
«Los dictadores impensados»
Si alguien te dijera que un país está tiránicamente gobernado por un trío integrado por un defensor de los derechos humanos, una feminista y un vegano, seguramente no lo creerías. Pero te aseguro que, aunque suene inverosímil, es totalmente cierto.
Lo más curioso del caso es que, al igual que como ocurrió con muchos otros gobiernos a lo largo de la historia, esos dictadores alcanzaron el poder gracias al voto popular. Fue un proceso que no sólo llevó años, sino décadas, pero que avanzó a paso firme. Sin prisa, pero también sin pausa.
Todo comenzó cuando en aquel país retornó la democracia, que había estado prohibida durante muchísimos años por obra y gracia de otro trío de gobernantes, en este caso militares. Provenientes de distintas ramas de las Fuerzas Armadas —uno del Ejército, otro de la Armada y otro de la Fuerza Aérea—, aquellos hombres tomaron decisiones equivocadas de diversa índole. En esta historia no viene al caso cuáles fueron esas equivocaciones, pero lo que sí es importante saber es que el pueblo de aquella nación repudió a esos militares cuando la dictadura finalmente llegó a su ocaso. Sin embargo, la gente no sólo tomó represalias con esos tres militares —que eran del más alto rango—, sino que el odio fue tan grande que, al volver a vivir bajo un régimen democrático, tanto las Fuerzas Armadas como las Fuerzas de Seguridad pasaron a ser denigradas por la gran mayoría de los ciudadanos.
De repente, utilizar un uniforme de cualquiera de aquellas bastardeadas fuerzas se volvió todo un acto de valentía, porque salir a la calle uniformado era motivo de insultos sin ningún tipo de razonamiento. De repente, ser militar parecía ya no ser un motivo de orgullo, sino una decisión que implicaba todo tipo de problemas, que iban desde la preocupación de unos padres que temían por las agresiones que sus hijos pudieran sufrir por dedicarse a lo que les apasionaba hasta la falta de infraestructura con la que aquellos jóvenes soldados se encontraban en un país cuyos gobernantes decidieron, en un acto de denodado populismo, recortar el presupuesto de todas aquellas instituciones que debían velar por la seguridad de los ciudadanos.
Pero eso a la gente no le importó, sino que, tal como predijeron los gobernantes de turno, lo celebró. ¿Qué importaba que aquellos militares, a los que consideraban unos sádicos, ahora no tuvieran más presupuesto para comprar equipamiento y armamento? ¿Qué importaba que los soldados ganaran salarios miserables que, en muchos casos, ni siquiera alcanzaban para subsistir?
Esa misma forma de razonar también se aplicó a los juicios a los que muchos militares se vieron sometidos. Porque si bien es cierto que muchos de ellos fueron encontrados culpables de crímenes de lesa humanidad y condenados tal como la ley mandaba, también es cierto que muchos de ellos no pudieron ser condenados por falta de pruebas y aún así tuvieron que terminar sus días en una prisión en condición de procesados. Pero ¿qué le importaba eso a un pueblo que englobaba a todos los militares como si se hubiera tratado de uno solo? ¿Qué le importaba eso a todas aquellas personas que sólo veían la cara de la moneda que más les convenía ver?
Fue así como esa manera de pensar llevó progresivamente a aquella nación a las ruinas. Lo que un principio empezó como miedo a las Fuerzas Armadas y a las Fuerzas de Seguridad, luego se convirtió en una excusa para muchas viles personas que quisieron llevar al país a la anarquía. Y lo lograron, porque la falta de respeto que la mayoría de las personas sentían por quienes debían poner orden, con el tiempo se convirtió en desobediencia. Una desobediencia que derivó en que cada cual hiciera lo que quisiera, y que a la larga llevó a que otra vez se produjera esa falta de libertades que el país conocía muy bien.
Seguramente a esta altura del relato te estarás preguntando qué relación tiene la historia de un país con el ascenso al poder de ese trío de personas tan particulares como impensadas para llevar a cabo una dictadura. La respuesta es que todo está directamente relacionado.
