Mis escritos

«El laberinto»

Hacía días que Sergio no podía dormir bien, al punto tal que incluso durante muchos de ellos ni siquiera lo lograba. De hecho, estaba tan cansado que ya no recordaba si esa falta de sueño en realidad era de días, semanas o meses. Sin embargo, de lo que sí estaba seguro era de que ya no podía soportar más las penas que su alma acarreaba.

El sufrimiento de Sergio tenía nombre propio: Macarena. Así se llamaba su prometida. Y aunque a él no le agradaba referirse a ella en tiempo pasado, lo correcto era hacerlo de esa manera porque Macarena ya no existía más. Sí existía su recuerdo, que estaba más vivo que nunca en la mente de Sergio, pero nada más. Estaba muerta.

Tomando como referencia el momento en el cual comienza esta historia ―en donde Sergio no hace otra cosa más que mirar el techo de su dormitorio sin poder conciliar el sueño―, Macarena había fallecido tan sólo unos sietes meses atrás. Sergio a veces tenía la sensación de que había sido ayer que la tenía a su lado, y otras veces sentía que la última vez que la había visto fue en otra vida. Sin embargo, en términos temporales concretos, lo que sí había sido verdaderamente rápido fue la partida de Macarena, cuyo cuerpo sucumbió ante un tumor fulminante en menos de cuatro meses desde que se supo la noticia de su enfermedad.

A Sergio le resultaba terriblemente difícil comprender por qué las cosas se habían dado de esa manera. ¡Eran tan felices juntos! Él y Macarena habían logrado vivir bajo el mismo techo teniendo una convivencia de maravillas, estaban comprometidos y próximos a casarse, y en el horizonte vislumbraban un sinfín de proyectos juntos. Él sentía que lo tenía todo, hasta que de buenas a primeras se encontró con la nada. Y si antes ya pensaba que la vida era un cúmulo de injusticias, tras perder al amor de su vida no le quedaba ninguna duda de que Dios, si es que existía, tenía una manera muy particular de administrar los premios y los castigos en sus dominios terrenales.

Macarena, según Sergio, era casi perfecta. Y el “casi” lo usaba por obligación, pues sabía que en la vida nada era perfecto. Pero si le preguntaban por qué su prometida no era perfecta, la verdad era que no sabía qué decir porque a lo largo de años de relación no le había encontrado falla alguna. Sin contar esa belleza exterior que lo había apresado desde el primer momento en el que la vio, Sergio encontraba en el interior de Macarena una luz que jamás había encontrado en otro ser humano: era bondadosa, caritativa e, incluso en los peores momentos, siempre portaba una sonrisa capaz de transmitirle serenidad a todo aquel que la viera.

En su momento, la imagen de Macarena había sido para Sergio una bendición; sin embargo, tras su muerte se había convertido en una maldición. Porque en todas esas horas durante las cuales permanecía despierto, no podía dejar de ver ese arsenal de fotos y videos que tenía de esa mujer que le había arrancado los más profundos suspiros. Y aunque por momentos una débil fuerza interior le decía que debía cortar con esa autoflagelación sentimental, lo cierto es que Sergio no sólo no podía, sino que tampoco quería. No, definitivamente no quería, porque dejar de ver las fotos de su amada habría supuesto aceptar que se había ido para siempre y que jamás volvería.

La depresión, despiadada e implacable, había doblegado la voluntad de Sergio. Ya no quería dormir, ya no quería comer, ya no quería beber. En definitiva, Sergio ya no quería vivir. En parte porque su existencia en el plano terrenal ya carecía de sentido alguno para él, y en parte porque pensaba que muriendo podría volver a encontrarse con Macarena. En ese plano, según su fe espiritual, ya no la volvería a perder.

