
«El pianista del gueto de Varsovia»: horror, supervivencia y reivindicaciones
Si de la Segunda Guerra Mundial se habla, pueden hallarse tantas historias como personas que la hayan vivido. Es por eso que El pianista del gueto de Varsovia, libro autobiográfico de Wladyslaw Szpilman, cuenta con características propias que la dotan de originalidad a pesar de contar con muchos puntos en común con el resto de las obras escritas en relación a la temática.
Szpilman fue un músico polaco que nació en Sosnowiec en 1911 —ciudad que en aquel entonces formaba parte del Imperio ruso— y falleció en Varsovia, la capital polaca, a mediados del 2000. Sin embargo, Varsovia no sólo fue el lugar en el que Szpilman se despidió de su existencia terrenal, sino también la ciudad en la cual se formó y se desarrolló como pianista, una profesión que lo llevó a trabajar en la Radio Polaca (Polskie Radio, en polaco), la emisora pública principal de Polonia, y a ser una de las figuras más destacadas de su país.
Pero hay más. Porque a pesar de que en Varsovia vivió los mejores días de su vida en lo que a trayectoria profesional se refiere, Szpilman, que era judío, también debió sufrir allí los horrores que la invasión de la Alemania nazi portó a su tierra. Y justamente de eso se tratan las memorias que publicó por primera vez en 1946 a tan sólo meses de haber terminado la guerra, cuyo nombre hoy hace alusión al lugar en el cual debió padecer un sinfín de adversidades mientras duró la ocupación alemana: el gueto de Varsovia.
Fue en aquel reducto de la ciudad capitalina armado por los soldados alemanes donde Szpilman experimentó a través de todos sus sentidos la bajeza más rancia a la cual puede llegar el ser humano. Allí, en el gueto de Varsovia, el pianista no sólo debió abandonar indefinidamente el instrumento musical que para él representaba una parte esencial de su vida, sino que además debió aprender a sobrevivir a pesar del dolor. Un dolor que no sólo se manifestaba físicamente debido al trabajo que era forzado a realizar en condiciones extremadamente deplorables, sino también psicológicamente, pues debió soportar la pérdida de toda su familia, que fue exterminada en el campo de concentración de Treblinka.
CENSURAS, REIVINDICACIONES Y MENSAJES
Además de perder a sus seres queridos, Szpilman fue testigo de crímenes de lesa humanidad que iban desde las torturas hasta los asesinatos a sangre fría, pasando también por las más vergonzosas de las humillaciones a las cuales los soldados sometían al pueblo judío. Sin embargo, el músico —que a la postre llegaría a convertirse en director de la Radio Polaca— también fue testigo de acciones que le dejaron grabado un concepto que, al día de hoy, muchos pasan por alto: que en una guerra ni unos son tan buenos ni los otros son tan malos.
Porque, durante esos seis años que duró la ocupación alemana en Varsovia, Szpilman también presenció hechos contrarios a los que nos cuenta la historia oficial —y que, por ende, no todos conocen—, y eso lo dejó plasmado en El pianista del gueto de Varsovia. Un claro ejemplo, que tiene que ver con los horrores del Holocausto, es la nacionalidad de quienes llevaron a cabo el genocidio. Porque si bien los alemanes quedaron como la cara visible de la barbarie para la posteridad, en sus memorias Szpilman relata cómo también soldados lituanos y ucranianos formaron parte del proceso, e incluso los describe como más impiadosos y sanguinarios que los teutones. Y eso no es todo, pues el músico también pone en manifiesto el hecho de que también los propios judíos —aquellos que integraban la Policía Judía— ensuciaron sus manos con crímenes de lesa humanidad.
No obstante, también ocurrió lo contrario. Como para que después de tamaña catástrofe social la humanidad conservase algo de fe en sí misma, en su libro Szpilman también se encargó de señalar a un héroe que lo salvó de la muerte: el capitán alemán Wilhelm Hosenfeld. El oficial de la Wehrmacht fue clave para el pianista —pues no sólo lo dejó vivir tras encontrarlo escondido, sino que también lo alimentó—, pero también lo es para la obra y para la historia. Porque, a pesar de ser un héroe, el final de Hosenfeld lejos estuvo de estar a la altura de su altruismo: murió en 1952 en un campo de concentración soviético de Stalingrado tras ser condenado a unos trabajos forzados que, sumados a las torturas, lo llevaron a vivir postrado durante sus últimos meses de vida luego de sufrir un accidente cerebrovascular.
Lo curioso del caso es que, en la primera edición de El pianista del gueto de Varsovia (que en ese entonces se tituló La muerte de una ciudad, al igual que uno de sus capítulos), Szpilman fue censurado justamente en lo que a Hosenfeld se refiere. ¿Por qué? Porque el libro debía ser publicado en una Polonia que estaba bajo influencia soviética, y, desde lo discursivo, a los gobernantes de aquel entonces no les convenía en lo más mínimo que existiese cualquier señal que contradijese esa imagen oscura de los alemanes que los ganadores de la guerra le vendieron al mundo. Fue por ese motivo que, en aquella primera edición de las memorias de Szpilman, Hosenfeld aparece como austríaco y no como alemán. Una vergonzosa mancha que, afortunadamente, el tiempo se encargó de borrar.
LA EXITOSA PELÍCULA QUE REVITALIZÓ AL LIBRO
Como se mencionó anteriormente, historias como la de Szpilman hay muchas. Claramente, ninguna es igual a la otra; pero que abundan, abundan. Por esa razón, y por los vaivenes que el libro sufrió en las cuestiones relativas a la censura, El painista del gueto de Varsovia fue durante casi sesenta años una obra de perfil bajo. Pero todo eso cambió cuando en 2002 vio la luz su adaptación cinematográfica, que se tituló El pianista.
Tres años después de la publicación del libro en inglés —que fue otro de los catalizadores que contribuyeron a que la obra se popularizase—, el director Roman Polanski —también polaco y judío— fue el encargado de llevar a la pantalla grande una historia que conmovió al mundo entero. Con Adrien Brody en la piel de Wladyslaw Szpilman, el film no sólo triunfó desde el punto de vista económico, sino también desde lo artístico, pues se llevó, entre mucho otros galardones, tres Óscar y un Palma de Oro.
El pianista fue un éxito desde donde se la mire. Pero, sin lugar a dudas, su mérito principal fue lograr que a lo largo del globo no sólo se conociese la historia que Wladyslaw Szpilman cuenta en El pianista del gueto de Varsovia, sino también que se hiciese honor a la heroica y silenciosa figura de Wilm Hosenfeld, que con sus acciones demostró que un pueblo entero no debe ser castigado por los errores de sus gobernantes. Ni de un lado ni del otro.
Imagen destacada: Martín Bugliavaz.

