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La AFA y el exitismo argentino, el árbol que tapa el bosque

La Selección Argentina de fútbol volvió a levantar una Copa del Mundo luego de 36 años, coronando así un proceso futbolístico que, además, tuvo como frutos otros dos trofeos: la Copa América 2020 —disputada en 2021 por la pandemia— y la Copa de Campeones CONMEBOL-UEFA 2021 —conocida comercialmente como Finalissima—.

Esta exitosa etapa del seleccionado argentino comenzó en 2018, cuando Claudio «Chiqui» Tapia, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), decidió cesar a Jorge Sampaoli, el entrenador vigente en ese entonces, cuyos resultados al mando del conjunto albiceleste no habían sido buenos: clasificación con el último suspiro al Mundial de Rusia y, una vez allí, un andar errático que encontró su final en octavos, en donde Argentina cayó ante una Francia que luego se consagraría campeona del certamen. En lugar de Sampaoli quedó Lionel Scaloni, quien había formado parte de su cuerpo técnico tanto en el seleccionado como anteriormente en el Sevilla español.

Tapia y su mejor decisión al frente de la AFA: Scaloni. Foto: Twitter.

DESGLOSANDO EL ÉXITO DEL PROCESO DE SCALONI

El ciclo de la Selección con Scaloni es positivo por donde se lo mire. Independientemente de los tres títulos ganados —que no son para nada un detalle menor, por supuesto—, el santafesino logró construir un equipo sólido que llegó a estar invicto durante 36 partidos y que tuvo como figura central a un Lionel Messi que, quizá, por primera vez en su vida se sintió más cómodo jugando en representación de su país que para su club.

Otro mérito de Scaloni fue el siempre necesario recambio generacional. Desde que él asumió el mando, jugadores jóvenes y un tanto desconocidos para el público en general como Cristian «Cuti» Romero, Rodrigo De Paul o Lisandro Martínez comenzaron a formar paulatinamente parte de las convocatorias, demostrando que lo que realmente importaba no era jugar en los clubes más grandes de Europa, sino tener un rendimiento bueno y regular. Una premisa que quedó a la vista también con la inclusión de jugadores con poca experiencia en el Viejo Continente como Juan Foyth, Gonzalo Montiel, Alexis MacAllister o Julián Álvarez. En todos ellos había un denominador común: un increíble rendimiento en el fútbol argentino y una excelente adaptación en clubes europeos a los cuales habían llegado hacía relativamente poco.

Independientemente de la incorporación de aquellos futbolistas jóvenes que probablemente sean una parte importante del futuro de su seleccionado nacional, fue igual de destacable lo que Scaloni hizo con los jugadores más experimentados. Tal vez los casos más representativos son los de Ángel Di María y Nicolás Otamendi, quienes siempre habían sido muy criticados tanto por la prensa como por los aficionados. Una crítica injusta, pues en líneas generales siempre habían rendido con la camiseta de su país. Scaloni los mantuvo en su proyecto, los hizo formar parte de la columna vertebral de su equipo y así ayudó a que tanto el ex Vélez como el surgido en Rosario Central demostraran que estaban aptos para seguir vistiendo la camiseta albiceleste cuando ya muchos pedían su baja definitiva.

Scaloni levantando la Copa del Mundo en Catar. Foto: Reuters.

LOS BUENOS RESULTADOS QUE TAPAN UNA MALA GESTIÓN

El éxito deportivo del proyecto de Scaloni es rotundo e innegable. Sin embargo, hay una cuestión de fondo que seguramente a la gran mayoría de los argentinos no les interese, pero que es vital: la concepción de ese proyecto. Es decir, ¿fue realmente un plan maestro de Claudio Tapia el poner a Scaloni al frente de la Selección? Y acá es donde muchos se equivocan, pues, bajo los efectos del poderoso aroma del éxito, no saben —o no quieren— ver que todo fue una casualidad enorme. Una casualidad exitosa, sí. Pero una casualidad al fin.

Hoy, con el diario del lunes sobre la mesa, muchos critican las palabras que el difunto Maradona lanzó cuando la AFA confirmó a Scaloni como DT del seleccionado tras una primera etapa de interinato: «Ahora ponen a Scaloni. Scaloni es un gran muchacho pero no puede dirigir ni el tráfico. ¡Cómo le vamos a dar la Selección Argentina a Scaloni! ¿Estamos todos locos?». Y si bien es cierto que, fiel a su costumbre, con esa forma de expresarse Maradona le faltó el respeto a Scaloni y eso es completamente repudiable, la realidad es que en aquel momento la decisión no parecía la más sensata. Se trataba, ni más ni menos, que de darle la dirección técnica de una de las selecciones más ganadoras del mundo a un entrenador inexperto que, más allá de haber ganado el torneo de L’Alcudia con la Sub-20, recién daba sus primeros pasos en los banquillos.

Hoy muchos dicen que Tapia fue un visionario que se dio cuenta de que en la Sub-20 tenía a un hombre que le haría ganar un Mundial. A ese nivel llega el exitismo en la Argentina, en donde incluso algún inconsciente se tatuó al presidente de la AFA junto a la Copa del Mundo. Sin embargo, lo que hoy para muchos fue la decisión más estudiada de la historia de la Selección Argentina, en aquel momento no fue más que un manotazo de ahogado que se apoyó en la buena relación de Scaloni con los jugadores, pues la AFA no contaba con las condiciones económicas necesarias para afrontar el contrato de un DT de primer nivel luego de que Tapia, en menos de un año, se cargara a dos entrenadores: Edgardo Bauza, a quien despidió un mes después de su designación como presidente tras haberlo heredado de la gestión anterior, y el mencionado Sampaoli, a quien él había ido a buscar y con el cual llegó a un acuerdo para su desvinculación.

