Mis cuentos

«Lo que importa es lo de afuera»

Ángeles vivía en un país pobre. En realidad, era un país muy rico, pero las malas decisiones de sus gobernantes lo habían sumido en la pobreza. La cuestión es que, debido a los problemas económicos y sociales existentes en su tierra, Ángeles había decidido emigrar.

Sin embargo, Ángeles no quería emigrar por el sólo hecho de buscar más dinero. No, lo que ella quería —aparte de tener un mejor pasar económicamente hablando, claro— era mudarse a un país que se destacara por su cultura. Por su desarrollo. Y fue por eso que no dudó en elegir como destino la nación de la cual venían algunos de sus abuelos, que se encontraba en un continente muy alejado del suyo, pero que se destacaba por estar a un nivel superior en distintos ámbitos.

Tanto de los libros como de los relatos de sus abuelos, Ángeles había aprendido que en aquellas tierras lejanas siempre se estaba un paso adelante, pues se trataba de sociedades milenarias que ya habían atravesado mucho tiempo atrás los problemas que ahora aquejaban a su patria. Y eso la entusiasmaba muchísimo, pues esperaba encontrarse rodeada de personas que la hicieran crecer culturalmente. El hambre de aprender de Ángeles era inmensa, y aquel nuevo horizonte representaba el más tentador de todos los platos para saciarse.

Pero no todo lo que brilla es oro. Esa frase Ángeles la había aprendido de su abuela, la misma cuyas raíces la incentivaron a emprender ese viaje. Y cuando llegó a la tierra de su querida abuela, Ángeles no pudo evitar sentir decepción.

Ocurría que lo que Ángeles esperaba era, básicamente, el país maravilloso que su abuela le había descrito. Un país rebosante de cultura en un continente que culturalmente, en teoría, estaba mucho más avanzado. Y, a pesar de que en efecto sí se podía percibir aquel avance, no era tal como Ángeles imaginaba.

¿Con qué se encontró Ángeles en ese nuevo destino? Con la superficialidad más mundana que jamás se hubiese imaginado. En las calles, sólo veía gente que lo único que le importaba era tener la fotografía con tal o cual monumento, con tal o cual hito histórico, con tal o cual comida. En los museos, sólo veía personajes que, en lugar de disfrutar las exposiciones, estaban más preocupados por tomarse una selfie que acreditase que efectivamente ellos habían estado allí. Porque parecía que, si no había foto, para el resto del mundo no habías estado realmente en ese lugar.

En la capital del país al cual Ángeles se mudó había una plaza. Era antigua, enorme y verdaderamente imponente. A Ángeles le gustaba ir allí siempre que podía porque le hacía imaginar viejas épocas en las cuales por ese lugar transitaban reyes montados a caballos, caballeros masónicos y vaya a saber cuántos personajes históricos más. Sin embargo, con el paso tiempo Ángeles empezó a perder el goce que le producía estar en ese sitio tan maravilloso. Porque, claramente, ella no era la única que concurría a la plaza, sino que miles de personas la transitaban por día. Aunque, muy a pesar de Ángeles, la gran mayoría de esas personas no iban allí por los mismos motivos que ella.

Un día, Ángeles estaba sentada en uno de los antiguos y magníficos bancos de la plaza cuando se acercaron a ella dos mujeres que venían de su misma tierra. Estaban muy bien vestidas, pues llevaban sendos vestidos blancos y zapatos de tacones dignos de una fiesta organizada por la realeza. De hecho, Ángeles pensó que tal vez se trataba de alguna producción de fotos para un evento importante. Pero estaba equivocada, y se dio cuenta de su error cuando, sin quererlo, escuchó la conversación que aquellas dos excitadas mujeres mantenían a gritos en el medio de la plaza.

—Así, sacame la foto así, como si fuera casual —indicaba una de ellas mientras se acomodaba sus gafas de sol y miraba hacia la nada.

—Quedate así, quieta, que estás saliendo divina —dijo la otra mientras tomaba fotografías sin parar con su celular—. Tu Instagram va a explotar.

—Espero que sí, mínimo con estas fotos tengo que tener mil likes —dijo la que estaba posando mientras se acomodaba el pelo y el vestido—. Pero apurate que todavía nos falta sacarnos fotos en tres museos, dos palacios y ese jardín que te conté.

—Pero ese jardín es horrible, no sé realmente qué le ven todos. ¿Es necesario que vayamos? Podríamos ir a ese otro jardín que te dije yo, el que está en las afueras de la ciudad.

—Ay, amiga, ¡ya hablamos de esto! Ese jardín que decís vos será muy lindo, sí, ¡pero no lo conoce nadie! Ninguno de mis seguidores estará impresionado si voy ahí. En cambio, si voy a ese que es famoso, se van a volver todos locos. Es un ícono de la ciudad y no puedo no ir, incluso aunque sea feo, ¿entendés?

Ángeles no podía creer lo que sus oídos captaban y su indignación era tal que decidió irse, pues ya no podía disfrutar de su amada plaza en paz. No era la primera vez que escuchaba una conversación de esa índole, pero, sin lugar a dudas, esa era por lejos la que más le había afectado. ¿Acaso la gente viajaba miles de kilómetros sólo para demostrarles a los demás que habían estado allí? ¿Era posible que gastaran tanto dinero e incluso hasta se endeudaran sólo para ver cosas que realmente no tenían ganas de ver? ¿Cómo podía ser que, teniendo tanta oferta cultural para elegir a dónde ir, muchas personas eligieran moverse de un lado a otro sin parar sólo para tener una fotografía?

En un principio, cuando recién había llegado a su nuevo hogar, a Ángeles le pareció que casi todos los que provenían desde su tierra tenían la misma actitud que mostraban esas dos mujeres en la plaza. Y no se equivocaba, pues la gran mayoría se comportaba de esa manera. No obstante, con el paso del tiempo Ángeles comprendió que no se trataba sólo de ellos, sino de casi todas las personas en general, pues era una cuestión generacional. Ángeles se dio cuenta de que, lamentablemente, para muchos, independientemente de cuál fuera su origen, lo que realmente importaba era lo de afuera. Y eso, por más que intentara evitarlo, la decepcionaba profundamente.

Detalles del cuento

Título: «Lo que importa es lo de afuera»

Autor: Martín Bugliavaz

Fecha de publicación:  6 de noviembre de 2022

Periodista y escritor. Me gusta contar historias.

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