Juan García era un abogado hijo de desaparecidos, algo que, por supuesto, lo marcó para toda la vida. Tras enterarse la verdad acerca de sus padres, Juan comenzó a militar en un partido político que luchaba por el cumplimiento de los derechos humanos y no paró de crecer hasta liderar el espacio para el cual dejaba toda su energía. Se creería que una causa de ese estilo era noble y bien intencionada y se estaría en lo cierto, pero también es cierto que Juan estaba lleno de odio por lo que le había tocado vivir. La injusta y horrible muerte de sus padres le dejó una herida en su corazón que parecía indeleble, y es por eso que su lucha estaba teñida de fanatismo. Un fanatismo que lo impulsaba a discutir a muerte contra aquellos que no lo trataban con lástima por ser un hijo de desaparecidos, y que no le permitía ver que su cruzada por los derechos humanos tenía matices que hacían de la cuestión más que un siempre blanco o negro. Así, por ejemplo, Juan no podía entender cómo había gente que pensaba que a los delincuentes que robaban, torturaban o asesinaban había que tratarlos con dureza, así como tampoco podía comprender que hubiera gente que tuviera propiedades privadas sin ocupar cuando había tanta gente en situación de calle.
De todas formas, Juan no era el único que tenía pensamientos radicalmente antisistema. Un ejemplo de ello era Malena Rimoldi, una joven estudiante de Derecho que se consideraba a sí misma como feminista, y que militaba activamente en busca de la conquista de mejores condiciones para las mujeres dentro de la sociedad. Por supuesto que su causa era lógica y completamente entendible, pero Malena tenía un gran problema: el fanatismo. Y como es bien sabido, el fanatismo ciega. Ciega tanto que Malena no podía darse cuenta de que muchas de las ideas que ella proponía para limitar el crecimiento del hombre en comparación con la mujer, en realidad también limitaban a las mujeres. ¿O acaso proponer que hombres y mujeres ganen lo mismo no es limitar tanto al hombre que es más capaz que la mujer como también a la mujer que es más capaz que el hombre? ¿No era injusto proponer que en el Parlamento o en cualquier otro espacio hubiera igual cantidad de hombres que mujeres, dejando de lado las capacidades individuales que los hacen idóneos para estar allí? Todo eso Malena no lo podía ver, y la raíz de su ceguera conceptual era el profundo odio que sentía por los hombres. De hecho, el desprecio era tal que en las manifestaciones feministas Malena solía lucir un cartel que decía: “MUERTE AL MACHO”.
Pero si se habla de odio y fanatismo, no puede dejar de mencionarse a Facundo Catalano, un joven vegano y activista por los derechos de los animales. Al igual que Malena, Facundo era estudiante de Derecho y, entre clase y clase, repartía volantes invitando a cualquiera que estuviera dispuesto a escucharlo a asistir a manifestaciones para concientizar acerca del maltrato animal. Y aunque los ideales de Facundo eran comprensibles y totalmente respetables, quedaban totalmente deslegitimados ante su falta de respeto por la manera de pensar del prójimo. Facundo no podía tolerar que alguien consumiera carne animal, y es por eso que agredía a toda persona que no pensara igual que él en un debate. Y no sólo eso, sino que habitualmente concurría a diversos comercios gastronómicos para incomodar a todos aquellos que estuvieran consumiendo alimentos producidos a través de animales, algo por lo cual solía terminar detenido por la policía.
De todas formas, como las leyes en aquel bastardeado país no se respetaban, Facundo entraba y salía de las comisarías en un abrir y cerrar de ojos para así continuar con su vida normalmente. Y parte de su rutina diaria era ir a la universidad, que era el punto de encuentro que tenía con Juan y Malena. Más allá de que los tres se conocían entre sí por haberse visto en la televisión, lo cierto es que también compartían aulas, pues Juan era el asistente de cátedra de una materia que Malena y Facundo cursaban juntos. Una coincidencia que los llevó a conocerse más en profundidad y que derivó, con el correr del tiempo, en el afianzamiento de una relación cimentada por varios ideales que los tres tenían en común.
Así, lo que en un principio fue una relación estrictamente académica se convirtió en una amistad. Y se convertiría en mucho más que eso cuando, entre cerveza y cerveza en una noche de intenso debate político, Juan les dijo a los demás:
—¿Y si creamos nuestro propio partido político y nos presentamos para las próximas elecciones legislativas?
—Pero ya cada uno tiene su partido, Juan —repuso Malena.
—Claro. Además, ¿realmente te parece que podría darnos el cuero para ganar unas elecciones? —añadió Facundo.
