
«Entre tangos y nostalgia»
El calor era sofocante en Madrid. El verano estaba siendo uno de los más abrasadores de las últimas décadas y la capital española, que estaba envuelta en un aire seco y pesado que prácticamente no dejaba respirar a quienes transitaban sus calles y habitaban sus viviendas, parecía derretirse. Y entre todas esas millones de personas que estaban sufriendo durante aquel mes de julio se encontraba Jeremías.
Al igual que muchísimas otras personas en España, Jeremías era extranjero. Y, también como muchos otros extranjeros que habían fijado su destino en Madrid, Jeremías era argentino. O como le gustaba especificar a él: argentino y porteño.
No todos los hispanohablantes conocían el significado de la palabra “porteño”, y por eso Jeremías siempre tenía que explicarla cuando la usaba: se trataba del gentilicio de Buenos Aires, la capital de su país. Sin embargo, para él Buenos Aires no era solamente la urbe administrativa de su patria, sino que se trataba de mucho más. Para Jeremías, Buenos Aires era su casa. Su lugar en el mundo.
Quienes sí conocían bien el gentilicio de Buenos Aires eran los argentinos oriundos de otras partes del país. Para ellos, porteño era sinónimo de soberbio y Buenos Aires era sinónimo de caos, suciedad, delincuencia e inseguridad. Y Jeremías, a pesar de aquellas calificaciones tan peyorativas, podía entender a esos compatriotas que se referían de esa manera tanto a su ciudad como a los habitantes que eran producto de ella. En todo eso algo de cierto había. O incluso mucho más que un simple algo. Pero también era cierto que, más allá de que podía tranquilamente tratarse de una de las sedes terrenales del Infierno, Buenos Aires también poseía la capacidad de transformarse en el mismísimo Cielo.
¿Era sucia Buenos Aires? Claro, como casi cualquier capital del mundo. ¿Era insegura? Sí, lamentablemente lo era, pues quienes manejaban los hilos de la República Argentina se habían encargado de que no hubiese ningún rincón miserable a lo largo y ancho de toda la patria, por lo cual ni Buenos Aires ni ningún otro sitio —en menor o mayor medida— podían escapar de la violencia generada por las extremas desigualdades. ¿Era caótica? Por todo lo expuesto anteriormente, sumado a la efervescente exasperación en la cual se encontraba sumido el tan castigado pueblo argentino, sin lugar a dudas Buenos Aires era caótica. No obstante, para Jeremías todo eso, y muchas otras cosas más, la hacían ser una ciudad única en el mundo.
¿Qué eran esas otras cosas? Sus bondades. Aquellas que no sólo señalaba él, que había nacido y crecido allí, sino todo el mundo que visitaba una ciudad que era verdaderamente multifacética. Buenos Aires era ajetreada por el caos generalizado que se vivía en la Argentina, pero también por su infinita oferta cultural, que iba desde los museos de arte más diversos hasta esa enorme cantidad de librerías que la convirtieron en la ciudad con más tiendas de ese estilo en todo el mundo. Buenos Aires era movida, sí, pero también por su irrefrenable ritmo nocturno, que podía entretener de lunes a lunes tanto a los apasionados del rock y del pop como a los amantes de los ritmos urbanos, pasando también por todos aquellos que aún se deleitaban con los tangos y las milongas.
“¡Ay, el tango!”, pensaba Jeremías mientras en la cama las gotas de sudor le caían durante aquellas calurosas noches sufridas en Madrid. Cuando vivía en su país no le prestaba mucha atención, pues por una cuestión generacional le parecía lejano. No le desagradaba pero tampoco le terminaba de gustar, de modo que le resultaba algo indiferente. Sin embargo, la distancia con respecto a su tierra —y los efectos psicológicos que el desarraigo genera— le hizo comprender que no había nada como el tango para describir tan perfectamente lo que significaba Buenos Aires. O, mejor dicho, para sentir lo que era Buenos Aires: nostalgia. Si se pudiese definir la esencia de una ciudad con tan sólo una palabra, Jeremías no tenía dudas de que para Buenos Aires no había ninguna otra mejor que “nostalgia”.
