
Éric Cantona, el futbolista detrás del personaje
Hay veces que ciertas impresiones quedan marcadas. Lo que se puede percibir de algo o de alguien queda grabado en nuestras mente y, por más que el tiempo pase, es difícil olvidarlas o reverlas. Eso es exactamente lo que pasa con un futbolista que fue único: Éric Cantona.
El francés seguramente sea más conocido por cuestiones extrafutbolísticas que por lo que hizo adentro de la cancha, que por cierto no fue poco. Lo más reciente que se conoce de él fue una serie de publicidades que realizó para Nike durante los primeros años del nuevo milenio —conocida por el eslogan «Joga Bonito»—, mediante la cual la firma estadounidense pretendía mostrar a talentosos futbolistas que vestían la marca, de los cuales mucho de ellos eran brasileños. En esa campaña de marketing, Cantona era el presentador y reivindicador de un fútbol que él mismo desplegó a lo largo de toda su carrera.
Sin embargo, el marsellés es célebre por las infinitas faltas de disciplina que cometió durante su trayectoria como futbolista, que incluyó desde golpes a compañeros y rivales hasta insultos y desplantes hacia sus entrenadores, pasando por agresiones a los árbitros y una célebre patada voladora propinada a un espectador.
No se puede culpar al común denominador por tener un concepto negativo de Cantona, porque sus actos hablaron por él. Pero detrás de ese costado violento que muchas veces puso en peligro su carrera, se esconde un futbolista que fue brillante. Algo que, sin dudas, todo apasionado por el deporte más popular del mundo necesita conocer.
SU COSTADO MENOS CONOCIDO: FRANCIA Y LAS FRUSTRACIONES
Cantona nació el 24 de mayo de 1966 en Marsella, ciudad en la cual se crió y formó futbolísticamente. Sin embargo, su debut profesional se produjo en el norte del país tras sumarse a las categorías juveniles del AJ Auxerre, un club de la región de Borgoña al cual se incorporó en 1981. Tan sólo dos años después —a sus 17 años— jugó su primer partido en la Primera División de Francia.
Luego de dar sus primeros pasos en el plantel superior del Auxerre, Éric volvió a jugar en el equipo de reserva y en 1985 fue cedido al Martigues —que en aquel entonces jugaba en la Segunda División— para sumar minutos en la cancha y adquirir experiencia. Tras unos meses en el sur francés —donde consiguió marcar 4 goles en 15 partidos—, se concretó su retorno al Auxerre, en donde esta vez empezaría a hacerse un nombre en el mundo del fútbol.

Los números dicen que, en total, Cantona anotó 27 goles en los 79 partidos que defendió la camiseta del club borgoñón desde su regreso en la temporada 1986/1987. Pero lo que hay detrás de las cifras es el hecho de que en esa etapa de su carrera se produjo la consolidación en el primer equipo, que se nutrió de un jugador que no tenía miedo al rídiculo y que se convirtió en un verdadero cañonero a la hora de rematar. No importaba desde qué lugar o cuántos rivales tenía enfrente, Cantona apuntaba al arco y disparaba.
La siguiente aventura lo llevó de vuelta a su tierra, Marsella, a la que llegó para jugar en el que —en ese entonces— era el club más importante de Francia: el Olympique de Marsella. El traspaso se produjo en la temporada 1988/1989 en circunstancias un tanto agridulces para Cantona, que por un lado ya era un nombre fijo en la Selección Sub-21 de Francia, pero que, por otra parte, se había tenido que desvincular del Auxerre por los problemas disciplinarios que ya empezaban a hacerse habituales.

En la institución albiceleste, Cantona tampoco viviría sus días más felices ni desplegaría todo su talento. Los conflictos que tuvo con su entrenador, Gérard Gili, que decantaron también en un enfrentamiento con el presidente, Bernard Tapie, derivaron en que fuese cedido por seis meses al Burdeos en esa misma temporada. Una movida que no le demandó demasiada adaptación, pues con los girondinos alcanzó un excelente rendimiento: 6 goles en 12 encuentros.
Al comenzar la temporada 1989/1990, Éric no volvió al Marsella pues la mala relación con el DT y el mandamás de la institución continuaron. En su lugar, el francés se fue a jugar al Montepellier, otro destino en donde no le costó destacarse. En el club del este francés continuó con la confianza que había tenido en el Burdeos y sus goles empezaron a combinarse con una cada vez más frecuente vistosidad en su juego: tacos, caños y gambetas que utilizaba como herramientas prácticas para sacarse de encima rivales.
Con 14 goles y el título obtenido en la Copa de Francia como el resultado de su presencia en 39 juegos, Cantona volvió al Marsella para tener su reivindicación, que ya a esa altura era merecida y pedida por muchos de los franceses apasionados por el fútbol, que encontraban en Cantona una esperanza para su seleccionado nacional, que hasta ese momento transitaba sin pena ni gloria por los certámenes internacionales.

