Mis escritos

«Quebrantado»

Esta es la historia de lo que pudo ser y no fue. Es la historia de lo que no tenía que ser, pero que finalmente fue. Es la historia de un hombre que lo tenía todo, pero que se perdió olvidado en la nada. Esta es la historia de Omar.

Seguramente todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos conocido a alguna persona como Omar. Ese tipo de seres que parece que, al haber nacido, fueron tocados por una varita mágica que les proporcionó un enorme talento para ser brillantes en muchas más áreas que el resto de los mortales.

Omar era un tipo tímido con una sonrisa digna de un tipo tímido. Y junto a esa sonrisa que daba cuenta de que era un tipazo, Omar poseía unos ojos que, como dicen por ahí, eran el reflejo de su alma. Y lo que reflejaban esos brillantes ojos marrones confirmaban lo que ya se podía intuir al ver su sonrisa: la existencia de un alma bondadosa, de esas que jamás podían decirle que no a nadie.

Más allá de su excelente calidad como ser humano, Omar ocultaba detrás de su elegante físico una capacidad enorme para hacer de todo. Aunque decir que lo ocultaba es justamente eso, un decir, porque apenas lo conocías te dabas cuenta de que el hombre era un iluminado: profesor de inglés, músico polivalente que tocaba todo instrumento habido y por haber, nadador excelso, boxeador amateur y, como si todo eso fuera poco, en sus ratos libres estudiaba arquitectura. Así, como quien no quiere la cosa.

Independientemente de que su intelecto no era normal, el hecho de que Omar fuera una persona tan ecléctica se debía a la educación y a las atenciones que recibía en su casa por parte de sus padres, Néstor y Concepción. O Pipo y Conchita, para quienes los conocían mejor. Para Omar eran simplemente “pa” y “ma”, pero que la simpleza no confunda: detrás de esos dos breves monosílabos, Omar portaba un inmenso amor, devoción y agradecimiento por unos padres que lo amaban con todo su corazón y que lo incentivaban cada día a hacer las cosas que lo hacían feliz. ¿Omarcito quería practicar deportes? Le pagaban la cuota social del club. ¿Omarcito quería aprender inglés? Le pagaban el profesor particular. Y así con todo. Hasta le habrían bajado la Luna si eso hubiera sido posible, pues Pipo y Conchita entendían que nada era imposible cuando se trataba de la felicidad y el crecimiento de su hijo.

Y la felicidad de Omar pasaba por todas esas actividades que le gustaba desarrollar, pues sentía pasión por cada una de ellas. De igual manera, disfrutaba compartir todo eso que le llenaba el alma con su grupo de amigos, que era grande y variopinto. Con los muchachos de la localidad bonaerense de San Isidro, Omar pasaba mañanas, tardes y noches haciendo de todo: nadando, jugando a la pelota, yendo a la cancha a ver a River y ensayando con una banda musical que, algún día, esperaban que los llevara a la fama.

Sin embargo, un buen día Omar sumó otro elemento a todo ese conjunto de cosas que lo hacían feliz: una mujer. Se llamaba Teresa, pero le decían Teresita porque era joven y bajita. Omar la conoció un sábado de verano en el cual, junto a sus padres, fue al casamiento de un primo con quien, a decir verdad, no tenía mucha relación. Pero allí, en esa humilde fiesta llevada a cabo en la también bonaerense localidad de Remedios de Escalada, Omar cayó profundamente enamorado.

Como esta historia transcurre en otros tiempos, las cosas avanzaron rápido: a los pocos meses de esa fiesta llegó el compromiso y, unos meses después, el casamiento. Omar y Teresa, ahora marido y mujer, se sentían realmente felices juntos. Pero, lamentablemente, ese estado no duraría mucho. Ni para él ni para ella.

Porque Teresita, a pesar de ser joven y bajita, tenía un carácter intenso. Y resultó ser que el cambio de vida que le produjo el matrimonio no le sentaba para nada bien. Lo que ocurría era que, provisoriamente, la joven pareja vivía en el mismo terreno que los padres de Omar, que amablemente le ofrecieron a su hijo y a su flamante nuera que se quedaran allí hasta que pudieran comprarse la casa en la cual construirían su familia. Y eso, por más sencillo y sensato que parezca, a Teresa no le gustaba.

La excusa de la joven era que su suegra, Conchita, metía sus narices en la vida hogareña de los recién casados. Y puede que algo de eso sea cierto, pues todos sabemos cómo son las madres. Sin embargo, lo que verdaderamente ocurría era que Teresita no se hallaba en su nuevo hogar, al que justamente no consideraba como tal. Porque ahora vivía en una ciudad de la Zona Norte del Gran Buenos Aires en la cual solía vivir gente con un poder adquisitivo alto, mientras que ella provenía de una ciudad humilde de la Zona Sur; y también porque extrañaba terriblemente a sus padres, de los cuales nunca había estado separada.

