Mis cuentos

«Norberto y su arrepentimiento»

El hombre estaba sentado en la mesa de la cocina y no despegaba su vista de un antiguo televisor. Tenía más de 70 años, pero llevaba muy bien la edad: era alto y esbelto, lucía el pelo canoso prolijamente peinado hacia atrás y, a pesar de presentar una leve barriga producto de la falta de ejercicio físico, su cuerpo no le generaba problemas. Sin embargo, ese hombre, que se llamaba Norberto, sufría. Y no por su cuerpo, sino por el remordimiento.

En esa cocina Norberto estaba sintonizado un canal de televisión italiano. Y en aquellas imágenes producidas por el viejo televisor de tubo, Norberto podía ver a su hijo, Esteban, que en ese momento se encontraba en Roma dirigiendo el concierto que brindaba una de las filarmónicas más importantes del mundo.

Mientras miraba la televisión, Norberto no podía evitar que un torrente de lágrimas brotara por sus ojos. No podía ni tampoco quería, pues esas lágrimas eran de orgullo y emoción. Orgullo por el hecho de saber que su hijo era uno de los músicos y directores de orquesta más reconocidos de todo el mundo; y emoción por ver a su primogénito después de tantos años.

La última vez que Norberto había visto a Esteban había sido veinte años atrás, cuando su hijo tomó en Buenos Aires el avión que lo alejaría de su patria por muchos años para llevarlo a una nueva vida en Italia. Y a pesar de que Esteban tuvo la oportunidad de volver al país cuando su economía se lo permitió, no volvió a ver a su padre. Y justamente ese fue otro de los motivos por los cuales las lágrimas no paraban de humedecer el arrugado rostro de Norberto.

El anciano todavía recordaba aquella última vez que vio a su hijo como si hubiese ocurrido el día anterior. Esteban estaba en la habitación que había tenido desde pequeño preparando su valija y él lo miraba con desaprobación desde la puerta. No podía comprender cómo su hijo dejaba su cómoda posición laboral en su país para irse a estudiar música a un país del cual ni siquiera conocía el idioma. Sencillamente, para Norberto su hijo era un verdadero idiota.

—Yo no te voy a decir más nada, Esteban —dijo aquel día Norberto—, pero cuando te pegues el palo ya te vas a acordar de mí.

—No me voy a pegar ningún palo, papá, porque a diferencia de vos, yo sí soy perseverante con las cosas que me gustan y motivan —respondió Esteban—. Pero si tuvieses razón y me va mal como parece que vos tanto deseás, no te preocupes que al último al que acudiría serías vos.

—Muy bien, si va a ser así y te vas a cagar en los consejos de alguien que quiere verte bien, entonces cuando traspases la puerta de esta casa olvídate de que tenés un padre.

—Como vos prefieras, papá.

Aquel día, Esteban salió de su casa profundamente afectado y, antes de que el auto que lo llevaría al aeropuerto arrancase, miró por última vez hacia la casa donde había crecido. Pero su padre no estaba allí, ni en la puerta ni en ninguna de las ventanas. Su padre le había dado la espalda y no quería saber más nada de él.

Sin embargo, con el correr del tiempo las cosas cambiaron. Porque dicen que el tiempo es el sabio encargado de poner las cosas en su lugar, y, al menos en el caso de Norberto y su hijo, así fue.

Esteban, que estaba profundamente aterrado por el cambio radical de su vida, además tuvo que cargar con la cruz que suponía la ausencia de su padre, que para él había sido uno de sus pilares a lo largo de toda su vida. Pero a medida que el tiempo fue marcando el ritmo, Esteban se sumergió de lleno en su nueva vida: consiguió trabajo en Italia, se adaptó a las costumbres del país que lo acogió y no sólo se graduó en una de las universidades artísticas más prestigiosas del mundo, sino que también se convirtió paulatinamente en uno de los músicos más respetados del planeta. Y aunque todo eso lo logró siempre sufriendo por la falta que le hacía su papá, lo cierto es que aprendió a avanzar soportando el peso de esa tristeza.

Norberto, en cambio, sintió cómo su vida se derrumbaba cuando su hijo se fue de su casa. En un principio sufrió porque realmente estaba convencido de que su hijo era un estúpido que no tenía la capacidad de darse cuenta de que el objetivo que perseguía era tan imposible como tocar el cielo con las manos. Pero luego el tiempo hizo de las suyas y Norberto empezó a sufrir cuando, a través de su esposa, se enteró de que a Esteban las cosas le estaban yendo bien: tenía trabajo, una novia y mostraba increíbles progresos en sus estudios. Realmente se lo veía feliz, pero Norberto sufría. Sufría no porque le molestara ver feliz a su hijo, sino porque su hijo no compartía su felicidad con él. Toda su vida había luchado por darle a Esteban y a sus hermanos lo mejor para así ayudarlos a ser felices, y ahora que uno de ellos lo había logrado ni siquiera tenía la oportunidad de abrazarlo, besarlo y decirle lo mucho que se alegraba por él.

Así, con el paso del tiempo Norberto se hundió en una depresión de la que no podría salir. No importaba que tuviera un buen trabajo, un plato de comida, un techo y una mujer e hijos sanos y felices. Nada de eso le importaba a Norberto, que se veía azotado por el más lacerante de los arrepentimientos. “¿Cómo he podido decirle tantas barbaridades a mi propio hijo?”, pensaba durante aquellas noches de insomnio en las cuales Esteban era lo único que se cruzaba por su mente. Norberto había pasado muchos años pensando que su hijo era un completo idiota, pero con el correr del tiempo había caído en la cuenta de que el único idiota había sido él. Un idiota que no confió en el talento de su hijo, que no lo apoyó incluso a pesar de la posibilidad de que fracasara en el intento de conquistar su objetivo y, sobre todas las cosas, que no lo acompañó en ese difícil camino que seguramente había tenido que recorrer en una tierra que le era desconocida.

En un abrir y cerrar de ojos, desde la partida de Esteban pasaron cinco años. En otro abrir y cerrar de ojos, esos cinco años se convirtieron en diez. Y en un tercer abrir y cerrar de ojos, habían pasado ya veinte años desde que el joven Esteban se había ido de su casa haciendo la valija lentamente con la esperanza de que su decepcionado y furibundo padre cambiara de parecer. Un padre que ahora lo veía triunfar y se sentía orgulloso de él, pero que de todas formas se estaba corroyendo por dentro sabiendo que, en el mejor de los casos y a pesar de lograr esa tan ansiada reconciliación, había perdido un valiosísimo tiempo que jamás recuperaría. Y esa era una certeza que a Norberto le producía un remordimiento que sabía que lo castigaría por el resto de su vida.

Detalles del cuento

Título: «Norberto y su arrepentimiento»

Autor: Martín Bugliavaz

Fecha de publicación: 2 de agosto de 2021

Periodista y escritor. Me gusta contar historias.

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