Los tangos hablan de muchas cosas: de mujeres, de amigos, de fútbol, de familia. Pero, sin importar de qué se trate, casi siempre se abordan todos esos temas desde la nostalgia. Se habla de lo que antes era y ahora ya no es. Se habla de lo que pudo ser y de lo que nunca fue. Se habla, fundamentalmente, de la añoranza. De las pérdidas. Se puede perder a un amigo, a una mujer, a un familiar. Pero también se pueden perder los valores, como expresaba Santos Discépolo en su popular e inconfundible Cambalache: “¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor”.
Cada vez que escuchaba Cambalache, Jeremías podía meterse de lleno en los sentimientos de un Discepolín que había escrito aquel tango en 1934. La realidad de Jeremías se situaba a noventa años de la del tanguero, pero el pesar y las nostalgias eran iguales y hasta incluso peores. Porque exactamente eso era lo que Jeremías, antes de emigrar, sentía en su país: que cada día todo iba peor y que el esfuerzo honesto que hacía cotidianamente no lo conducía a ninguno de todos esos lados a los cuales quería llegar. Y Buenos Aires, como capital de la nación, era el espejo que mejor reflejaba esa triste situación.
Cuando conocía gente de distintas partes del mundo, en muchas ocasiones Jeremías era tratado bajo el concepto que, en general, se tiene del argentino: el de una persona soberbia y tercamente orgullosa de su país. Y a pesar de que aquel prejuicio se desvanecía en cuanto llegaban a conocer su modesta y autocrítica personalidad, sí existía una cosa de su patria que le inflaba el pecho de orgullo cada vez que se tocaba el tema: Buenos Aires, su ciudad. Una ciudad que, a pesar de encontrarse en Sudamérica, tenía identidad europea. Un concepto que tanto a muchos propios como a otros tantos ajenos no les agradaba, pero que era cierto: Buenos Aires era una ciudad que, producto de las constantes oleadas migratorias fomentadas por los gobernantes argentinos del siglo XIX y del siglo XX, había adquirido un desarrollo increíblemente superior en comparación con el resto de las grandes ciudades latinoamericanas. Algo que se podía apreciar en el desarrollo de una clase media que prácticamente no existía en el continente, en revolucionarias conquistas sociales, en la producción de materias primas que se exportaban hacia todos los recovecos del mundo y en una arquitectura que, si te trasladaban allí sin decirte en dónde te encontrabas, tranquilamente podía hacerte pensar que estabas en Francia, en España, en Italia o hasta incluso en otras partes del Viejo Continente.
Sin embargo, aquella realidad de antaño ya no existía más. Ahora quedaban la maravillosa arquitectura, los frondosos parques y avenidas, las abundantes pizzerías y aquellos antiguos cafés que eran de una época tan gloriosa —de Buenos Aires en particular y de la Argentina en general— que ahora se los conocía como “notables”. Quedaba todo eso y muchas otras cosas bonitas más, sí, pero nada era suficiente cuando en cualquier momento del día y en cualquier esquina te podían matar para robarte unos miserables pesos que, encima, cada vez valían menos. E incluso nada era suficiente cuando, por más voluntad que uno le pusiese, los ánimos de la gente estaban tan caldeados que recibir una sonrisa, un “por favor” o un “gracias” eran casi una utopía. “Como para que Discepolín se levante de su tumba y se vuelva a morir, ¿no?”, solía decir mental e irónicamente Jeremías.
A esa conclusión llegaba cada noche en la cual esa nostalgia tan tanguera y porteña lo acongojaba cuando el sueño se hacía esquivo. La añoranza de su ciudad muchas veces le generaba a Jeremías unos verdaderos conflictos mentales, pero recordar el porqué de la migración —que también podía calificarse de huida— lo hacía entender que dejar el turbulento pasado atrás era la mejor de sus alternativas. Algo que le sucedía mucho más a menudo durante esas noches de verano en el madrileño barrio de Argüelles, donde el calor, que no lo dejaba dormir, lo invitaba a escucharse aquellos tangos que lo trasladaban, aunque sea por unos efímeros instantes, a esas húmedas y frías noches que tanto había disfrutado recorriendo las calles de su amada Buenos Aires.
Detalles del cuento
Título: «Entre tangos y nostalgia»
Autor: Martín Bugliavaz
Fecha de publicación: 3 de junio de 2023

