
La desesperante complejidad del mundo actual
Tal vez el título de esta entrada invite al lector a pensar que soy un renegado. Uno de esos tipos cuya frase de cabecera es esa que afirma que «todo tiempo pasado fue mejor». Y la verdad es que, si lo piensa, no estaría muy alejado de la realidad. Pero tengo mis argumentos para mirar con anhelo un mundo pasado que lucía infinitamente más sencillo que el que nos toca transitar actualmente.
Seguramente esto que me pasa a mí, también le pasó a las personas de mi misma edad en distintas épocas a lo largo de la historia. En parte es lógico, pues uno crece influenciado por sus familiares y, ante eso, suele haber dos grandes reacciones por parte de la gente: o rechazar lo de antes porque están conformes con su realidad o sentir cierta nostalgia por una era que ni siquiera vivieron pero que sus padres, abuelos o tíos les transmiten con brillo en sus ojos. Yo estoy más inclinado por la segunda opción.
Por supuesto que, como en todo en la vida, existe un equilibrio: ni todo lo de antes era una maravilla, ni todo lo de ahora es un desastre. Pero a medida que pasan los días, no puedo evitar convencerme más de que es imposible vivir tranquilo en un mundo en el cual cada vez se nos exige más y más. Y es algo que noto en diversos aspectos de la vida.
En otros tiempos, con sólo ir a la escuela secundaria era posible que una persona se realizara. Es decir, con la educación recibida hasta ese entonces, un ciudadano a sus 18 años ya estaba preparado para encarar una vida en la cual, con dedicación y por supuesto algún que otro sacrificio, podría conseguir cosas como ganarse el sustento de cada día, tener un techo bajo el cual vivir y hasta darse gustos como irse de viaje. Y no estoy hablando sólo de comer pan, vivir en una humilde habitación o viajar contando hasta la última moneda, sino que me refiero a una buena alimentación, a la posibilidad de comprarse una vivienda propia y al hecho de poder elegir dónde vacacionar disfrutando holgadamente de unos merecidos días de descanso. Y esto se podía lograr no sólo para uno mismo, sino para toda una familia que, por costumbres sociales de aquel entonces, en general era mantenida por una sola persona.
Todo eso se potenciaba, en otras épocas, si se tenía un título universitario. Ese era un estatus con el cual no sólo se podía hacer inmensamente feliz a unos padres que seguramente no habían tenido la oportunidad de alcanzar esos logros, sino también acceder a empleos mejores que brindaban la posibilidad de vivir aún más tranquilo.
En aquellos viejos tiempos, algo similar ocurría con el inglés. La persona que sabía hablar inglés contaba con un as bajo la manga que le permitía abrir puertas que conducían a una prosperidad que se complementaba con todas las demás cosas. Es decir, si ya con poseer las ganas suficientes de salir adelante alcanzaba para vivir dignamente y en paz, imaginémonos lo que se podía lograr si, además, a esa voluntad le sumábamos una formación académica y el dominio de un idioma clave en todo el mundo. No había límites.
Hoy todo eso ya no es suficiente. Ya no sólo no alcanza la escuela secundaria, sino que ni siquiera alcanza con tener el título universitario. Es más, el título de grado tampoco es suficiente, porque actualmente el mercado laboral te pide que cuentes incluso con un nivel más, que es la maestría. Y seguramente el día de mañana tampoco alcanzará con la maestría y el nuevo requisito será el doctorado. Pero, lamentablemente, el doctorado tampoco te servirá, lector. Porque, salvo algunas excepciones, lo que te enseñan en la universidad lejos está de acercarse a lo que te piden en el mercado. Por eso, independientemente de que tengas un título de grado, un posgrado, un doctorado o un posdoctorado, siempre vas a tener que estar actualizándote con cursos para no quedarte afuera de un mundo digital que avanza a pasos agigantados. Y quedate tranquilo que, si no los hacés, los empleadores te lo harán saber poniéndote un sello que dice: «DESCARTADO».
Tampoco actualmente te alcanza con el inglés. Porque hoy en día no sólo te piden que sepas hablarlo como un nativo (¿no será mucho?), sino que, además, tenés que saber hablar otros idiomas. Así, y por citar tan sólo un ejemplo, en el rubro del turismo o de la atención al cliente podés encontrar avisos en los cuales te piden que hables inglés, español, portugúes, italiano, alemán, francés e incluso otros como el ruso, el ucraniano o el chino. Esto, por un lado, es una contradicción pura, pues dan por hecho que el inglés ya lo dominás completamente porque se habla en todo el mundo, pero a la vez te piden que sepas (y a la perfección, claro) otros idiomas. ¿Para qué, si se supone que todo el mundo habla inglés? Y, por otro lado, es una verdadera locura. ¿Cuántas personas son capaces de dominar tantos idiomas? Claramente muy pocas, pero la cuenta es simple: es mejor contratar a una sola persona que sepa hablar varios idiomas aunque no los dominen tan perfectamente como se requiere, que gastar más en contratar a varias que hablen menos lenguas pero que sí las dominen perfectamente. Una ecuación que se aplica para todo, pues está de moda el perfil multitasking, al que básicamente se le pide que haga de todo por una remuneración que ni siquiera es acorde a lo exigido.
Y así es como un día te ponés a pensar que toda esa vorágine infernal en la que vivís día a día nunca se va a detener. Siempre vas a tener que estar estudiando otra carrera u otro curso u otro idioma. Algo que tampoco va a ser garantía de nada porque, incluso aunque cuentes con toda la formación del mundo, cuando quieras aplicar a un trabajo también te van a pedir la experiencia. Una experiencia que difícil tengas, porque tuviste que dedicar una enorme cantidad de años a estudiar, estudiar y estudiar. ¿Entonces?
Tal vez mi mirada es bastante pesimista y desalentadora, pero realmente encuentro a este mundo muy complejo. No es que mire para atrás y romantice otras épocas como lo hace el personaje principal de la película Medianoche en París, pero sinceramente el sistema actual me agota. Y cuando me encuentro en la disyuntiva de elegir entre lo que tengo ganas de hacer y lo que debería hacer para no quedarme afuera de todo, finalmente por mi mente cobra fuerza la idea de inclinarme por la primera y luego irme a vivir a un lugar remoto en el cual me pueda ganar la vida de una forma más sencilla que en las grandes ciudades, donde nunca nada parece ser suficiente. Porque cortar leña en el medio de un bosque noruego y luego tener el suficiente tiempo libre para vivir bien y disfrutar de los pasatiempos que me hacen feliz, a estas alturas del partido, me entusiasma mucho más que vivir eternamente capacitándome para un objetivo que, a medida que pase el tiempo, siempre se irá alejando para parecer inalcanzable.
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