Con el prestigioso exfutbolista alemán Franz Beckenbauer al mando del plantel, Cantona regresó al equipo con la misma ilusión que había tenido en el momento de su incorporación y empezó la temporada 1990/1991 ya como un profesional afianzado. De esa manera, el cañonero francés se acomodó en uno de los clubes más grandes de su país y, en menos de un año, coronó el retorno con el título de liga.
Sin embargo, cuando parecía que su presente marchaba sobre rieles, llegó un nuevo cambio de vías. Otro descarrilamiento producto de una más que inoportuna lesión que sufrió en esa misma temporada donde el Marsella se coronó campeón y que luego coincidió con la llegada de un nuevo entrenador, Raymond Goethals, tras la renuncia inesperada de Beckenbauer, quien también tuvo diferencias con Tapie. Así, los problemas físicos dejaron relegado en la consideración del flamante técnico a Cantona, quien ya desgastado por la relación con el presidente solicitó ser transferido. Un final triste que, una vez más, confirmó el refrán que dice que nadie es profeta en su tierra.
INGLATERRA, LA TIERRA DE LA CORONACIÓN DEL REY
La salida definitiva del Olympique de Marsella desembocó en la transferencia al Nimes, un club del sur de Francia que en aquel entonces era un recién ascendido a la Primera División. Y, como no podía ser de otra manera en sus pagos, el paso de Cantona por «Los Cocodrilos» no resultó fructífero: sólo 2 tantos en 17 partidos y una suspensión por agredir a un árbitro.
En 1991 y a sus 25 años, Éric decidió finalizar su carrera. Las lesiones inoportunas, los conflictos y su duro temperamento no parecían resistir una nueva sanción por parte de la Federación Francesa de Fútbol, por lo que prefirió ponerle un punto final a una trayectoria que, a juzgar por su capacidad, no había sido buena hasta ese momento.
Sin embargo, las cosas cambiaron. Porque el histórico Michel Platini, que en ese momento era el seleccionador de Francia, convenció a Cantona para que le diera una nueva oportunidad a la pelota y le hizo una sugerencia: mudarse a Inglaterra.
El jugador —que fue acosado por su entorno para reconsiderar su drástica decisión— lo pensó y optó por calzarse nuevamente los botines, pero esta vez lejos de casa. Fue así como, después de una fallida prueba en el Sheffield, desembarcó en el Leeds en la segunda mitad de la temporada 1991/1992, algo que terminaría siendo decisivo para su futuro: 14 goles en 35 partidos y el título de la liga inglesa, que al año siguiente pasaría a conocerse como Premier League, el formato que todavía continúa vigente.

En Inglaterra, Cantona causó una verdadera revolución. Su fútbol vistoso pero a la vez práctico y eficaz —sumado a la ínfima adaptación desde su llegada— lo pusieron en las primeras planas británicas, que veían en él a un ave fénix que resurgía tras los malos momentos vividos en su país y que llegaba a una tierra desconocida para ponerse el equipo al hombro y consagrarse campeón en un club que no conquistaba una liga desde hacía casi 20 años.
Como era de esperarse, los gigantes ingleses no tardaron en querer contratarlo y el que finalmente logró sumarlo a sus filas fue el Manchester United. Un grande que en ese momento llevaba una racha de 25 años sin ganar una liga y que, con Alex Fergusson como DT hacía ya seis años, no conseguía volver a la gloria. Hasta que llegó Cantona.
El francés encontró en el United su lugar en el mundo. En la ciudad industrial por excelencia de Inglaterra, Cantona halló a un club con hambre de gloria al igual que él y, tras atravesar allí otra rápida adaptación, se hizo líder indiscutido de un plantel sin grandes figuras que se amoldó a él. Tan así fue la combinación de la institución con el jugador que se consagraron campeones de la flamante Premier League. De esa manera, en dos años en suelo inglés Cantona cosechó más que en ocho temporadas en Francia.
Su etapa con los «Diablos Rojos» fue la más fructífera a nivel futbolístico de toda su carrera, pues allí casi no tuvo inconvenientes disciplinarios. El problema que tuvo durante su estadía en Manchester fue, irónicamente, el más recordado de todos: la patada voladora propinada en 1995 a un simpatizante del Crystal Palace londinense, que le había gritado: «Vuelve a tu país, bastardo».

Excepto los nueve meses de suspensión que debió cumplir por ese violento acto, Cantona brilló en todo momento con la camiseta roja, que usaba con el cuello levantado para soportar el frío, un detalle que luego se convirtió en otra más de las excentricidades que lo distinguieron. A lo largo de casi cuatro años, en Manchester el galo levantó 4 Premier Leagues, 2 FA Cups y 3 Charity Shields.
Su retiro definitivo llegó en 1997 y fue casi tan imprevisto como el intento fallido de 1991, pues dejó la actividad profesional con tan sólo 31 años. En ese momento, Cantona era considerado un rey en Manchester —incluso en algunos festejos lució una corona—, donde se convirtió en el referente futbolístico de jóvenes que luego serían grandes figuras, como Ryan Giggs, Paul Scholes o David Beckham, quien heredó su camiseta 7, un número que él convirtió en histórico para la institución.
Las pruebas están a la vista. A pesar de que fue —y sigue siendo— una figura controvertida tanto dentro como fuera de las canchas, Cantona también fue un distinto en cuanto a lo deportivo. Tras una primera mitad de carrera en su Francia natal que no fue de lo mejor —a pesar de haber tenido buenos rendimientos y de haber cosechado títulos—, la segunda mitad fue reparadora y en Inglaterra alcanzó el estatus de jugador consagrado que su talento merecía. A lo largo de sus 14 años de trayectoria, quizá su mayor deuda fue la falta de logros con su seleccionado, con el que jugó poco debido mayormente a su mala conducta y con el que incluso no llegó a disputar una Copa del Mundo. Algo que, de todas formas, es relativo si se considera que la conversión de Francia en un seleccionado importante se inició recién a partir de la obtención de la Eurocopa 2000.
Por eso, más allá de que tiene bien ganada la imagen negativa que lo rodea, también es un acto de justicia señalar que Éric Cantona futbolísticamente fue un astro. O tal vez un rey, como lo definieron sus más fieles y leales súbditos en Inglaterra, la tierra que lo vio ascender a ese trono que está reservado sólo para los mejores.
Imagen destacada: Action Images.