Fue así que el malestar de Teresa se convirtió en una verdadera tortura para Omar, quien, un año y pico después de haber contraído matrimonio, se encontró con una esposa que lo amenazaba con abandonarlo y con llevarse a su recién nacida primogénita si no resolvía la cuestión de la vivienda. Ahora bien, ¿cuál era la solución que Teresita no sólo pedía, sino que exigía? Invertir totalmente la situación: que Omar comprara una casa en la Zona Sur y estuviera totalmente alejado de todas aquellas cosas que lo hacían feliz. Algo que Omar no quería en lo absoluto, aunque era consciente de que tenía que encontrar una solución para que su amada esposa tampoco sufriera. Fue así que, entonces, planteó una alternativa intermedia: mudarse a la Capital, para así estar en un punto equidistante entre las familias y las amistades de ambos. Sin embargo, ni siquiera eso convenció a Teresa, que se resistía a cualquier tipo de cambios: o compraban una casa en la Zona Sur o el matrimonio se terminaba.

Como verán, la postura de Teresita era sumamente injusta para un Omar que amaba a su mujer, pero también a sus padres y a sus amigos. No obstante, como Omar era un ser extremadamente bueno y no sabía decir que no, finalmente cedió ante el miedo de perder a Teresita y a su pequeña hija Gloria: con los ahorros de toda su vida más un crédito que obtuvo en el banco para el cual trabajaba, pudo comprar una humilde casita nada más y nada menos que en Remedios de Escalada, para que su esposa pudiera estar cerca de sus padres.

El nuevo cambio le trajo mucha felicidad a Teresita, pero al mismo tiempo un sufrimiento terrible a Omar, que de buenas a primeras se encontró muy lejos de casa y sin la posibilidad de hacer todas aquellas cosas que despejaban su mente. Sus días se reducían a trabajar en el banco —a veces haciendo horas extras para poder pagar lo antes posible el crédito—, dar clases de inglés en una escuelita de Remedios de Escalada, volver a casa para estar un rato con su familia —que empezó a crecer, pues a Gloria se le sumaron Natalia y Viviana— e irse a dormir. Eso era todo, y al día siguiente lo mismo. Y al siguiente. Y así todos los días.

Como si todo eso fuera poco, tan sólo algunos años después de mudarse a su nueva casa a Omar le surgió otro dolor de cabeza: un nuevo capricho de su mujer. Resultó ser que, de un día al otro, a Teresa se le ocurrió que ya no podían vivir más allí, pues, según ella, sus vecinos del condominio se entrometían demasiado en su vida cotidiana. Cuando oyó aquel reclamo por primera vez, Omar pensó que seguramente se trataba de algo pasajero producto de un mal día de su señora. Pero nada de eso: Teresa estaba firme con su malestar y las quejas fueron tornándose con el tiempo más intensas y agotadoras, al punto tal que, para complacerla, Omar volvió a endeudarse para comprar una nueva casa en la cual estuviesen lo más aislados posible de sus vecinos.

Pero ocurrió que ese aislamiento que ahora sí dejaba contenta a la siempre inconforme Teresa, al mismo tiempo daba lugar a otro aislamiento que, poco a poco, comenzaría a consumir interiormente a Omar: el de la distancia. Ya no veía a sus amigos, pues en la semana no tenía tiempo ni para nadar ni para ensayar, y los fines de semana prefería dedicárselos a su esposa y a sus hijas; y tampoco veía mucho a sus padres, pues a Teresa, que todavía seguía teniendo un resentimiento hacia su suegra, no le gustaba la idea de viajar hasta San Isidro regularmente.

Omar tenía un buen trabajo en el banco, pues allí ganaba bien y se sentía a gusto con todos sus compañeros. Ese bienestar económico hacía que ni a él ni a su familia le faltara nada, ni siquiera las joyas que a Teresita tanto le gustaban. Sin embargo, a pesar de ver tanto a su mujer como a sus hijas felices, Omar no estaba bien. Toda la felicidad que lo llenaba antes del casamiento ahora se había desvanecido, y ese lugar vacío en su interior fue ocupado por una depresión que, lentamente, lo empezó a carcomer. Y lo peor del caso es que nadie lo ayudaba: sus padres y sus amigos no se enteraban de lo que él sentía porque casi ni sabían de él, y Teresa o no se daba cuenta o minimizaba la situación.

Esa depresión crecía y crecía día a día, y la realidad era que Omar sacaba fuerzas de donde podía para levantarse e ir a trabajar, pues sabía que su familia dependía de él. Pero un buen día, como era previsible, Omar se terminó de derrumbar. Sólo hacía falta algún detonante para que eso ocurriese, y ese detonante terminó siendo la muerte de su padre, Pipo.