—Claro que sí, chicos —respondió enérgicamente Juan—. Primero y principal, ustedes saben muy bien que hay muchísima gente a lo largo y ancho del país que piensa parecido o igual a nosotros. Y si a eso le sumamos la unión de todos los recursos que cada uno de nuestros partidos tiene, la victoria está asegurada. No tengo ninguna duda.
Malena y Facundo no estaban convencidos, pero la férrea convicción que les mostraba Juan los terminó de contagiar. Ese fue el inicio de una alianza de tres partidos menores que pasaron a convertirse en uno mucho más grande: el Frente por la Igualdad, la Libertad y los Derechos (FILD). Con unos recursos humanos, económicos y logísticos para nada despreciables, el FILD se presentó a las elecciones legislativas y de esa manera Juan, Malena y Facundo se convirtieron en legisladores.
Pero esa fue sólo la piedra fundacional de un proyecto mucho más ambicioso. Porque los tres fundadores del FILD eran hábiles declarantes y, con la potencia que le aportaron los medios de comunicación amigos y enemigos, su discurso se amplificó exponencialmente a tal punto que, dos años más tarde, Juan, Malena y Facundo volvieron a tener una charla similar a la que los llevó a presentarse en las elecciones legislativas. Y al igual que aquella vez, Juan fue quien propuso una idea que le rondaba en la mente desde hacía ya mucho tiempo.
—Sé que van a pensar que estoy loco, pero ¿qué piensan de presentarnos a las elecciones presidenciales? —dijo Juan, visiblemente emocionado.
—Te diría que suena a locura, pero hace dos años te dije lo mismo y mirá dónde estamos ahora —dijo Malena—. ¿Vos qué opinás, Facu?
—Yo pienso igual que vos, Male, creo que podríamos lograr cualquier cosa que nos propongamos porque el pueblo está con nosotros y ya lo demostró en las urnas una vez —dijo firmemente Facundo—. Pero me surge una duda: ¿quién de los tres sería el presidente y qué pasaría con los otros dos?
—Bueno, yo lo estuve consultando con algunos asesores y tengo algo en mente —dijo Juan, que pasó de la emoción a la seriedad instantáneamente—. Según ellos, yo sería el candidato ideal porque tengo un mayor porcentaje de imagen positiva que ustedes dos, aparentemente por una cuestión etaria y académica.
—¿Académica? —preguntó Malena, quien no parecía estar de acuerdo con lo que Juan estaba planteando.
—Sí, al parecer la gente en las encuestas dijo sentirse más segura teniendo como presidente a una persona de cuarenta y tantos años que tiene varios títulos universitarios. —Tras estas palabras, se hizo un breve pero incómodo silencio que duró unos largos segundos—. Pero eso no quiere decir que yo esté de acuerdo, chicos, no lo tomen a mal. Es lo que dicen los que se dedican a encuestar, pero saben que jamás me creería mejor que nadie y menos si se trata de ustedes, que son mis compañeros de lucha —se apresuró a aclarar Juan.
Luego de esas palabras de Juan, el ambiente se volvió tenso. Sin embargo, tanto Malena como Facundo hicieron un esfuerzo enorme para que los ánimos no se caldearan más y le dijeron a Juan que seguirían debatiendo el asunto hasta llegar a la mejor decisión posible.
Fue así que un mes después, los tres volvieron a juntarse para definir qué harían en las elecciones presidenciales. Sin embargo, esta vez fue Malena la encargada de tomar la iniciativa a la hora de hablar.
—Bueno, Juan, con Facu estuvimos charlando y llegamos a un acuerdo que te queríamos proponer —dijo Malena con una sonrisa complaciente en su rostro.
—Soy todo oídos —dijo Juan, expectante.
—Después de darle muchas vueltas al asunto, decidimos que sería lo mejor que vos fueras el presidente —dijo decididamente Malena—. Si los encuestadores dicen que sos nuestra mejor opción, nos parece sensato hacerles caso. Además, nosotros también creemos que serías un excelente presidente.
—Bueno, ¡muchísimas gracias por las lindas palabras! —dijo Juan, que no podía ocultar su satisfacción—. Les prometo que lo daré todo, no tengan dudas de eso.
