
El recurso y el verdugo: la paradoja del tiempo
El tiempo es uno de los conceptos que más me hacen reflexionar. Y no sólo por las noches, que constituyen los espacios del día ideales para dejar que los pensamientos actúen libremente, sino también en momentos y lugares bien distintos entre sí.
EL RECURSO MÁS VALIOSO Y, AL MISMO TIEMPO, EL MÁS INFRAVALORADO
Podría decir muchas cosas acerca del tiempo, pero lo que primero se me viene a la mente es que se trata de una de las cosas más curiosas y paradójicas que existen. Porque si nos ponemos a reflexionar tan sólo por un instante, el tiempo es lo más valioso que cualquier ser humano puede tener y, a la vez, en muchas ocasiones es lo que menos se valora.
Cuando hablo acerca del valor del tiempo no me refiero a que sea más importante que hacer lo que a uno le gusta o que estar con quienes uno más ama, sino que lo veo como el medio que justamente nos permite disfrutar de todas aquellas cosas que más nos movilizan. Es decir, para mí el tiempo es como una moneda de cambio. Con dólares, euros, criptos o cualquier otra moneda tenemos la posibilidad de acceder a bienes y servicios; ahora bien, el tiempo nos permite acceder a todas esas cosas que realmente queremos hacer.
Tomando esa concepción del tiempo, podríamos decir que cada vez que hacemos algo que no queremos hacer estamos perdiendo nuestra moneda más valiosa. Ocurre lo mismo que cuando malgastamos cualquier otra moneda, pero con una diferencia que es trascendental: el tiempo no se puede recuperar. Si perdemos dinero, tenemos un sinfín de maneras de recuperarlo —desde las legales hasta las ilegales—; en cambio, el tiempo que perdemos jamás lo tendremos de vuelta, por mucho que lo deseemos.
Sin embargo, lo paradójico del tiempo es que, como mencioné anteriormente, muchas veces no le prestamos la atención que merece. Seguramente, si se tratase de dinero todas nuestras alertas se encenderían ante una eventual pérdida de cualquier tipo, y pondríamos a funcionar nuestro cerebro al máximo para evitar una fuga de dinero por el motivo que fuere. Pero, lamentablemente, con el tiempo en ocasiones no hacemos lo mismo. ¿Por qué? ¿No quedó claro, acaso, que es lo más importante que tenemos?
Yo creo que sí lo tenemos claro, pero nuestra propia naturaleza muchas veces no nos permite valorarlo como corresponde. Sabemos que el tiempo que no estamos con la gente que amamos no se va a recuperar. Sabemos que el tiempo que no dedicamos a nuestras pasiones no se va a recuperar. Sabemos que el tiempo que gastamos en un trabajo que no nos hace felices o en estudiar una carrera que no queremos para toda la vida son justamente eso, un gasto. Sabemos todas esas cosas y más, pero aún así en ciertas ocasiones nos es imposible darnos cuenta de que estamos perdiendo el tiempo (y nunca mejor dicho) en cosas que nos hacen sufrir en vez de invertirlo en otras cosas que nos harían bien al alma.
OTRA FORMA DE VERLO: EL TIEMPO COMO VERDUGO
En otros momentos del día a día, que tal vez son más sombríos, me imagino al tiempo no como un recurso, sino como un verdugo. Una especie de figura parecida a la de la Muerte que tal vez sea mucho más abstracta y difícil de imaginar, pero igual de letal. Incluso, si lo pensamos más detenidamente, la Muerte y el Tiempo (así, con mayúscula, para darle más entidad) podrían ser la mejor sociedad laboral de la historia, puesto que van de la mano desde el inicio de la existencia de la vida.
Porque el Tiempo no nos tiene piedad, al igual que su socia la Muerte. Y, a medida que crecemos, podemos notar tanto en la mente como en el cuerpo los estigmas que nos va dejando. Mientras vivimos, el Tiempo nos quita todas esas monedas que él acuñó y que nos dio como medio de cambio cuando nacimos —el tiempo como recurso, claramente—, y nos va dejando cicatrices, arrugas, canas y heridas tan profundas que incluso no llegamos a curarlas antes de caer en manos de su socia.
En un punto, ambos conceptos del tiempo —el del recurso y el del verdugo— se intersecan en mis cavilaciones. Porque cuando miro, por ejemplo, a una persona mayor que evidencia en su cuerpo y en su mente los estragos que el Tiempo causó en ella, no puedo evitar pensar en que le quedan muy pocas de esas monedas tan particulares. Y ese pensamiento, ergo, me lleva a la siguiente pregunta: ¿habrá invertido esa persona las monedas o simplemente las gastó? O, poniéndolo de una manera más sencilla: ¿las intercambió por cosas que la hicieron feliz o las perdió en otras que hicieron de ella un ser infeliz?
Por supuesto que no todas las sociedades son iguales y, más aún, que no todos los seres humanos son iguales. Algunos aprenden a valorar el tiempo antes que otros, al punto tal que ciertas personas saben de su importancia desde la cuna y otras ni siquiera llegan a conocerla jamás. Sin embargo, en líneas generales, pienso que tenemos mucho que aprender acerca del único recurso que empezamos a perder desde el mismísimo instante en el cual nacemos. Un recurso tan importante que, incluso en las civilizaciones más antiguas y con los métodos más rudimentarios, obligó al ser humano a aprender a medirlo. Como para ver con otros ojos al reloj, ¿no?
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