Literatura

«La ladrona de libros» y una singular forma de contar la Segunda Guerra Mundial

Que la Segunda Guerra Mundial dio mucha tela para cortar, no es una novedad. Que hay muchas historias que derivaron de ella, tampoco. Sin embargo, sí es una novedad la manera en la que el escritor australiano Markus Zusak contó los horrores de aquel conflicto bélico en su novela La ladrona de libros.

La obra fue publicada en el año 2005 bajo el nombre de The Book Thief y terminó de afianzar a nivel internacional al autor oceánico de origen europeo, quien para ese entonces ya había publicado otras cuatro novelas y había recibido dos premios por una de ellas (The Messenger, 2002). ¿Cuál fue el as bajo la manga que tuvo Zusak a la hora de escribir ese quinto título que resultó tan exitoso que fue llevado al cine ocho años más tarde? Sus raíces.

Es que el australiano creció escuchando las historias de la Segunda Guerra Mundial que su padre Helmut —nacido en Austria— y su madre Lisa —nacida en Alemania— tenían para contarles a él y a sus tres hermanos. Sin embargo, quien más lo influyó a la hora de crear La ladrona de libros fue su madre, quien inspiró el nombre del personaje principal de la historia: una niña alemana llamada Liesel Meminger.

La novela tiene como escenario principal a Molching, una ficticia ciudad alemana aledaña a Múnich. Allí Liesel llegará para ser recibida por una familia de acogida luego de que su madre la deje probablemente para escapar del exterminio nazi (algo que se cuenta implícitamente en la historia) y tras la muerte de su hermano menor por una enfermedad. Y es justamente cuando muere su hermano que Liesel se encuentra con uno de los tantos protagonistas secundarios de la obra: un libro.

«Podría presentarme como es debido pero, la verdad, no es necesario. Pronto me conocerás bien, todo depende de una compleja combinación de variables. Por ahora baste decir que, tarde o temprano, apareceré ante ti con la mayor cordialidad. Tomaré tu alma en mis manos, un color se posará sobre mi hombro y te llevaré conmigo con suma delicadeza».

La Muerte en «La ladrona de libros» de Markus Zusak (2005)

Liesel halla tirado en el piso del cementerio un libro titulado El manual del sepulturero, y de esa manera comienza una carrera como recolectora de libros (pues no todos los roba) en una Alemania nazi donde muchas obras son incineradas por considerarse ofensivas para la patria o para el régimen de Adolf Hitler.

Es interesante ver cómo con el correr de las páginas el personaje de Liesel toma conciencia del poder de las palabras a medida que aprende a leer. Y el ejemplo más claro de ello es el efecto apaciguador que la literatura puede tener en momentos de tanto sufrimiento como lo es una guerra, que en la historia es relatada sin tapujos. Porque Zusak mostró no tener reparos a la hora de hablar de pestes, crímenes de lesa humanidad y pérdidas tanto materiales como sentimentales que afectan de lleno a los personajes más simpáticos de la novela.

Sin embargo, más interesante es el detalle que hace tan especial a La ladrona de libros: el narrador. ¿Por qué? Porque quien relata la historia tanto de Liesel como de los demás personajes es la mismísima Muerte, un narrador omnipresente cuyo poder le permite conocer con lujo de detalles las vidas de todos aquellos que forman parte del argumento. Lejos de presentarlo con la oscuridad que se le suele atribuir, Zusak describe a la Muerte como un ser divertido e irónico que, a pesar de ser milenario, no deja de asombrarse de las características negativas y positivas de los humanos, que van desde el instinto de supervivencia hasta el poder de autodestrucción. Una contradicción tan llamativa como real.

El final de La ladrona de libros, como no podía ser de otra manera tratándose de la Segunda Guerra Mundial, es trágico. Hay bombardeos, destrucción, muertes masivas y sufrimiento. Pero también hay un mensaje. Es el mensaje que da Zusak —que es hijo de dos supervivientes de aquella guerra— a través de la Muerte y que tiene que ver con que sólo nosotros, los seres humanos, somos capaces de preservar nuestra especie. ¿Cómo? Aprendiendo de los errores del pasado, que muchas veces están intactos en la memoria de quienes vivieron las peores de las desgracias. Como ocurrió con la memoria de Lisa Zusak, quien en Alemania vivía en una pequeña ciudad cerca de Múnich y fue la verdadera ladrona de libros.

Imagen destacada: Martín Bugliavaz.

Periodista y escritor. Me gusta contar historias.

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