—No las tenemos, compañero —dijo Facundo mientras palmeaba a Juan en la espalda—. Pero ahí no termina todo, porque nuestra propuesta es la siguiente: vos vas como presidente ahora, acompañado de Malena como vice y yo voy como alcalde de la capital. Y si sale todo bien y ganamos, en estos cuatro años los tres tendríamos la oportunidad de mostrar nuestras capacidades de gestión y en las próximas elecciones rotaríamos las posiciones. De esa forma, sería lo más justo para los tres y también una buena estrategia para perpetuarnos en el poder.
—Bueno, lo de perpetuarnos suena fuerte, cuidémonos de no usar esas expresiones con otras personas que no seamos nosotros tres —dijo seriamente Juan—. Pero me parece bien la propuesta, suena justa y razonable. ¿Trato hecho, compañeros?
Juan extendió la mano hacia sus compañeros al mismo tiempo que les sonreía, y tanto Malena como Facundo le devolvieron el gesto. Esas tres manos unidas fueron, al igual que dos años atrás, el inicio de algo grande. Porque tan sólo unos meses después, la fórmula García-Rimoldi del FILD ganó las elecciones presidenciales y lo mismo hizo Catalano en la capital de la república. De esa forma, una etapa oscura se avecinaba nuevamente para un pueblo que había votado a tres figuras jóvenes que ocultaban sus verdaderas intenciones detrás de palabras que parecían nobles como igualdad, libertad y derechos.
Lo que en un principio comenzó como una promesa de igualdad, en realidad fue una falacia. Porque esa desigualdad que había antes de que el FILD ganara las presidenciales pegó una vuelta de ciento ochenta grados para que la balanza se inclinara para el lado de los intereses de Juan, Malena y Facundo. Ahora los desfavorecidos eran todos aquellos que creían que las Fuerzas de Seguridad debían ser más duras en las calles; también los que discutían sin temores todas las propuestas feministas; y por supuesto también todos aquellos que no estuviesen de acuerdo con los principios del veganismo.
El adoctrinamiento que el FILD comenzó a hacer desde el día que ganó las elecciones legislativas no fue nada en comparación al que llevó a cabo cuando arribó a la presidencia de la nación. Con todo el aparato del Estado bajo su control, el trío fundador de la alianza se ocupó de perseguir a todos aquellos que ideológicamente estuvieran en su contra. Al principio esa persecución sólo se trataba de cuestionamientos argumentativos que hicieron que aquellos que no pensaban como ellos se sintieran apartados de la sociedad. Pero con el correr del tiempo, la persecución se materializó con detenciones, procesamientos y condenas que fueron posibles gracias a las modificaciones de las leyes que el FILD realizó a través del Parlamento.
¿Qué había pasado para que Juan, Malena y Facundo terminaran violando la esencia de los pilares que habían cimentado su partido? ¿Por qué ni la igualdad ni la libertad ni los derechos eran respetados desde que ellos estaban en el poder? El problema era el odio. El resentimiento. Los sentimientos negativos que eran parte no sólo del trío que gobernaba, sino de toda la gente que pensaba igual que ellos, desde los que formaban parte de su partido hasta todo aquel que los apoyaba desde las urnas.
En su búsqueda de perseguir los ideales que creían correctos, los tres jóvenes idealistas se habían olvidado de que su deber era gobernar para todos los ciudadanos de su país, y no sólo para los que los apoyaban ideológicamente. Se habían olvidado de que los derechos humanos eran para todos, y no sólo para quienes habían sido víctimas de terrorismo de Estado o de guerras que no tenían sentido. Se habían olvidado que el país, al igual que el mundo, estaba habitado tanto por hombres y por mujeres y que ambos tenían los mismos derechos, sí, pero que tener más o menos logros en la vida no depende de ser hombre o mujer, sino del esfuerzo y la ambición individual. Y se habían olvidado también que las personas que consumían alimentos de origen animal también tenían derecho a pensar como pensaban sin ser tratados como unos despiadados asesinos.
Lo que en un principio fue un gobierno democrático, con el correr del tiempo se convirtió en una verdadera dictadura disfrazada de democracia. A los cuatro años de subir al poder, Juan le dejó la presidencia a Malena para ir a ocupar la alcaldía de la capital nacional, un puesto que Facundo le cedió para poder asumir la vicepresidencia de la nación. Y luego, al cabo de otros cuatro años, se volvió a producir la acordada rotación: Facundo se convirtió en el presidente de la nación secundado por Juan, quien dejó vacante la alcaldía capitalina para que tomara su lugar Malena.