Fue así que, de un día al otro y sin siquiera razonarlo un poco, Sergio decidió que el momento de irse había llegado. Durante una noche de invierno en la cual la lluvia no paraba de arreciar, fue a buscar ese frasco de sedantes que se había negado a tomar durante esos difíciles meses, lo consumió todo en un santiamén y se fue a acostar. Ese acto, que había sido el único producto de su voluntad en mucho tiempo, le brindaba algo de una paz que hacía rato no sentía. No sabía qué se encontraría al despertar: podía ser San Pedro, podía ser el mismísimo Dios o tal vez directamente Macarena. Sin embargo, de lo que sí estaba seguro era de que, tarde o temprano, se reencontraría con el amor de su vida.

Por esa férrea creencia, Sergio se sorprendió cuando se despertó. Ya no estaba en su desordenada pieza, es cierto, pero tampoco parecía estar en el Cielo. De hecho, lo que tenía ante sus ojos lo desconcertaba totalmente, pues nunca había estado en un lugar así. Yacía sobre un suelo cubierto de un césped fresco y verde que parecía haber sido podado recién, y del cual surgían unas setas de la misma tonalidad que eran tan altas que no le permitían tener una correcta noción del espacio. Le tomó un buen rato darse cuenta, pero finalmente Sergio comprendió qué era ese lugar: un laberinto.

A Sergio siempre le habían fascinado los laberintos, pero nunca había tenido la oportunidad de visitar uno. No obstante, aquel en el que se encontraba ahora no le agradaba en lo más mínimo: hacía frío, el cielo se encontraba completamente nublado y una niebla espesa se combinaba a la perfección con el sonido de unas ramas quebrándose para generarle unos siniestros escalofríos. Esa no era, ni de cerca, la idea que tenía del paraíso.

Estando allí atrapado, y encogido de miedo por tan oscuro panorama, Sergio no podía atinar a moverse para intentar encontrar una salida. Sin embargo, todo cambió cuando, a lo lejos, escuchó una voz que pronunciaba su nombre. Una voz tan dulce y celestial que, súbitamente, logró que sus temores se desvanecieran. Era la voz de Macarena.

―¡Maca! ―exclamó Sergio a viva voz―. ¿Sos vos? ¿Dónde estás, mi amor? ¡Vine a buscarte!

―Ser…

―¿Dónde estás? ―reiteró Sergio, excitado―. Decime dónde estás que voy a tu encuentro. Por favor, guiame, mi amor.

―No puedo decirte dónde estoy, Ser. Me tenés que encontrar vos, por tu propia voluntad. Tenés que seguir mi voz…

―¡Entonces no dejes de hablarme, por favor!

La voz de Macarena, que le infundía a Sergio una extraña fuerza que jamás había sentido dentro suyo, se hacía desear. El enamorado la escuchaba intermitentemente, pero poco a poco la sentía cada vez más cercana. A veces sólo lo llamaba por su nombre, en otras ocasiones le dedicaba epítetos más cariñosos y por momentos decía frases ininteligibles. Pero Sergio estaba tan avocado a su tarea que, luego de un tiempo que en ese momento le parecía inmensurable, finalmente encontró a su prometida.

Macarena estaba parada junto a una fuente que se encontraba en el medio de un enorme jardín que a Sergio le pareció ser el corazón del laberinto. Su amada vestía el mismo sencillo vestido blanco con el cual había sido sepultada, tenía los dedos de sus manos entrelazados a la altura de su pelvis y lucía en su rostro aquella sonrisa tan propia de ella.

Sergio, embargado de una emoción y una incredulidad colosales, comenzó a acercarse paulatinamente a Macarena. Y, a medida que se encontraba más próximo a ella, pudo sentir que su novia emitía una energía extraña, similar a esa fuerza interior que se producía en él cuando escuchaba su voz. Mientras iba a su encuentro trataba de buscar una explicación en su mente, pero no la encontraba. Parecía como si Macarena no fuese la misma de antes. Como si no fuese ella.

―Hola ―dijo Sergio cuando estuvo parado justo enfrente de Macarena―. Al fin te encontré, no podía estar más sin vos. Te extraño muchísimo.

