
«Vientos de agua», la serie que perdió la oportunidad de contar una buena historia
La Argentina es un país que cuenta con una idiosincrasia tan fascinante que podría dar lugar a la creación de una gran cantidad de narrativas, pues está cimentada por un sinfín de historias de millones de inmigrantes que pisaron su suelo tras dejar sus respectivas patrias en búsqueda de paz y prosperidad. Vientos de agua, una serie de 13 episodios emitida en 2006 y dirigida por el prestigioso director argentino Juan José Campanella, tuvo la oportunidad de convertirse en una ficción que contase uno de esos tantos relatos. Sin embargo, falló y se quedó en una simple promesa.
La trama se erige en torno a José Olaya (Ernesto Alterio/Héctor Alterio), un minero asturiano que en 1934 decide emigrar hacia la Argentina tras detonar la mina en la que trabajaba y en la que murió su hermano, y también alrededor de su hijo Ernesto (Eduardo Blanco), quien en 2001 hace el camino inverso y vuela hacia Europa para buscar una mejor vida tras el estallido económico y social que se produjo en la Argentina. Ambas historias se van alternando para mostrar las semejanzas entre los procesos que padre e hijo debieron afrontar, pero se centra en gran medida en la vida sentimental de ambos durante sus sendas experiencias en el extranjero.
Es decir, la idea que vende la producción hispano-argentina es, en la previa, inmejorable: un hombre que tiene que dejar su país debido a las pésimas condiciones de vida en las cuales él y su familia se encontraban, que llega a otro en el cual las posibilidades de crecimiento para los inmigrantes eran superfluas y cuyo hijo, 70 años después, debe hacer lo propio por razones muy parecidas. Hasta ahí, excelente, porque el abanico de temas para narrar es a las claras enorme: dos países con similitudes culturales y una historia colonial en común, inmigración masiva, Guerra Civil española, Segunda Guerra Mundial, franquismo, anarquismo, socialismo, peronismo y un largo etcétera. Sin embargo, los guionistas desperdiciaron gran parte de todo ese potencial al enfocarse demasiado en los vaivenes amorosos de ambos personajes, un ámbito en el cual también tristemente coinciden tras incursionar en la infidelidad a pesar de haber dejado amores en sus respectivas tierras de origen.
De todas formas, si se analizan ambos relatos por separado, es menester decir que al menos la vida de José —que en realidad al arribar a la Argentina toma el nombre de su fallecido hermano Andrés— está dotada de una mayor profundidad. En su etapa juvenil, la serie muestra a un analfabeto asturiano emigrando en barco hacia una tierra que le era completamente desconocida, y ya desde esos primeros momentos en el transatlántico se introducen algunas de las amistades que lo acompañarían durante gran parte de su vida, como el húngaro Juliusz (Pablo Rago) y la italiana Gemma (Francesca Trentacarlini/Giulia Michelini), y también algunos condimentos sociales y políticos que luego tendrían algo de protagonismo en la serie, como los ideales de los personajes y el contexto mundial, con el enfrentamiento encarnizado entre los movimientos totalitarios, los socialistas y los anarquistas. Por otra parte, ya en su etapa anciana, el personaje continúa demostrando una mayor complejidad al experimentar delirios propios de la edad que lo llevan a recordar a todos sus amigos y amores ya desaparecidos hace tiempo.
Completamente diferente es el caso de Ernesto, el hijo de José, que se destaca por lo opuesto a su padre: la simplicidad. Es todo un desafío para el espectador sentirse entusiasmado cuando la narración vuelve al presente, pues las situaciones vividas por Ernesto no sólo no presentan ningún tipo de complejidad más allá de lo meramente burocrático de una migración, sino que, además, no abundan. Porque a pesar de que a priori se trata de un personaje principal, a medida que los episodios avanzan queda claro que su historia en realidad es secundaria y complementaria a la del verdadero personaje importante, que es el de su padre.
Más allá de que en líneas generales recibió buenas críticas, lo de Vientos de agua es una verdadera pena, pues a fin de cuentas, y entre muchas otras cosas, desperdició la oportunidad de narrar con muchos más detalles las aristas de las migraciones en tiempos modernos, y también el contraste con aquellas de otros tiempos.
Imagen destacada: El País Uruguay