Pero como bien dice el conocido refrán, no todo lo que brilla es oro. Porque como muchas otras veces había ocurrido en el país, la alianza comenzó a resquebrajarse. Si bien es cierto que los ideales que llevaron a la creación del FILD eran compartidos por sus fundadores, con el paso del tiempo la intolerancia al prójimo que tanto mostraban hacia el exterior, comenzó a hacer mella en el interior. Y cuando le llegó el turno a Juan de volver a sentarse en la silla presidencial, las grietas internas terminaron derrumbando todo lo que los tres habían construido en más de diez años.
La encargada de orquestar la caída en desgracia de Juan fue Malena, que nunca soportó la idea de tener por encima suyo a un hombre. Desde un primer momento la propuesta de Juan de ser candidato a presidente le disgustó, pero entendió que era lo necesario para poder llegar al poder. En definitiva, Malena sabía que tanto la imagen pública como el poder se consolidan con el tiempo, y por eso accedió a que Juan alcanzara la presidencia. Pero ahora que tenía que comenzar la rueda nuevamente, sintió que era el momento justo de sacarse de encima a uno de sus rivales.
Cuando todavía faltaba un año para la campaña presidencial, Malena citó en su casa a Facundo para empezar a tejer su telaraña conspirativa. No le había querido adelantar nada hasta que no estuvieran a solas y tranquilos en su hogar, pero una vez allí no dudó en decirle:
—Juan ya no es más de los nuestros, Facu.
—¿A qué te referís? —preguntó Facundo, que no entendía a qué quería llegar su compañera.
—A que ya no se mantiene apegado a los ideales que compartíamos cuando empezamos con esta linda aventura —respondió dramáticamente Malena, que no escatimaba en esfuerzos a la hora de actuar para manipular—. ¿Te fijaste cómo es el equipo que lo acompaña a todos lados? Son todos hombres, ninguna mujer. ¿Viste cómo trató a la presidenta del Partido de Izquierda en la reunión que tuvimos la semana pasada? La humilló delante de todos. Y no sólo eso, sino que ni siquiera se sentó a debatir con nosotros las leyes sobre las mascotas que propusiste vos, algo que te prometió hace muchos meses que haríamos. Pero eso no es todo, Facu. ¿Te diste cuenta de lo que come?
—¿Qué come? No sé, no lo vi comer últimamente, ¿cuál es el problema? —dijo seriamente Facundo.
—Come carne, Facu. Carne, huevos, leche, todo. No respeta tu manera de pensar.
—Bueno, sí, pero cuando lo conocí él ya era así. No es algo que me guste, claramente, pero es algo que estuve dispuesto a soportar para poder poner al FILD en lo más alto.
—Ya lo sé, Facu, yo también consumía lácteos y pollo antes de conocerte, pero desde que estamos en esto juntos me hice vegana. Porque quiero apoyarte como vos me apoyás a mí en todo. Pero Juan no es así, no nos respeta.
—¿Y qué sugerís que hagamos? ¿Qué armemos un nuevo partido o que le digamos que se vaya?
—Armar un nuevo partido sería inviable, perderíamos todos los recursos que tiene el FILD. Y por ese mismo motivo él solito no se va ir, porque además es el mejor posicionado en las encuestas para el año que viene.
—¿Entonces?
—Tenemos que mostrarle a la gente lo que verdaderamente es. Dejámelo a mí, yo me voy a ocupar de él.
Malena no demoró ni una semana en cumplir su palabra. A través de su gente más cercana, comenzó una campaña de difamación contra Juan haciendo viral dos videos: uno en el que se mostraba aquella discusión que había tenido con la presidente del Partido de Izquierda, y otro en el cual se lo veía con sus allegados más íntimos en un banquete en el cual había todo tipo de alimentos derivados de animales. Así, en menos de un mes Juan no sólo estaba fuera del FILD, sino también detenido en una de las cárceles de máxima seguridad del país, que, irónicamente, se había construido durante su presidencia para enviar allí a los presos políticos.