Macarena pronunció aún más su tierna sonrisa y, mientras unas lágrimas surcaban sus mejillas, acarició la cara de Sergio con una de sus manos. Un contacto que le intensificó esa sensación de que aquel ser era distinto del que él recordaba.

―Te siento rara, mi amor ―dijo Sergio mientras tomaba la mano de Macarena que acariciaba su cara―. Hay algo en vos que me genera algo extraño dentro mío. Algo que no sé cómo explicar. Y me da miedo.

―No tengas miedo, corazón ―dijo Macarena―. Soy yo, Macarena, tu amor. Y lo que está ante tus ojos es mi yo más puro, despojado de todo pecado. Estás viendo mi alma.

―Entonces… ¿estamos en el Cielo? ¿Estoy muerto?

―No, corazón, no estás muerto. Todo esto está ocurriendo en tu mente, mientras dormís apaciblemente en tu casa.

―Pero yo no quiero estar más en esa casa, mi amor. Esa casa no es un hogar si no estás vos. Nada es lo que debería ser si no estás vos. No tolero mi existencia sin tenerte a mi lado, y por eso vine a buscarte. Quiero irme.

―Lo sé ―dijo comprensivamente Macarena mientras seguía acariciando a Sergio―. Desde que tuve que dejarte he sentido tus penas, así como también lo ha hecho Dios. Él sabe que dudaste de su juicio y hasta de su existencia, pero creeme que te ama. Y por eso te dará la oportunidad de elegir qué hacer.

―¿Qué tengo que elegir? ¿Vivir o morir?

―Sí. A mis espaldas podrás ver que del jardín surgen dos caminos: el de la izquierda te lleva nuevamente hacia tu casa y el de la derecha te conduce al Cielo.

―No tengo ni que pensarlo, mi amor ―dijo rápidamente Sergio, que no podía contener las lágrimas―. Quiero irme al Cielo, con vos. Llevame, por favor. No quiero sufrir más.

―Lo haré, corazón. Pero antes tengo que hacerte una pregunta.

―Sí, sí, ¡lo que quieras!

―¿Realmente me amás?

―Claro que sí, mi amor. ¡Si estoy acá, en la antesala de la muerte, es porque te amo tanto que mi vida no tiene sentido sin vos!

―Lo sé, y no tenía ninguna duda de eso, porque ahora más que nunca puedo sentir lo que hay en tu interior. Y yo sentí, siento y sentiré durante toda la eternidad lo mismo por vos. Pero justamente por eso, porque me amás, es que quiero pedirte algo.

―¿Qué?

―Que no escojas el sendero de la derecha. Que no le pongas fin a tu vida terrenal.

―¿Por qué? ―preguntó Sergio, sorprendido―. ¿No querés que estemos juntos para siempre?

―Sí, corazón, es lo que más quiero. Pero para eso siempre habrá tiempo, porque tarde o temprano tu vida en la Tierra llegará a su fin. Sin embargo, allá abajo hay mucha gente que te ama y que te necesita, y también hay muchas cosas que tenés que disfrutar. ¿O no te acordás de todos esos proyectos que tenías cuando estábamos juntos?

―¡Claro que me acuerdo! Pero no tengo fuerzas para hacerlos sin vos, Maca. Estoy muy triste y veo todo oscuro y desalentador. Me hacés mucha falta, de verdad.

―Lo sé, pero tenés que saber que ahora, además de Dios, me tenés a mí para darte fuerzas. Ya sé que no estaré a tu lado para abrazarte, para besarte y para decirte todos los días cuánto te amo. Pero te juro que, si decidís seguir adelante con tu vida terrenal, no pasará un solo día sin que sientas mi presencia para infundirte fuerzas.

―¡No quiero, mi amor, no quiero! ―espetó Sergio, totalmente abatido―. Tengo miedo de continuar y de olvidarte, de que todo lo que vivimos quede enterrado en el más remoto de los pasados. Tengo miedo de enamorarme de otra persona. Tengo miedo de enfermarme y de que tu recuerdo desaparezca de mi mente.

