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«Medianoche en París»: amor y nostalgia en la capital francesa

A esta altura del partido, y aunque no se esté del todo seguro de por qué, nadie duda de que París es conocida como la ciudad del amor. Nadie tampoco duda de que es mágica, porque eso es lo que todos dicen. Y lo cierto es que motivos para tamaños elogios no le faltan, pero, como si todo eso fuera poco, hay una obra de arte que se suma a ese idilio infinito que posee la capital francesa: Medianoche en París, una película de Woody Allen.

El filme fue estrenado en 2011, por lo que estamos hablando de una producción relativamente joven. Sin embargo, lo reciente no quita la calidad y es por eso que Medianoche en París podría ser considerada tranquilamente como una obra maestra. Podría serlo por la gran interpretación de actores como Owen Wilson, Rachel Mc Adams o Marion Cotillard; podría serlo por el talento de su reconocido director, el mítico Woody Allen; o, sencillamente, podría serlo porque la excelsa París está presente en cada una de sus tomas. Sin embargo, además de todo eso, Medianoche en París es maravillosa por la original historia que cuenta y por el mensaje que transmite.

Portada promocional de «Medianoche en París» (2011). Imagen: Sony Pictures.

EL AMOR NO CORRESPONDIDO Y LA FALTA DE ACEPTACIÓN DEL OTRO

De los mil y un epítetos que decoran el nombre de la principal urbe de Francia, tal vez el más famoso sea aquel que la define como «la ciudad del amor». Y Medianoche en París se centra justamente en eso, pues su protagonista, Gil (Owen Wilson), desde su primera aparición manifiesta esa idealización que, al igual que muchas personas, siente por París.

Gil es un guionista de Hollywood que se encuentra escribiendo su primera novela y, por ende, París significa para él mucho más que la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo o la Avenida de los Campos Elíseos. Para el protagonista, aquella ciudad respira romanticismo en todos esos turísticos lugares, sí, pero también en sus rinconcitos más desconocidos y menos transitados. Cada calle adoquinada, cada esquina con un pintoresco bistró o incluso cada farol le evocan a Gil esa París en la cual habitaron sus referentes literarios. Una París que era el escenario perfecto para historias de amor que luego inspiraron un sinfín de obras maestras que pasarían a formar parte de la literatura universal.

Sin embargo, esa idealización que Gil siente por París no proviene simplemente de la esencia de la ciudad en sí, sino también de algo más complejo: su situación sentimental personal. Porque el soñador guionista arriba a Francia con su prometida, Inez (Rachel Mc Adams), que no apoya sus proyectos de convertirse en escritor y lo alienta a perseguir objetivos más rentables. A lo largo de todo el largometraje, es inevitable sentir empatía por un Gil que lucha contra una poderosa dualidad: con ilusión, encarnada por sus deseos de triunfar en el mundo de la literatura y de vivir en la romántica París; y con desilusión, personificada por una novia que no sólo no lo apoya, sino que no lo admira en lo absoluto.

Si bien el «Síndrome de París» refleja la decepción que sienten todos aquellos turistas que esperaban más al desembarcar en la capital francesa, podría decirse que en Medianoche en París el protagonista sufre de algo similar, proponiéndole así al espectador profundos interrogantes. ¿Es que acaso Gil no es consciente realmente de la dimensión del desprecio que Inez siente por él? ¿Cómo es que dos personas tan distintas han podido terminar juntas y, lo que es más curioso aún, cómo se sostienen así con el paso del tiempo? Preguntas que dan lugar a muchas interpretraciones, pero que al mismo tiempo confluyen en una misma reflexión: que el amor no siempre es suficiente para que una relación prospere, incluso a pesar de que la historia se viva nada más y nada menos que en París.

Trailer de «Medianoche en París» (2011). Video: Videocine (YouTube).

EL SER HUMANO Y EL QUERER SIEMPRE LO QUE NO SE TIENE

Y si se habla de amor y de desilusiones, no se puede dejar de mencionar la otra arista de los sentimientos que Gil experimenta en París: los relativos a los tiempos. A la realidad. A una nostalgia que radica en el protagonista porque admira a escritores de otra época, pero que los admira —e idealiza, también— justamente por eso: porque eran de otra época.

Con su prometida Inez como la máxima ejemplificación, Gil encuentra el mundo en el que le toca vivir totalmente alejado de sus ideales. Es decir, Gil ya de por sí posee una personalidad soñadora que es típica de los seres literarios, pero esa característica se acentúa aún más cuando a su alrededor sólo encuentra frivolidad, superficialidad y mercantilismo. Unos atributos que lo hacen sentir como un sapo de otro pozo, pues no logra encajar en una realidad que ya no es impulsada por el amor y la pasión, sino fundamentalmente por el dinero.

Es en ese contexto que sucede la parte más surreal de la película, pero al mismo tiempo la más mágica. Porque Gil, ese hombre decepcionado por el tiempo presente, de buenas a primeras se encuentra viajando en el tiempo. Conducido por una elegante y antigua carroza, Gil se transporta a la París de la década de 1920, su era favorita de la historia, y allí se da el lujo de pasar tiempo con personajes históricos de la talla de Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald, a los cuales idolatra profundamente.

Mientras se produce ese ida y vuelta entre el pasado y el presente, Gil empieza a perder el interés por Inez. Pero no solamente por estar disfrutando de aquellas fascinantes aventuras, sino porque además, en el medio, conoce a otra mujer: Adriana (Marion Cotillard). Se trata de una anticuaria francesa que, al igual que él, ama la literatura y los tiempos pasados, más precisamente la Belle Époque. Debido a esa intensa e inesperada conexión, y tras mantener profundas conversaciones con ella mientras se encuentra solo en París, Gil la invita a realizar esos maravillosos viajes en el tiempo para así consolidar una relación que continuará en el presente.

En lo que concierne a esa parte más surrealista de Medianoche en París, lo interesante no pasa solamente por los cambios que experimenta el protagonista, sino también por el mensaje que la trama deja al espectador a través de todas las conversaciones que se producen en las diferentes épocas del pasado: que el ser humano siempre desea lo que no tiene. Porque Gil, que es un ferviente admirador de los años veinte del siglo pasado, viaja hacia aquellos años y se encuentra con personajes atormentados que, al igual que él, desean vivir en una época aún más remota. Y lo mismo ocurre durante las aventuras en la París de la Belle Époque, donde, a pesar de ser considerada una de las épocas más gloriosas de la capital francesa, los personajes que habitan en aquella realidad también darían lo que fuera por transportarse años atrás en el tiempo.

Huelga decir que Medianoche en París significó para su director, Woody Allen, la obtención de un Óscar y un Globo de Oro, ambos por mejor guion. Y si consideramos que el filme no sólo nos transporta a París —tanto a la actual como a la del pasado—, sino que además nos enseña que en la vida el amor y los sueños nunca se deben dejar de priorizar, no cabe ninguna duda de que aquellas distinciones son mucho más que justas.

Imagen destacada: Tiempo de Cine

Periodista y escritor. Me gusta contar historias.

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