Literatura

«La invención de Morel»: filosofar a través de la ciencia ficción

Las imponentes figuras de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar son los faros que marcan el camino de la literatura argentina. Sin embargo, no todo el mundo de las letras en el país sudamericano tiene que ver con ellos. Por el contrario, muchos otros autores han dejado más de una huella en el ámbito literario de la Argentina y uno de ellos es Adolfo Bioy Casares.

Aunque menos nombrado que Borges y Cortázar, Bioy Casares es considerado uno de los más grandes escritores argentinos e incluso forjó una gran amistad con Borges, que jugó un papel importante en lo que se conoce como el punto de partida de su obra: la publicación de La invención de Morel (1940).

¿Cuál es la relación entre Borges y la primera novela publicada por Bioy Casares? El prólogo que Borges escribió para su amigo en noviembre de 1940, donde calificó a la obra como «perfecta» e incluso señaló a Bioy Casares como el introductor del género de ciencia ficción en la literatura hispana. Un elogio que pudo haber parecido influido por la amistad en aquel entonces, pero que con el correr de los años demostró estar en lo cierto cuando La invención de Morel se convirtió en un clásico de la literatura universal.

«La verdadera ventaja de mi solución es que hace de la muerte el requisito y la garantía de la eterna contemplación de Faustine».

Adolfo Bioy Casares en La invención de Morel (1940)

EL NOMBRE: UNA REFLEXIÓN ACERCA DE LA INMORTALIDAD

Al comenzar la novela, seguramente al lector lo asalten dos dudas: quién es Morel y cuál es su invención. Probablemente también piense que el protagonista principal de la historia es justamente Morel. Las respuestas a esos interrogantes, sin embargo, no llegan todas de manera inmediata.

Lo primero que el relato revela es que el protagonista en realidad es un prófugo venezolano que se encuentra en una isla que él cree que se llama Villings. Allí llega en un bote tras recibir indicaciones de un mercader italiano en Calculta, quien le advirtió acerca de las desapariciones de todos aquellos que visitaron el archipiélago.

Con el correr de las páginas, el autor presenta a Morel, quien es descrito por el prófugo como una persona alta, barbuda y que viste ropa de tenis. El narrador —que cuenta todo lo acontecido en la isla en lo que sería su diario— siente un fuerte rechazo hacia Morel, pues es la persona que más cerca está de la mujer de la cual se enamoró: Faustine. Finalmente descubre que Morel es un científico y que diseñó una máquina capaz de captar la esencia de las personas a través de las imágenes.

En definitiva, la invención de Morel es un dispositivo capaz de inmortalizar a la gente. El propio Morel explica que su invento logra lo que muchos civilizaciones antiguas temían: captar el alma de las personas a través de las imágenes. Así, el científico se filmó a él mismo y a sus amigos —entre los cuales se encontraba Faustine— durante una semana en la cual fueron felices juntos para que luego de su muerte esos días se repitieran indefinidamente.

Quizá este sea el aspecto filosófico más trascendental de la novela, pues plantea la posibilidad de vivir eternamente disfrutando aquellos momentos más alegres de nuestra existencia. ¿Sería agradable que eso ocurriese? Si efectivamente sucediera, ¿qué pasaría con aquellas otras vivencias que nos definieron somo seres? ¿Acaso ese estado sería una especie de paraíso moderno? Esas mismas preguntas y otras más fueron las que invadieron la mente del prófugo, que finalmente se vio tentado de tener ese destino.

«Entonces la vida es intolerable para mí. ¿Cómo seguiré en la tortura de vivir con Faustine y tenerla tan lejos? ¿Dónde buscarla? Fuera de esta isla, Faustine se ha perdido con los ademanes y con los sueños de un pasado ajeno».

Adolfo Bioy Casares en La invención de Morel (1940)

¿AMOR U OBSESIÓN?

Otro de los temas abordados en La invención de Morel es el amor. Un tópico difícilmente ausente en las obras literarias que, en este caso, se convirtió en un eje principal del argumento por los sentimientos del narrador hacia Faustine.

Y al ahondar en esos sentimientos también surgen interrogantes. Porque si bien el amor muchas veces no entiende de razones, es difícil explicar cómo el fugitivo se enamora de Faustine, una mujer que lo cautiva pero de la cual nada conoce y que lo ignora porque es una proyección del invento de Morel, algo que el protagonista termina descubriendo más tarde.

Sin embargo, entender que la mujer que lo cautivó no es real no detiene la obsesión que siente por ella. Una obsesión que en un principio —cuando no sabía que ella era un fantasma tecnológico— lo llevó a prepararle un pequeño jardín de flores y a declararle sus sentimientos de rodillas. Una obsesión que, en definitiva, lo condujo a la muerte. A un camino que él mismo eligió para formar parte de esa eterna representación que lo llevase a una eternidad junto a Faustine.

«Hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine», ruega el narrador en las últimas líneas del relato con la esperanza de que la mujer que ama pueda percibirlo una vez que que él sea uno más de los fantasmas que habitan la isla. La historia no nos cuenta si eso es posible, pero sí nos asegura que a través de ella su autor empezó el ascenso hacia el exclusivo cielo de la literatura.

Imagen destacada: Martín Bugliavaz.

Periodista y escritor. Me gusta contar historias.

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