―Corazón, mirame a los ojos ―le ordenó Macarena a Sergio, que obedeció inmediatamente―. No te vas a olvidar ni de lo que vivimos ni del amor que nos profesamos. Todo eso ya está en tu interior y es parte de tu alma, que es algo que ni el tiempo ni las enfermedades podrán vejar. No tengas miedo a vivir, a disfrutar, a volver a enamorarte. Por el contrario, tenés que hacerlo. Es lo que más quiero, que disfrutes todas esas cosas maravillosas que Dios dejó en la Tierra para nosotros, sus hijos ―Hizo una pausa, sonrió a su amado y continuó―. Dicho eso, quiero que sepas que, si querés venir conmigo, también seré inmensamente feliz de tenerte a mi lado.

Sergio jamás había sentido tantas dudas en su vida como en ese momento, donde justamente los interrogantes pasaban por continuar o no viviendo. No quería seguir su vida sin Macarena, pero las palabras de su amada le habían hecho ver cosas que, sumido en la depresión y en la tristeza, no había sido capaz de ver antes. Si él moría, ¿quién cuidaría de su hermanita? Si él dejaba de existir, ¿cuánto tardarían sus padres en sucumbir ante sus pesares? ¿Y su anciana abuela? ¿Qué sería de la pobre nonna cuando se enterase de que se había muerto aquel nieto al que consideraba su favorito?

Pensar en la idea de no volver a ver a Macarena durante muchísimos años le hacía sentir una tristeza inconmensurable, pero Sergio sabía que su familia lo necesitaba. Porque, independientemente de que viviera o no esas lindas cosas terrenales que le quedaban por vivir, sabía que aquel plano de la vida podía ser un verdadero infierno. Y no quería que ninguno de sus seres queridos sufriera lo mismo que él estaba sufriendo en ese momento por la pérdida del amor de su vida.

―Me duele en el alma decirte esto ―dijo finalmente Sergio―, pero no voy a acompañarte, mi amor. No ahora, en este momento. No puedo hacerle pasar a mi familia el mismo calvario que estoy atravesando yo ahora.

―Me alegra escuchar eso, corazón ―dijo dulcemente Macarena―. Pero no te preocupes, que cuando llegue el momento yo te estaré esperando. Tengo toda la eternidad para hacerlo.

―Gracias, hermosa mía ―dijo Sergio entre lágrimas―. Te amo y te amaré por siempre, y nunca amaré tanto a nadie como te amo a vos. Siempre le he temido a la muerte, pero a partir de hoy eso cambió: el día en el que finalmente me toque partir, estaré encantando de hacerlo. Porque sé que ahí sí, finalmente, no me separaré nunca más de tu lado.

―Así será, hermoso mío, no tengas dudas. Te amo con todo mi ser, que ahora está desnudo ante tus ojos ―confirmó Macarena antes de besar tiernamente a Sergio―. Y ahora andá tranquilo, que tu hermanita lleva día preocupada por vos.

Sergio volvió a besar los labios de su amada, luego le besó las manos e, impulsado por esa poderosa fuerza de voluntad que había encontrado en el laberinto gracias a la celestial presencia de Macarena, comenzó a caminar. No podía parar de llorar y sabía que mirar hacia atrás le haría peor, pero no pudo evitarlo. Ya parado donde comenzaba el sendero de la izquierda del jardín que lo llevaría a despertarse en su dormitorio, Sergio se dio vuelta y miró una vez más a aquella mujer que tanto amaba. Seguía hermosa y radiante como siempre, e incluso más ahora que estaba cubierta por esa aura de pureza. Verla allí, con esa sonrisa que irradiaba bondad, le dio la paz necesaria para volver a los sufrimientos mundanos. Porque, en definitiva, un buen día se terminarían. Y, cuando eso sucediese, él volvería a ser feliz junto al amor de su vida.

Detalles del cuento

Título: «El laberinto»

Autor: Martín Bugliavaz

Fecha de publicación:  18 de junio de 2023

Periodista y escritor. Me gusta contar historias.

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