—Ya tenemos el partido depurado, compañera —le dijo Facundo a Malena mientras descorchaba una botella de champagne—. Estamos limpios de gente que no persigue nuestros mismos ideales. ¿Y ahora cómo seguimos?
—Bueno, estuve pensando mucho en el tema —dijo Malena seriamente luego de brindar—, y creo que lo más justo es que sigamos con la rotación que veníamos teniendo. O sea que me tocaría a mí sucederte en la presidencia y vos deberías volver a la capital.
—Sí, me parece lo más justo a mí también. Pero, ¿a quién ponemos de vicepresidente? ¿Lo sumaríamos a nuestro círculo íntimo para reemplazar a Juan o quedamos nosotros dos al mando definitivamente?
—En eso también estuve pensando y se me ocurre que Julia, mi jefa de gabinete, sería la persona idónea para entrar en la rotación. La vengo siguiendo de cerca y durante todos estos años se mantuvo alineada con nuestros ideales, y nunca le encontré un desvío.
—¡Tenés razón! No había pensado en ella, pero sería una muy buena elección. Y me consta que es vegana, me ha acompañado a muchísimas manifestaciones. Estoy totalmente de acuerdo, pero te repito la otra pregunta que te hice antes: ¿la sumamos a la mesa chica o simplemente tendrá que seguir nuestras directivas?
—Por el momento me parece mejor que siga nuestras directivas. Podemos modificar la rotación para que después de mí vos vuelvas a la presidencia y que ella vaya a la capital, y si vemos que en esas dos gestiones marcha todo bien, ahí la sumamos a la mesa chica para que sea presidenta. Pero lo más importante es que nosotros dos, los fundadores de esta hermosa alianza, sigamos juntos. Eso no tiene que cambiar.
Las palabras sonaban muy lindas al salir de su boca, pero eran completamente falsas. Porque Malena seguía teniendo el mismo problema de siempre, y que también compartían tanto Juan como Facundo: la intolerancia hacia la forma de pensar de los demás. Y si bien Facundo le caía infinitamente mejor que Juan por una cuestión generacional, lo cierto es que, antes sus ojos, él tampoco dejaba ser igual al resto de los hombres. A Malena no le gustaba que Facundo tuviera un equipo compuesto mayoritariamente por hombres, y mucho menos le gustaba que las mujeres que integraban ese equipo ganaran menos que los hombres, algo que se había tomado la molestia de investigar.
Fue así que, casi cuatro años después, Facundo también desapareció del mapa político. El motivo fue distinto al que había condenado a Juan tiempo atrás, pero el destino sí que era el mismo: la cárcel de máxima seguridad. De esa manera, y con el camino allanado, Malena logró la primera reelección para el FILD, consolidando así un enorme poder político que la ayudaría a llevar agua para su molino.
Apenas unos meses después de su reelección, Malena envió al Parlamento una reforma de una ley vigente que había sido creada para promover la igualdad entre los hombres y las mujeres. El argumento oficial era que, con el paso del tiempo, se habían dado cuenta de que aquella ley era perjudicial tanto para hombres como para mujeres, pues de esa manera ninguno podría lograr una diferencia basada en su esfuerzo personal. Sin embargo, aquellas palabras teñidas de autocrítica en realidad eran la excusa ideal para que Malena pudiera llevar a cabo su máximo objetivo: instaurar un matriarcado.
Y lo cierto es que lo logró. Tras ser aprobada la ley por mayoría —pues a esas alturas del partido todos hacían exactamente lo que el FILD quería—, Malena hizo una rotunda transformación en el Estado que luego se trasladaría al sector privado: muchos hombres fueron despedidos, y a los pocos que quedaron se los asignó en puestos menores en los cuales, por supuesto, percibían salarios menores.
Todo funcionaba bien para Malena, que a sus casi cincuenta años se sentía realizada tras haber sido elegida presidente en tres ocasiones y por supuesto tras haber derrocado al patriarcado que ella sentía que tanto daño le había hecho a ella y al resto de sus “hermanas”, como le gustaba llamarlas. Sin embargo, la historia ha demostrado que el ser humano puede cometer una y otra vez los mismos errores, algo de lo cual Malena no estaba exenta.
