en una escuela privada, de a poco empezaron a condenarlo.
Por supuesto que los padres de Nazareno pensaron en ese cambio como algo positivo para su hijo, pues la educación en las escuelas públicas no estaba atravesando su mejor momento. Pero lo que ganaría por un lado, lo perdería por el otro. Porque la escuela pública, a pesar de sus falencias, le brindaba a Nazareno —al igual que a todos los demás chicos— la posibilidad de saber que existen realidades que son diferentes a las propias. Una posibilidad que no sólo le hacía ver cómo funcionaba la sociedad en la que vivía, sino que también le permitía valorar lo que tenía. Algo que empezaría a perder, paulatinamente, al ir a una escuela privada en la cual prácticamente todos los estudiantes tenían —algunos más, otros menos— la misma realidad.
Así, con el correr del tiempo, Nazareno perdió la noción de muchas cosas. Por eso, cada vez que se encontraba con sus amigos de la primaria o con otros chicos que no tenían una vida cómoda y tranquila como la suya —desde lo económico hasta lo emocional—, Nazareno no lograba comprender cuáles eran sus problemas. ¿Cómo iba a entender que uno de sus amigos no podía ir a jugar a la pelota por no tener plata para pagar la canchita, cuando él se iba de vacaciones todos los años al exterior? “¿Cómo no va a tener siquiera cien pesos para pagar la cancha?”, se preguntaba Nazareno. Y yendo un poco más lejos, ¿cómo iba a entender que sus amigos no pudieran resolver muchos de los conflictos que los aquejaban por tener padres ausentes o violentos, si sus padres siempre estaban ahí para la más mínima cosa que él necesitara?
En un principio, cuando era más joven y la brecha con sus amigos más humildes no era tan amplia, Nazareno se mantenía callado a pesar de no lograr comprender lo que les ocurría. Pero, a medida que su realidad se fue alejando más de las realidades de ellos, Nazareno fue entendiéndoles cada vez menos y, por ende, se volvió más insensible. Tal era así que, cuando alguno de ellos le contaba sus problemas, él sólo podía atinar a darles una palmadita en el hombro y decirles: “Tranquilo, amigo, ya se resolverá. Todo tiene solución en la vida”.
La verdad era que, detrás de esas vacías palabras de consuelo que no consolaban a nadie, a Nazareno poco le importaban los problemas de los demás. Él se enfocaba en sus propios problemas, que, a pesar de que eran completamente banales en comparación con los de sus amigos, le parecían los más dramáticos del mundo. Esos problemas pasaban por completar el equipo de fútbol cada fin de semana, por conseguir amigos que lo acompañaran en las inamovibles noches de fiesta de los viernes —a las cuales también podían sumarse las de los sábados— o por calmar la ansiedad que le producía la proximidad de algún viaje de ocio que no le permitía concentrarse con claridad en sus exámenes de la universidad, algo para lo cual pagaba una sesión de terapia semanal.
Sin embargo, como la vida es un carrusel, Nazareno un día se despertó con la certeza de que su vida iba a pegar un vuelco de ciento ochenta grados. Era un lunes, bien temprano por la mañana, cuando su madre, preocupada, lo despertó y le dijo:
—Nazareno, a papá y a mí nos acaban de avisar que no vayamos a la oficina. Nos despidieron.
—¿Cómo que los despidieron? —preguntó Nazareno, quien, entre el carácter inesperado de la noticia y el sueño, no entendía nada.
—Sí, la empresa quebró y están echando a todos, por lo que tenemos entendido.
—¿Y ahora? ¿Cómo van a hacer?
—De eso te quería hablar. ¿Te acordás de ese trabajo que te conseguí el mes pasado y que lo rechazaste porque no te convencía el horario?
—¿El de las seis de la mañana?
—Sí, ese mismo. Bueno, no te quiero presionar, pero papá y yo pensamos en que sería bueno que lo aceptes hasta que nosotros veamos cómo siguen nuestras vidas. Yo hablé con mi amiga, la que te haría entrar, y me dijo que todavía estás a tiempo.
—Pero es muy temprano, ma —protestó Nazareno—. Y encima yo tengo clases por las noches, no voy a dormir nada y voy a estar re cansado. O tendré que dormir a la tarde y perderme las clases de francés, de tenis y de piano.
—Naza, si no agarrás ese trabajo, directamente no habrá ni francés, ni tenis, ni piano. Ni muchas otras cosas más, por cierto, como la universidad o tus salidas de los fines de semana. Así que pensá bien en cuáles son tus prioridades y luego tomá la decisión. Pero tenés que saber que la vida no es color de rosa. Tal vez fue un error nuestro que no lo aprendieras antes.
Nazareno se quedó en la cama confundido, malhumorado y sorprendido por las últimas palabras de su madre. No quería aceptar ese trabajo por todas las complicaciones que le traería aparejadas a su vida, pero tampoco quería perder todas aquellas actividades de las que tanto disfrutaba. De modo que, al cabo de todo un día de pensar detenidamente el asunto, concluyó en que lo más sensato sería empezar a trabajar.
Y lo cierto es que el cambio fue tan duro como Nazareno esperaba. O incluso más. Pero, aunque él no se dio cuenta en ese preciso momento, ese cambio le aportaría un aprendizaje que lo haría ser una persona mucho más completa. A partir de que aceptó ese trabajo, Nazareno tuvo la capacidad de comprender completamente muchos de los problemas que preocupaban a sus amigos, sobre todo los de aquellos que siempre se encontraban cansados por tener la necesidad de trabajar al mismo tiempo que estudiaban.Así, súbitamente, la burbuja en la cual Nazareno flotaba reventó. Y, a pesar de que el descenso fue brusco, sus amigos estuvieron allí para atajarlo. De eso, y de las tantas lecciones que aprendió de un momento al otro, Nazareno no se olvidaría jamás.
Detalles del cuento
Título: «El joven en la burbuja»
Autor: Martín Bugliavaz
Fecha de publicación: 10 de octubre de 2022