Como la Argentina tal vez sea uno de las naciones más maquiavélicas del mundo, es muy probable que un análisis de este calibre pierda peso ante el brillo de aquellos tres trofeos que hoy reposan en las vitrinas de la calle Viamonte. Sin embargo, entender que todo esto se logró sin un plan meditado es trascendental. Hoy todos son felices con la tercera estrella y eso está perfecto. Pero si se quiere acumular una cuarta, una quinta o una sexta, hay que planificar. Porque el día de mañana Messi no estará, los rivales serán distintos y le tomarán la mano a la Selección Argentina, y tanto el rendimiento como la suerte cambiarán. Y ahí, en ese momento, es cuando un verdadero proyecto de fondo y a largo plazo marca la diferencia entre tropezarse y seguir adelante o tropezarse y caerse en un pozo.

El tatuaje del «Chiqui» Tapia que se hizo un aficionado argentino. Foto: redes sociales.

LOS EFECTOS COLATERALES: EL ÁMBITO LOCAL

La empoderada imagen de Tapia como presidente de la AFA reviste un problema que no tiene que ver con la Selección: los certámenes locales. Un problema que, en realidad, ya existía, pero que puede potenciarse si el máximo mandamás del fútbol argentino tiene incluso más poder ahora que su figura es tan ponderada.

Se trata del nefasto camino que desde 2017, el año de su elección, Tapia le está haciendo transitar a los torneos argentinos. Desde aquel entonces, las modificaciones en los torneos de todas las categorías de la AFA son una regla más que una excepción, y el caso de la Primera División, que cuenta con formatos tan cambiantes como inverosímiles, es el mejor ejemplo: las ligas a veces son todos contra todos, pero otras veces se dividen en zonas; hay fechas que son para disputar clásicos, aunque se emparejan a equipos que no son clásicos rivales pero que deben enfrentarse como tales pues no les queda otra; y luego están los ascensos y los descensos, que un día son dos, otro día son tres y otro día directamente no hay ninguno.

¿Cuál es el resultado de todo eso? Una inentendible liga de Primera División que, actualmente, cuenta con 28 equipos. ¡Sí, 28 equipos! Y aunque es cierto que la problemática la inició en 2014 Julio Grondona al incrementar de 20 a 30 los equipos participantes, también es verdad que Tapia no hizo nada para cambiar una situación que le conviene, pues con este tipo de formato tienen la posibilidad de llegar a lo más alto del fútbol argentino (y permanecer allí) equipos del Ascenso que de otra manera difícilmente alcazarían tamaño logro, y todos sabemos de dónde proviene el principal apoyo de Tapia: del Ascenso, justamente. Y eso sin mencionar que Barracas Central, el pequeñísimo y humilde club que él presidió durante años, llegó por primera vez a la Primera División justo con él al frente de la AFA y luego de polémicas decisiones arbitrales que fueron denunciadas oportunamente por sus rivales de turno.

Como si el descalabro de las ligas no fuese suficiente, «Chiqui» también hace de las suyas con las copas nacionales, que son de todo tipo y color, y algunas, incluso, increíblemente han llegado a sumar puntos para los promedios. Para muestra, un botón: la Supercopa Internacional que disputarán Boca y Racing en Abu Dabi. Dejando de lado el hecho de que se juegue un certamen nacional en un país extranjero —algo que, lamentablemente, hoy es común en todo el mundo—, lo más increíble de esta copa es que no tiene una explicación coherente: la jugarán Boca por ser el campeón de la última liga y Racing por ser el Campeón de Campeones (un título que, a su vez, ya enfrentó a los Xeneizes —también por ser los ganadores de la última liga— con la Academia —que fue el segundo de aquella liga—). Un sinsentido que, además, se convirtió en una falta de respeto hacia Patronato, con el cual Boca debe disputar la verdadera Supercopa Argentina (y no esta Supercopa Internacional, que hasta su nombre da cuenta de que es un invento). El Patrón, que fue el ganador de la última Copa Argentina, era quien en un principio iba a jugar contra Boca en Abu Dabi. Sin embargo, como a nivel mediático no sirve que Boca juegue ante un equipo modesto frente a los ojos del mundo, para Tapia fue más fácil inventar un trofeo que permitiese enviar a Racing a los Emiratos Árabes. Una vergüenza más que se suma a una enorme lista de inventos que quitan el entusiasmo a la hora de ver un fútbol argentino cada vez más inentendible.

Parecen cosas distintas, pero son similares. Tanto en lo que respecta a la Selección Argentina como en lo que tiene que ver con los torneos domésticos, la AFA toma decisiones que no parecen ser profundamente meditadas. Una de ellas, afortunadamente, salió bien: Scaloni. Pero la fortuna no puede ser parte de los principios de conducción de una institución centenaria, y mucho menos puede su destino quedar supeditado a las decisiones de alguien como Tapia, cuya lógica tiende a decidir sobre la marcha en lugar de planificar con antelación.

Imagen destacada: NA/Télam.

Periodista y escritor. Me gusta contar historias.

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