
La magia del Café Cortázar
La mirada de Julio Cortázar en el exterior. La calidez en el interior. Las pinturas, las fotografías y los libros. Todos esos elementos confluyen en una esquina de la Ciudad de Buenos Aires que es poco visible, pero muy conocida pues es aquella donde está emplazado el Café Cortázar.
La intersección en cuestión es la de la calle Cabrera y la avenida Medrano, en el barrio porteño de Palermo. En realidad, a una cuadra de la avenida Córdoba, que en ese punto divide a Palermo de Almagro, barrio que por ese ínfimo límite geográfico también tiene el honor de ser el huésped del bar realizado en honor a Cortázar, uno de los más reconocidos escritores argentinos de todos los tiempos.
Aunque nació en Bruselas y murió en París, Cortázar vivió la mayor parte de su vida en la Argentina y más precisamente en Buenos Aires —además de un breve paso por Mendoza—. En la patria de sus padres forjó la pasión por la literatura y allí recibió la formación que lo llevaría a ser la figura reconocida que actualmente es, pues en 1935 obtuvo el título de profesor en Letras otorgado por la Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas “Mariano Acosta”.
A pesar de que Cortázar residió en diferentes puntos de la Provincia de Buenos Aires como Banfield, Bolívar o Chivilcoy, lo cierto es que el primer bar inspirado en su vida se abrió en la Ciudad de Buenos Aires. El Café Cortázar se inauguró en 2015 tras acondicionar una casona de dos pisos de estilo europeo construida en el año 1899, un detalle no menor a la hora de hablar de un escritor nacido en Bélgica que además vivió sus últimas décadas en Francia.
Justamente las características edilicias del bar le agregan una mística extra al lugar. Los amplios ventanales, el piso de cerámica y la escalera de trabajada madera se acoplan de manera excelente con las mesas redondas de mármol típicas de bares franceses ubicadas en el interior.
De todas formas, lo que lógicamente terminar de definir el ambiente del Café Cortázar son las referencias a la vida de su inspirador. Los antiguos muebles de madera gastada repletos de libros de su autoría, cuadros con fotografías suyas —algunas inéditas o muy poco vistas— y pinturas que trasladan inmediatamente a las obras cortazarianas, entre las cuales resalta “Rayuela”, ilustrada con un colorido dibujo ubicado en lo alto del segundo piso.
Pero eso no es todo si de Cortázar se habla. Porque el escritor no sólo le da vida a lo físico del lugar, sino que además también está inmortalizado en el nombre de la variada comida que se sirve allí. Es así como el cliente puede tomarse un café “Los premios” o uno “Bestiario”, y si quisiese comer algo podría encontrarse con picadas como “Julio” o “Deshoras”. Eso sí, si las picadas no convencen y se quiere optar por algo más liviano, dentro de las ensaladas hay diferentes opciones como “La maga” o “Divertimento”.
“Todo dura siempre un poco más de lo que debería”, reflexiona Cortázar acerca del amor a través de “Rayuela”. Pero si se habla de su obra, lo cierto es que el bar que lleva su apellido contribuye a que su legado dure más. Y así debería ser.
Imagen destacada: Martín Bugliavaz.

