
La muerte de Pelé es la muerte de la esencia del fútbol
Ayer fue un día triste. Uno de esos en los cuales se siente el dolor de la pérdida de una persona célebre casi con la amargura que se experimenta al ver partir a alguien que conocemos de toda la vida. Ayer se murió Pelé y todos los que amamos el deporte en general y el fútbol en particular lo sufrimos profundamente, porque con él, además, se murió el verdadero fútbol.
La desaparición física de Pelé en el antepenúltimo día de este 2022 se suma a la partida de los otros tres jugadores que han cambiado el fútbol en sus épocas: Alfredo Di Stéfano (2014), Johan Cruyff (2016) y Diego Armando Maradona (2020). Desde ya, una advertencia para el lector: este artículo no se trata de compararlos ni tampoco tiene como fin entrar en la futil discusión acerca de quién fue el mejor. Eso es preferible dejárselo a aquellos que tengan ganas de desperdiciar tiempo y energía en algo que no va a llegar a ninguna conclusión contundente. Más bien, este artículo es para rendir un homenaje al espíritu de un fútbol amateur que ayer perdió a uno de sus más grandes cómplices.
Si el fútbol fuera una religión y los estadios unos templos, sin lugar a dudas Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona serían esas deidades a quien los fieles ofrecerían sus más devotas adoraciones. Y si bien actualmente tenemos entre nosotros a Lionel Messi, otro dios futbolístico que está predicando en la Tierra, nada es lo mismo. Porque lo que Messi hoy hace es parte de otra religión, una especie de cisma de la religión original.

¿Cuál es la gran diferencia entre aquella vieja religión, la original, y la que conocen la gran mayoría de los fieles de hoy en día? El dinero y, en el fondo, los valores. Porque ese espíritu que antes le daba vida al fútbol ya no está entre nosotros y, en cambio, lo que hoy tenemos es un fútbol que sólo se mueve por el dinero y no por el amor al deporte en sí. De hecho, si bien por definición claramente es un deporte, en realidad hoy el fútbol más que eso es un show. Un espectáculo en el cual el dinero mueve los hilos, y en ese panorama los sentimientos y los principios tienen cada vez menos cabida.
Aquellas cuatro deidades que hoy ya nos miran desde otro plano eran diferentes entre sí. Cada una jugó en épocas y en países distintos, pero todas tuvieron algo en común: jugaban por el amor al fútbol y defendían los colores de sus camisetas con pasión, poniendo en ello todo el peso de sus valores.
Di Stéfano, tras demostrar todo su potencial en el fútbol argentino y luego de un breve paso por el fútbol colombiano, llegó a Madrid para ayudar durante una década a construir esa imagen de club ganador y todopoderoso que hoy en día posee el Real Madrid. A nivel selecciones no tuvo la suerte de ganar mucho (sólo una Copa América con Argentina) e incluso no llegó a jugar un Mundial, pero eso en parte fue producto de sus valores, pues la Saeta Rubia a partir de 1957 dejó de representar a una Argentina ganadora a nivel continental y protagonista a nivel mundial para defender los colores de España, un país que en aquel entonces no era una potencia futbolística como lo es actualmente, pero con el cual sentía una gran conexión desde su llegada a la capital.

Un poco más tarde en el tiempo llegó Edson Arantes do Nascimento, que luego quedaría inmortalizado para todos como Pelé. El astro brasileño no sólo se encargó de convertir en trofeos la calidad que su país poseía —y posee— a la hora de jugar a la pelota tras ganar tres Mundiales, sino que, además, contribuyó a hacer importante a un club pequeño y humilde de San Pablo como lo era el Santos. Un club del cual nunca se quiso ir, al punto tal que rechazó jugosas ofertas económicas para seguir transitando los vestuarios del Urbano Caldeira y caminando por las calles paulistas, en donde se sentía completamente a gusto estando cerca de su gente.
