
Qué ver en Altea, la joya blanca de Alicante
Casas blancas elevadas con respecto al nivel del mar, detalles azules y celestes que brindan llamativos contrastes, flores coloridas por doquier y playas paradisíacas. Con esa descripción, y producto del efectivo trabajo de marketing, seguro que lo primero que se nos vendrá a la mente serán islas griegas como Mykonos o Santorini. Sin embargo, estas líneas no se refieren a aquellas maravillas helénicas, sino a una joya ibérica: Altea.
Ubicada a aproximadamente cincuenta kilómetros de la ciudad de Alicante —capital de la provincia homónima, en la Comunidad Valenciana—, Altea es una localidad que actualmente es vendida por muchos justamente como la «Mykonos española». Y a pesar de que a priori pueda haber ciertas similitudes entre ambos sitios, lo cierto es que la comparación es cuanto menos injusta, pues Altea tiene un encanto propio que la hace digna de una visita.
QUÉ VER EN ALTEA EN UN DÍA
Altea es un pueblo tan bello como pequeño, por lo que, si se está justo de tiempo, podría decirse que en un día se lo puede recorrer tranquilamente. Y, desde el vamos, el acceso no es para nada complicado, pues partiendo desde ciudades neurálgicas de la provincia como lo son Alicante o Benidorm, se puede llegar en menos de una hora tanto en tren como en autobús.
1) LA PLAYA: AGUAS FASCINANTES Y ROCAS NÍVEAS
Ya sea que se opte por el transporte público o por una vía particular, la experiencia en Altea comenzará por unas playas que, como se mencionó anteriormente, lucen paradisícias. El color verde y azul del agua, que una vez dentro transparenta y permite ver hacia el fondo, se combina perfectamente con las montañas que rodean a la parte más moderna de la ciudad y con las grandes piedras blancas que cubren toda la costa (y que, consejo, ameritan un calzado apto para caminar sobre ellas).




2) EL CASCO ANTIGUO Y LA BELLEZA DE SUS ESCALINATAS
Es altamente probable que la idílica postal de la playa lleve a la tentación de pensar que Altea se termina allí, pero eso sería un grave error. Porque el encanto de la localidad alicantina se encuentra en el casco histórico, que se irá recorriendo poco a poco mientras se suben escaleras de diversos tamaños que, casi siempre, van acompañadas de flores de hojas lila que alientan a continuar por más duro que parezca el trayecto.






3) LOS MIRADORES Y SUS POSTALES
Dentro de los puntos infaltables en el ascenso al casco histórico se encuentran los miradores, que brindan unas panorámicas perfectas de la ciudad y sus bondades: el mar, las montañas y los techos anaranjados de esas casitas blancas tan adorables. Entre todos ellos, hay dos que se destacan: uno es la Glorieta del Maño (también conocido como Baluarte de la Casa de la Señoría), que se halla a mitad de camino y nos regala una postal de la costa que se enriquece con una escultura metálica y unos faroles de cristales coloridos; y el otro es el Mirador de los Cronistas de España, también con una escultura metálica presente y que nos ofrece una vista similar a la del anterior pero desde otro ángulo, permitiéndonos apreciar mejor el contraste entre la parte antigua y la parte nueva de la ciudad.
4) LA FIGURA INDISCUTIDA DEL LUGAR: LA IGLESIA
Si bien todo Altea se caracteriza por cautivar con ese contraste que generan todos los colores al compararse con el blanco típico de sus construcciones, hay un edificio en particular que se roba todos los flashes: la Iglesia de Nuestra Señora del Consuelo. Con sus muros color arcilla y una cúpula azul que se ve prácticamente desde cada recoveco del pueblo, el templo y la plaza frente a la cual está situado —la Plaza de la Iglesia— son ese must que debe estar sí o sí en el listado de la visita.






5) LA ARTERIA PRINCIPAL: LA CALLE DE SAN MIGUEL
En relación con el punto anterior, es imposible dejar de mencionar a la calle de San Miguel. Porque en esta vía, que es la principal del casco antiguo de Altea, no sólo se pueden hallar la gran mayoría de los comercios, sino que también se pueden tomar las mejores fotografías. En ese sentido, la iglesia y su hipnotizante cúpula son las grandes protagonistas, pero no las únicas: si se camina mirando hacia los lados, cada una de las callecitas afluentes aportará una vista distinta de las casas blancas, las flores de colores y el mar.

Más allá de esos sitios en particular, quizá lo más lindo de Altea sea el hecho de poder recorrerla tranquilamente y sin mirar el mapa. Caminar, subir y bajar escaleras, descubrir las particularidades que poseen hasta las calles más angostas, fotografiar los balcones cubiertos de señeras y sus derivaciones regionales, y, obviamente, disfrutar de ese blanco puro y original que la hacen tan única en España. No será Mykonos, pero tampoco lo necesita: Altea tiene magia propia.












Imagen destacada: Martín Bugliavaz.