No había que ir muy lejos ni temporal ni geográficamente para entender cuál era el problema del FILD en general y particularmente del ala feminista de él, sino que bastaba con recordar lo que había ocurrido en el país unos pocos años atrás: la opresión. El pueblo había sido oprimido sistemáticamente a lo largo de años en los cuales permaneció casi en completo silencio por temor, pero un buen día la acumulación de opresión hizo que todo estallara de la peor manera y que los gobernantes opresores fueran destituidos violentamente de sus cargos. Podría pensarse que Malena, que fue una de aquellas personas que se sintieron de alguna forma oprimidas, no repetiría esas prácticas que tanto daño le causaron. Sin embargo, no sólo las repitió, sino que lo hizo descaradamente, como si el poder la hubiera llevado a pensar que sería intocable.
Pero se equivocaba. Porque la gente ya estaba harta de la falta de libertad, e incluso desde adentro del FILD había funcionarios que desde hacía ya mucho tiempo estaban en desacuerdo con las decisiones que tomaban sus líderes. Durante mucho tiempo esa gente —tanto la de adentro como la de afuera del partido— permaneció sin hacer nada —en parte por necedad y en parte por miedo—, pero cuando Malena fue reelecta se empezó a gestar la insurgencia.
El hastío de la gente quedó demostrado por la celeridad con la que el derrocamiento fue llevado a cabo. Todo comenzó cuando algunos funcionarios importantes del FILD, que estaban totalmente desencantados con el rumbo que había tomado su partido y el país, se reunieron con líderes de otros movimientos políticos que habían pasado a la clandestinidad y también con los altos mandos de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas de Seguridad. En ese encuentro, que fue llevado a cabo bajo la mayor discreción posible, se trazó el plan de acción que llevaría a la destitución de Malena.
Lo que se hizo, en realidad, fue incitar al pueblo a salir a las calles. Un pueblo que, ante la seguridad de saber que contaba con el respaldo de políticos y militares, no dudó ni un segundo en arrasar la capital de la república hasta llegar a la casa de gobierno, en la cual capturaron a la presidente y otros funcionarios. Una captura que debía terminar en una renuncia, pero que se fue de las manos y terminó con Malena acribillada a balazos. Algo que tanto sus funcionarios detractores como los militares deseaban evitar, pero que al mismo tiempo sabían que sería difícil de garantizar, pues en definitiva ellos estaban al tanto de la inestabilidad emocional que imperaba en aquella gente que había sufrido la opresión del Estado durante muchos años.
Con Malena muerta, el país se hundió en el más profundo anarquismo. Durante unas semanas que parecieron años, a lo largo y ancho del país la gente aprovechó el caos instalado para cometer todos los delitos habidos y por haber. Ningún funcionario quería asumir la responsabilidad de la presidencia por temor a que le pasara lo mismo que le pasó a Malena, de modo que fueron renunciando sistemáticamente todos aquellos que por ley deberían haberse convertidos en presidentes.
Llegó un punto en el que la anarquía fue total en el país, porque literalmente no quedó ningún funcionario en su cargo. Fue así que entonces, con una nación vaciada que se hacía cada día más pobre e insegura, las Fuerzas Armadas tomaron la decisión de intervenir. Al igual que años atrás, los altos mandos de las tres fuerzas se reunieron con la intención de tomar el poder y decidieron, también al igual que en otras épocas, designar al jefe del Ejército como presidente de la nación. Luego de eso, el paso siguiente fue elegir a las personas adecuadas para ocupar todos aquellos cargos del Poder Ejecutivo que habían quedado vacantes, para así empezar a poner progresivamente en funcionamiento al país.
Mucha gente vio con buenos ojos la llegada de los militares al poder, pues pensaban que sólo a través de su disciplina el país podría volver a encarrilarse. Y lo irónico de la situación fue que muchas de aquellas personas que aprobaban el arribo de las Fuerzas Armadas a la presidencia, habían sido detractores de los militares en los años posteriores a la finalización de aquella temida dictadura militar. Una prueba de que el pueblo había comprendido que no había que trasladar los errores de unos pocos a todo un colectivo, pues podía convertirse en un tirano tanto un militar como un vegano, una feminista o un defensor de los derechos humanos. De eso, a esas alturas del partido, ya no les quedaba ninguna duda.
Detalles del cuento
Título: «Los dictadores impensados»
Autor: Martín Bugliavaz
Fecha de publicación: 09 de enero de 2022

