
La devoción por «Dibu» Martínez: un síntoma de una grave enfermedad argentina
En 2021 la selección argentina de fútbol volvió a conquistar una Copa América después de 28 años tras muchas frustraciones producto de eliminaciones prematuras, finales perdidas y, por sobre todas las cosas, la falta de un proyecto serio. Sin lugar a dudas, uno de los protagonistas de ese tan ansiado festejo fue Emiliano «Dibu» Martínez, que con su buen desempeño en el arco fue uno de los puntos más altos del equipo de Lionel Scaloni. Sin embargo, quedarse sólo con sus enormes aciertos y no señalar sus enormes desaciertos sería caer en una importante equivocación, sobre todo si esos desaciertos son de índole moral.
Porque nadie pone en tela de juicio el rendimiento deportivo de un jugador que, a base de grandes actuaciones en la competitiva Premier League —primero en el Arsenal y luego en el Aston Villa— se ganó la oportunidad de ser convocado al seleccionado de su país para luego, también con destacadas presentaciones, ganarse la titularidad. Por supuesto que puede tener buenos y malos partidos, como cualquier futbolista, pero de su rendimiento deportivo hasta el momento casi nada se le puede reprochar. Ahora bien, ¿qué pasa con su comportamiento? ¿Qué pasa con las provocaciones al rival, con los insultos o con las burlas no sólo hacia los colegas del equipo de enfrente, sino también hacia los simpatizantes rivales?
La primera señal de alarma se produjo durante el partido ante Colombia correspondiente a una de las semifinales de esa Copa América que la Argentina terminaría ganando. Fue allí cuando, tras empatar 1-1 en el tiempo reglamentario, argentinos y colombianos debieron finiquitar el encuentro a través de los penales. Y a pesar de que Argentina se terminó imponiendo por 3-2 y accedió a la final, la noticia en todos los medios de comunicación terminó siendo el curioso comportamiento de Martínez, que con palabras y gesticulaciones no paró de incomodar a sus rivales cuando iban a patear. Por supuesto que las distracciones forman parte de la estrategia de una circunstancia de juego tan psicológica como lo son los penales, pero una cosa es distraer y otra cosa es faltar el respeto. Decir «Estás nervioso» o «Mirá que te como, hermano», puede permitirse dentro de esa vorágine en la cual Martínez no será ni el primer ni el último arquero en querer incomodar a su adversario; pero decir «Hacete el boludo, yo te conozco a vos», «Estás cagado» o «Dale cagón, que estabas hablando en el entretiempo» ya entran en el terreno de la irrespetuosidad, la mala educación y la falta de caballerosidad.
Ante este episodio, casi nadie —por no decir lisa y llanamente nadie— dijo nada. Nadie señaló que lo hecho por Martínez estaba mal, ni siquiera los periodistas, que no sólo no cumplieron adecuadamente con el importante rol de ser comunicadores ante la sociedad, sino que se sumaron al mismo efecto que generó «Dibu» en unos simpatizantes que justificaron la actitud del arquero argumentando que sólo se trataba de una estrategia para desorientar a los colombianos. Debido a una mezcla de fanatismo y de carencia de valores morales, el argentino promedio nunca supo discernir entre distraer y agredir. Otros sí identificaron el exceso pero lo justificaron alegando que era una devolución de favores ante una presunta mala actitud de los colombianos, algo que no sólo no se puede comprobar, sino que, en caso de haber sido cierto, tampoco justifica un comportamiento similar. La soberbia no se paga con soberbia y la irrespetuosidad no se paga con irrespetuosidad. Se paga con un comportamiento ejemplar. Con altura.