Omar amaba a sus dos padres por igual, pero por Pipo sentía una admiración que iba más allá de todo límite. Admiraba su talento, pues era un pintor capaz de realizar las más bellas obras de arte que sus ojos habían visto; lo admiraba como esposo, pues todos los días volvía a casa con una rosa para su mujer, su querida Conchita, a quien besaba y abrazaba como si recién la hubiese conocido; y lo admiraba como hombre, pues dejaba de lado su talento como pintor, que no le daba de comer, para ganarse la vida como pudiese y así alimentar a su familia. Por todo eso, Omar sentía una inmensa devoción por su papá. Y por todo eso, justamente, fue que su pérdida se convirtió en la gota que rebalsó el vaso. Una gota que condujo a su razón a perderse en los laberintos de la locura.

Omar sólo tuvo fuerzas para acompañar a su viuda madre en la despedida de Pipo, pero a las semanas cayó rendido ante una depresión que ahora sí ya empezaba a ganarle la batalla. Primero lo forzó a quedarse en su cama por el duelo, luego lo obligó a pedir una licencia tanto en el banco como en la escuelita y más tarde lo llevó a perder ambos trabajos. Pero eso no fue todo, pues la depresión, que era tan fuerte como implacable, no tuvo misericordia y zambulló a Omar en una esquizofrenia salvaje que, por momentos, lo hacía irreconocible. De hecho, con el tiempo la enfermedad transformó a Omar al punto tal que la excepción era encontrarse con su personalidad verdadera, que muy cada tanto asomaba a través de esos ojos castaños que dejaban entrever por un ratito a ese ser que alguna vez había sido feliz.

La familia de Omar, tras su descenso a los infiernos de la mente, se fue al demonio. Teresa, que no había estudiado y pocas cosas sabía hacer para valerse por sí misma, de repente se vio obligada a vender todas las joyas de la familia y a salir a trabajar de lo que fuese para no perder la casa y, al mismo tiempo, alimentar a su enfermo esposo y a sus pequeñas hijas. Con el paso de los años, la mayor de esas hijas, Gloria, se convirtió en una rebelde sin causa que no podía soportar la pobreza en la cual debían vivir desde que su padre no trabajó más; la más pequeña, Viviana, que de algún modo pareció absorber los problemas mentales de Omar, dejó la escuela para recluirse en su habitación, donde prácticamente pasó una vida entera durante la cual ni trabajó ni socializó; y Natalia, la del medio, debió soportar un sufrimiento colosal al ver cómo sus dos hermanas maltrataban a un padre al cual parecían culpar por enfermarse.

Natalia era la más parecida a Omar. No físicamente, pues prácticamente era un calco de la joven Teresita con la cual su padre se había casado. Era en su mente y en su corazón donde estaba el parecido, pues Natalia era brillante y sensible como su papá, a quien amaba con todo su corazón. Natita, como la llamaba él, era quien compartía las noches de mate y boxeo con un Omar que sólo ante ella, que lo entendía y lo amaba, podía encontrar la paz necesaria para dejar salir a aquel genio bondadoso que estaba encerrado en los confines de su mente.

Excepto para unos pocos privilegiados, la vida tiende a ser injusta con nosotros. Así lo fue para Omar, pero también para Natalia, la única de sus hijas que lo amaba de verdad y que, por ende, sufría todo lo que no sufrían ni sus hermanas ni su madre, que era fría como un témpano. Teresa decía no tener tiempo para estar triste por cosas del pasado, pues tenía una familia a la cual sacar adelante. Pero esa frialdad, que era producto de un resentimiento enorme por lo que le había tocado vivir, también afectaba a Natalia, quien debió sufrir la ingratitud de una madre que, agobiada por el cansancio y el resentimiento, nunca supo ver que ella era la única de sus hijas que amaba a un padre enfermo y también la única que, trabajando desde sus jóvenes quince años, la había ayudado a afrontar todos los gastos diarios.

Esta historia es la de un gran hombre que sucumbió ante las injusticias de la vida. Así son los seres humanos: algunos fuertes, otros no. Omar, que murió enfermo, triste, solo y pobre siendo todavía joven, no tuvo esa fuerza de voluntad necesaria para superar los obstáculos que la vida le puso en su camino. Pero esta historia también pretende que no se sume otra mancha de injusticia sobre la memoria de ese gran hombre. Es por eso que, donde sea que estés, Omar, necesitás saber esto: ni tu brillante mente ni tu bondadoso corazón jamás serán olvidados. La verdad de tu historia, con sus ya lejanas alegrías y sus interminables penurias, será difundida en honor a la persona divina que fuiste. Te lo promete tu Natita, la hija que siempre te amó y la que nunca se olvidará de vos, su tierno y cariñoso papá.

Detalles del cuento

Título: «Quebrantado»

Autor: Martín Bugliavaz

Fecha de publicación:  15 de enero de 2023

Periodista y escritor. Me gusta contar historias.

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