Las nuevas generaciones y la triste pérdida de valores
Probablemente, a lo largo de la historia cada generación ha visto con ojos críticos a su sucesora. En otros tiempos, las personas tendían a ser más conservadoras y, debido a eso, muchos cambios que se fueron manifestando en las nuevas juventudes no han sido aceptados de buena gana, ya sea que se hable de moda o de música, pasando también por hábitos y costumbres. Y si bien esas críticas muchas veces suelen ser superficiales y, por ende, infundadas, también es cierto que las nuevas generaciones evidencian ciertos comportamientos que, al menos a mi modo de ver, resultan decepcionantes.
LA FALTA DE CARÁCTER ANTE LA ADVERSIDAD
Que hay que quejarse cuando las cosas no funcionan bien es una realidad. Si el Estado del que formamos parte no establece las condiciones básicas para que podamos vivir dignamente, es necesario alzar la voz para, por lo menos, intentar que las cosas cambien. Sin embargo, al mismo tiempo que nos quejamos, tenemos que saber valorar lo que tenemos gracias a los difíciles obstáculos que nuestros antecesores tuvieron que sortear. Y eso es algo que la gente joven actualmente parece no tener en cuenta.
A lo largo del confinamiento por la pandemia, me he cansado de escuchar reclamos de gente joven —de 35 años hacia abajo, en líneas generales— ante el malestar de tener que estar encerrados todo el día en sus casas. ¿Fue lindo estar obligado a permanecer en nuestros hogares? Claramente no, pues ninguna pérdida de libertades puede ser agradable. Pero afuera, mientras muchos de nosotros estábamos encerrados cómodos y hasta pudiendo trabajar de forma remota, muchos otros se estaban muriendo por verse forzados a tener que salir de sus casas para ganarse, de una forma u otra, el pan de cada día. Ni hablar de aquellos que, en todo ese contexto, ni siquiera tenían un hogar bajo el cual cobijarse al caer la noche.
Algo similar ocurre hoy en día con algunas de las consecuencias que acarrea la guerra entre Rusia y Ucrania. Particularmente en Europa, algunos precios se han disparado por la imposibilidad de Ucrania de importar la materia primera de la cual se nutre el resto del continente. Y, ante eso, nuevamente las sobredimensionadas quejas del sector más joven de la población, que no parece darse cuenta de lo ridículo que es reclamo por unos céntimos menos acá o unos céntimos menos allá, cuando hay personas cuya preocupación es si mientras duermen serán borbardeadas o no.
La llamada «Generación de cristal», que muestra estos signos de debilidad ante las dificultades de una vida cotidiana que nunca ha sido fácil a lo largo de la historia, teóricamente es la Generación Z, es decir, la compuesta por aquellas personas nacidas a partir de mediados o fines de los 90. Más allá de que yo discrepo e incluiría en la misma categoría a los nacidos una década antes —Generación Y—, lo cierto es que, tanto unos como otros, tuvieron —tuvimos, me incluyo— abuelos que participaron y/o escaparon de guerras, con todo lo que eso implica: dolor físico, dolor psicológico, hambre, pérdidas y muchísimas cosas más. Y ahí es cuando yo me pregunto: ¿qué pasó en el medio para pasar de una generación tan resiliente a otra tan débil? ¿Será que acaso muchos no han querido que sus hijos sufrieran lo mismo que ellos y sus padres, y por eso los criaron de una forma que los tornó endebles? Yo no tengo la respuesta a esos interrogantes, pero es inevitable que, al reflexionar sobre el asunto, se me venga a la mente una frase de la novela Aquellos que quedan de Michael Hopf: «Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáciles, los tiempos fáciles crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles».
LA EVAPORACIÓN DE LOS VALORES MÁS BÁSICOS
En una era donde la comunicación está más desarrollada que nunca, justamente lo que menos hacemos es comunicarnos. O, mejor dicho, nos comunicamos mal. Porque nadie duda que enviar emojis, stickers o un monosílabo a través de un celular es una forma de comunicarse, ¿pero cuántos estamos de acuerdo en que ese modo de comunicación deja mucho que desear?
Si miramos hacia atrás, con muchas más dificultades nuestros ancestros se comunicaban mucho mejor que como nosotros lo hacemos hoy en día. ¿Había que enviar cartas que cruzaran el océano y tardaran días, semanas o quizá meses en llegar? Se enviaban. ¿Había que hablar por teléfono aunque sea cinco minutos porque era costoso? Se hablaba cinco minutos, pero se hablaba. Ejemplos hay muchos, pero todos tienen un común denominador: el interés. Cuando hay interés, nadie pone excusas a la hora de enviar una carta, llamar por teléfono o hasta viajar para comunicarse con alguien. Mucho menos enviar un mensaje de texto o de voz. Sin embargo, hoy ese interés no abunda.
La «Generación de cristal», una vez más, se empeña en mostrarnos su fragilidad. Mientras que sus padres y abuelos lograban comunicarse con sus seres queridos tras batallar con las escasas herramientas de las cuales disponían, hoy ellos no son capaces de responder un mensaje. O, muchas veces, sí lo responden… pero con días de retraso. Muchos dirán que esa forma de comportarse es una evolución, pues supone tomarse las cosas de una manera relajada para así responder cuando verdaderamente se tenga ganas y sin sentir un compromso de hacerlo. Esa es la excusa, claro. ¿Cuál es la verdadera razón? La mencionada falta de interés y, por supuesto, la falta de compromiso hacia las personas que, del otro lado de la pantalla, esperan con ilusión una respuesta. En definitiva, una escasez de valores que da cuenta de una debilidad extrema. Porque si no es debilidad, ¿cómo se le llama a sentirse agobiado ante algo tan sencillo como mantener una conversación?
La pérdida de la empatía y del respeto hacia el otro, que son síntomas inequívocos de esas relaciones líquidas que definió en sus días el sociólogo polaco Zygmunt Bauman y que hace que todo sea temporal y pasajero, no pueden ser una evolución, sino todo lo contrario: una involución. Algo que guarda relación con la parte de la frase de Hopf citada anteriormente que asegura: «Los hombres débiles crean tiempos difíciles». Y cuando digo hombre, valga la aclaración, me refiero al ser humano como colectivo. No sea cosa que, para variar, alguien se sienta lastimado y se queje. Qué tiempos difíciles…
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