Pero ese cruce con Colombia no fue el único en el que Martínez dio la nota. La siguiente alarma llegó cuando su equipo actual, el Aston Villa, debió enfrentar al Manchester United de Cristiano Ronaldo. Al tener un penal en contra en el último minuto de juego, el arquero fue a provocar justamente al portugués con la intención de intimidarlo a la hora de ejecutar el tiro. «Patealo vos», le dijo «Dibu» a Cristiano, que finalmente no pateó el penal, sino que lo dejó a cargo de su compatriota Bruno Fernandes. Y allí, al igual que contra Colombia, la figura de Martínez se hizo enorme para contener el disparo y así asegurar el triunfo de su equipo. Pero, también al igual que contra los cafeteros, volvió a aflorar su lado más repudiable cuando, tras atajar el penal, se dirigió de cara a los simpatizantes del United para dedicarles un bailecito provocador muy similar al que había hecho en la Copa América cuando tapó el tiro de Yerry Mina. El contexto cambió, pero la situación fue prácticamente la misma: una acción distractoria que es totalmente válida (la chicana a Ronaldo), una acción irrespetuosa y soberbia (la cargada a los simpatizantes rivales) y la glorificación de la figura de Martínez por parte de simpatizantes y periodistas argentinos, que, obnubilados por el presente deportivo del arquero titular de su seleccionado, no supieron tomar dimensión de unos actos que resquebrajan el espíritu noble que debe caracterizar a un deporte más allá de que sea amateur o profesional. Eso no se negocia bajo ningún concepto ni tampoco es válido el argumento que dice que una cosa es una persona al entrar a la cancha y otra muy diferente es esa misma persona afuera de ella. No, señores. Los valores son los mismos adentro y afuera del campo de juego. O, al menos, así debería ser.
Y la tercera alarma resultó quizá menos llamativa, pero bastante más preocupante. Se produjo en el último partido en el cual Argentina enfrentó a Brasil —empate 0-0 en San Juan—, cuando Martínez le reprochó al talentoso Vinícius Júnior el hecho de que le haya querido picar la pelota por encima suyo en un peligroso mano a mano que finalmente el brasileño desperdició. Este acto fue distinto a los anteriores porque ya no se trató de ningún tipo de distracción, sino que directamente fue algo incomprensible y hasta ridículo de analizar. ¿Cuál es el problema de que un delantero que quiere meter la pelota en el arco rival haya intentado ese recurso en particular para lograrlo? ¿Qué diferencia hay entre eso, un remate a quemarropa o un tiro a colocar en un ángulo? Y aunque por algún motivo inexplicable eso le hubiera molestado al arquero, ¿era necesario el circo de ir a recriminárselo y encima con tan malas formas? Puede que este ejemplo de Martínez sea uno más entre los muchos que se produjeron últimamente cuando un jugador habilidoso quiere usar sus mejores armas ante unos rivales que toman eso como una falta de respeto, pero una cosa no quita la otra. Porque como reza el famoso dicho popular: el mal de muchos es un consuelo de tontos.
También es justo y necesario decir que, tras lo acontecido en la definición ante Colombia, el propio Martínez hizo una autocrítica acerca de su comportamiento. «No es es el ejemplo que les quiero dar a los chicos», manifestó el futbolista argentino, que, sin embargo, con el correr del tiempo pareció haberse olvidado de su propio arrepentimiento.
Si se quisiera hilar fino, se podrían agregar más ejemplos igual de representativos analizando cada uno de los partidos de Martínez. Sin embargo, en resumidas cuentas se trata de actitudes que, en vez de sumarle al arquero como muchos creen, le resta. Seguramente esas mismas personas que creen que Martínez es «vivo» —término que los argentinos usualmente emplean para creerse mejor que los demás— dirán que su comportamiento no le quitará al arquero los logros personales y colectivos que lucirá en las vitrinas de su carrera, y estarán en lo cierto. Pero así como en la vida no todo se trata de dinero por más que sea importante, en el deporte no todo se trata de ganar a cualquier costo. En este caso, para «Dibu» el costo será el ser tildado como un futbolista irrespetuoso y soberbio, características que sus compatriotas conocen muy bien y que, sin lugar a dudas, son las que no les dejan apreciar los errores de un jugador por el cual sienten devoción a pesar de que no los deja bien parados ante los ojos del resto del mundo. ¿O será que con esas actitudes, en realidad, los representa tal como ellos son?
Imagen destacada: EFE/Antonio Lacerda.