El siguiente en la lista fue Johann Cruyff, quien, al igual que Di Stéfano, no tuvo la suerte de ganar un Mundial. Sin embargo, lo que Cruyff hizo jugando al fútbol fue tan relevante que no sólo puso a los Países Bajos en el primer plano del deporte más popular del mundo, sino que, además, logró que hoy en día muchos se acuerden más de un segundo que de un campeón: aquella selección neerlandesa (la Naranja Mecánica) que cayó en la final del Mundial de 1974 ante la local Alemania. Pero lo que El Flaco nos legó no sólo fue vistiendo la camiseta de su país, sino que con su juego contribuyó a crear la estirpe ganadora de dos clubes grandes: el Ájax de su país, que antes de su aparición no tenía una fuerte presencia internacional; y el Barcelona español, al cual le dio más protagonismo en una liga que, previo a su llegada, era dominada por el Real Madrid. Dueño de una personalidad fuerte, Cruyff de hecho terminó en el equipo catalán para llevarle la contra a un Ájax que justamente lo quería transferir al Madrid. Algo similar ocurrió cuando, tras su retorno a Ámsterdam, el Ájax otra vez se lo quiso sacar de encima y él decidió irse al Feyenoord de Róterdam, el máximo rival del club de la capital, y encima lo sacó campeón. Como si todo eso fuera poco, en 1978 decidió no participar del Mundial disputado en la Argentina en reclamo por la dictadura militar que estaba gobernando al país sudamericano en aquel entonces.
Y el último en descender de los Cielos fue Pelusa: Diego Armando Maradona. Es difícil decir de Diego algo que su enorme figura no haya contribuido a contar, pero de todo lo que lo caracterizó a lo largo de su carrera deportiva, sin lugar a dudas, lo más destacable fue esa pasión por la pelota y la personalidad con la cual defendió la camiseta de equipos que no eran los más poderosos o que no estaban atravesando sus mejores momentos. Contribuyó a hacer importante a un equipo de barrio como Argentinos Juniors, ayudó a un deslucido Boca Juniors a salir campeón después de 5 años, dejó una marca en un Barcelona que no era ni de cerca el club ganador que conocemos hoy en día e hizo gigante a un pequeño Napoli con el cual no sólo ganó títulos en su país tras veces a los poderosos conjuntos del norte de Italia, sino que, además, también conquistó trofeos internacionales. Y luego está lo conseguido con la Selección Argentina, a la cual en 1986, y luego de ganar el Mundial, le dio esa imagen de seleccionado poderoso y ganador que ni siquiera había adquirido tras ganar levantar la Copa del Mundo de 1978.
Por supuesto que los cuatro jugadores eran profesionales y vivían del fútbol, por lo cual el dinero nunca estuvo ausente a lo largo de su camino. Di Stéfano se fue a jugar a Colombia porque en la Argentina los salarios de los futbolistas estaban limitados por el Ministerio de Trabajo, Pelé terminó su carrera en el New York Cosmos estadounidense y Maradona confesó en una entrevista que prefería jugar en River, pero que terminó en Boca porque fue quien pagó por su transferencia. Sin embargo, todos ellos contaron con una firme personalidad y fueron íconos de un fútbol que, a pesar de ser profesional, todavía no había permitido que el dinero tuviese el poder necesario para dominar las decisiones de los jugadores e impedir las grandes hazañas de los equipos más humildes.
Hoy sería imposible ver a un Messi jugando para un Napoli, a un Cristiano Ronaldo quedándose de por vida en el Sporting de Lisboa o a un Mbappé renunciando a un Mundial por una cuestión de principios. Eran otros tiempos, con personas que, en líneas generales, poseían personalidades y valores fuertes y firmes que habían sido moldeados previamente por un mundo sombrío. A algunos les puede gustar más el fútbol de hoy y seguramente no mirarán con tanta nostalgia el pasado. Pero a quien escribe estas líneas eso le cuesta bastante, pues ver que el fútbol va perdiendo su esencia le resulta totalmente descorazonador. Por eso es necesario, tras su adiós, dejar en claro la importancia de la figura de Pelé, que fue un magnífico futbolista sin la necesidad de irse al extranjero a tener la mejor indumentaria, la mejor tecnología o una cuenta bancaria repleta de billetes. Fue enorme con lo que tenía y, además, fue feliz con eso. Obrigado, Rei.
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