Los dos extremos de la «Rayuela» de Cortázar
Todo escritor posee un antes y un después en su vida. Un punto de inflexión que cambia sus días y que hace que, para bien o para mal, el concepto que se tiene de su nombre cambie. En el caso de Julio Cortázar, pocas son las dudas que se tienen acerca de qué produjo esa modificación en su trayectoria como autor al punto de que, seguramente, a toda persona que lea esta nota le suene Rayuela.
Ese título se refiere a su segunda publicación, que fue lanzada en 1963 tras haber debutado en el género de las novelas con Los premios tres años antes, en 1960. Tanto Los premios como 62/Modelo para armar —otra de sus novelas— o incluso cualquiera de sus múltiples cuentos son considerados obras maestras de la literatura argentina, pero Rayuela es considerada su obra maestra. Un libro de culto para los bibliófilos. Decir Rayuela es decir Cortázar, y al hablar de Cortázar es imposible no pensar primero en Rayuela. Y he aquí que llegamos a la pregunta que muchos se hacen: ¿por qué eso es así?
LA INNOVACIÓN A LA HORA DE CONTAR UNA HISTORIA
Este punto es, según el criterio de quien escribe estas líneas, el distintivo de Rayuela y, por ende, de su autor. Cortázar cambió la manera de contar una historia en una novela, pues allí no lo hizo de forma lineal sino que invitó al lector a leer de diversas maneras.
¿Cómo es eso? El escritor nacido en Bruselas aclara que la historia puede leerse desde el capítulo 1 hasta el 56 inclusive, en lo que él considera que es la forma «corriente» de lectura. Sin embargo, luego del 56 existen otros 99 capítulos a los cuales Cortázar definió como «prescindibles» y que pueden ser leídos intercalados con los demás en un orden que él establece. Complicado, sí, pero completamente original e impensado en aquel entonces.
De todas formas, ahí no acaba todo, pues además hay otras dos formas de leer Rayuela. Una de ellas es hacerlo de corrido, es decir, del capítulo 1 hasta el 155. La otra variante queda a criterio del lector, quien puede empezar y terminar por donde le plazca, aunque, claro está, la comprensión se dificultará. Difícil, pero no imposible por las características de la historia, en la que no se sigue una línea argumentativa clara.
«Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos».
Julio Cortázar en Rayuela (1963)
EL JUEGO DE IDIOMAS
A lo largo de toda la novela, Cortázar da muestras de su capacidad de hablar diferentes idiomas. Algo que, por supuesto, no resultaría llamativo si se piensa en la intelectualidad que caracteriza a los escritores, pero es aquí donde nuevamente entra en juego la originalidad del argentino, pues en una misma oración o párrafo es capaz de combinarlos a su manera.
Al lenguaje mayoritario de la obra que es el castellano, Cortázar le agrega el francés de su tierra natal, Bélgica, y también el inglés. Es así como, a una obra que ya de por sí es rica en cuanto al léxico castellano, se le añade también la belleza de otros lenguajes, con el francés destacado por ese romanticismo literario al cual se lo suele asociar.
Sin embargo, si de idiomas se habla, también es necesario decir que Cortázar creó uno propio en este universo literario de Rayuela. ¿Cómo? Sí, así como se lee: se trata de otra innovación del escritor que pasó sus últimos días en París. En primer término, porque cita el capítulo 1 de la obra Lo que me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy, del también escritor argentino Carlos Warnes, conocido por su seudónimo de César Bruto. Con esa referencia, Cortázar muestra que lo que se lee puede entenderse aunque no esté escrito bien ortográficamente, algo que incluso se cuestiona hoy en día, en una época en la cual la gente no escribe de manera correcta a través de los distintos dispositivos electrónicos que utiliza.
Este concepto es aplicado por él mismo, que incluyó en la novela palabras escritas de la manera en la que se pronuncian y pueden apreciarse, por ejemplo, en el capítulo 68, donde se hallan palabras como «suisida», «ortográfiko», «koronel» o «bataya». Ese mismo capítulo es también una excelente muestra de las palabras inventadas por Cortázar como «clémiso», «hidromurias», «ambonios» y «sustalos», que forman parte de un idioma conocido como «glíglico». Una verdadera revolución que se potencia aún más si se tiene en cuenta que se está hablando del autor argentino más traducido de todos los tiempos.
EL CAPÍTULO QUE SE LEE ENTRE LÍNEAS
Sin temor a sonar repetitivo, nuevamente hay que destacar una implementación de Cortázar y que tiene que ver con el capítulo 34, que debe ser leído entre líneas. Exacto, un capítulo que se lee renglón de por medio.
Aunque más que una implementación puede tratarse de una locura, una genialidad o ambas si se tiene en cuenta que dicen que todos los genios están locos. Lo cierto es que para poder leer el breve pero intrincado capítulo 34 hay que estar plenamente concentrado en saltearse correctamente los renglones y así poder seguir la historia relatada.
«Todo dura siempre un poco más de lo que debería».
Julio Cortázar en Rayuela (1963)
LA HISTORIA EN SÍ: EL DEBE DE LA OBRA
Hasta aquí, me tomé mi tiempo para resaltar lo mejor de Rayuela y, por consiguiente, de Cortázar. Pero, como todo en la vida, también tiene una faceta negativa que, en parte, está relacionada con la positiva.
Porque, en primera instancia, la historia no es compleja. Se trata de un argentino llamado Horacio Oliveira que quiere escapar de su vida en Buenos Aires para buscar en París algo que no sabe bien qué es y, en ese viaje, se enamora de una mujer llamada Lucía, a quien se conoce como «La Maga». Es así como la obra se divide en dos partes: Del lado de allá —en referencia a Francia— y Del lado de acá, en donde el protagonista vuelve a la Argentina desencantado y con los mismos problemas existenciales que arrastraba al partir hacia el Viejo Continente.
Lo que ocurre es que la historia no es del todo concreta. No es tangible. No sigue un argumento que se comprenda fácilmente. En primer lugar porque se trata de un personaje que no sabe lo que quiere y filosofa, por lo que es comprensible que la trama sea algo confusa. Pero, además, a eso se le agregan complicaciones adicionales que tienen que ver con las innovaciones de Cortázar. Es decir, se intenta seguir la historia de un personaje confundido y para eso hay que sortear frases en diferentes idiomas, palabras inventadas, capítulos prescindibles —que por algo son considerados de esa manera— e historias que se leen entre líneas. Todo eso sin mencionar que algunos de los capítulos —en los cuales entra en escena el «Club de la Serpiente»— son verdaderamente pesados y, de hecho, varias de sus páginas podrían también ser declaradas prescindibles.
De todas formas, si se trata de Rayuela siempre reinará la subjetividad, incluso más que la que ya de por sí se encuentra presente en cada individuo. Porque es un trabajo que deja muchos aspectos librados a la interpretación del lector, desde su nombre —que puede hacer referencia a una forma espiritual de concebir la vida, pues en ese juego se va desde la tierra hacia el Cielo— hasta el desenlace de la historia, en el cual no se sabe con exactitud qué es lo que ocurre con el protagonista.
Seguramente quien les escribe no descubra nada acerca de una novela que fue publicada hace ya 57 años y que es considerada una de las más resonantes obras maestras que surgió del universo literario argentino. Pero, como la base de la vida es el equilibrio, aportar una mirada que resalte lo bueno y lo malo —o lo no tan bueno, según cómo se lo mire— nunca está de más. O, al menos desde mi lugar detrás de la pantalla, eso espero.
Imagen destacada: Martín Bugliavaz.