
«El collar de rubíes»
A veces las cosas suceden tan rápido que uno no tiene tiempo para asimilarlas. Y eso es exactamente lo que me ocurrió a mí, con el agregado dramático que producen las tragedias y el amor cuando se mezclan en una misma historia. Una historia que hoy necesito contar.
Me llamo Kaia y mi vida era, como suelen decir, color de rosas. Mi infancia transcurrió muy felizmente en el barrio de Palermo de la Ciudad de Buenos Aires, donde pude hacer los mejores amigos que cualquier persona querría tener y donde recibí el amor de una familia muy cálida y protectora.
Más tarde pude estudiar la carrera que siempre soñé, Bioquímica, que me dio muchos amigos más y esa independencia económica tan necesitada ya desde la adolescencia. Pero, sin lugar a dudas, en la universidad encontré lo más preciado: Luka, el hombre de mis sueños.
Todo en mi vida estaba bien. Sin embargo, el pasado 17 de abril mi vida cambió del color rosa al negro en un abrir y cerrar de ojos.
Recuerdo que aquel día fue viernes. Con Luka salimos de la fiesta de graduación de una amiga en común y, debo admitir, yo no estaba en mi mejor estado. El alcohol y la música no fueron una buena combinación para mi mente y, al terminar los festejos, mi cabeza parecía tener vida propia.
Por supuesto que mi estado no pasó desapercibido ante los ojos de Luka, quien con una gran sonrisa me miró, me abrazó y, mientras se reía a carcajadas, me dijo:
—Me parece que te excediste un poquito con el champagne.
—No me molestes, se me parte la cabeza —respondí—. No sé cómo voy a conducir hasta casa en estas condiciones.
—Ni pienses que te vas a volver en tu auto —me advirtió—. Vas a volverte en un taxi y a acostarte apenas llegues.
—¿Cómo “vas a volverte”? —pregunté, extrañada—. ¿No venís conmigo a mi departamento?
—No, bonita, ¿no te acordás que mañana tengo que estudiar para el último final?
—¡Uy, no, es verdad! —protesté—. Vení conmigo y estudiá en casa, por favor, así me voy a sentir mejor mucho más rápido.
—Sabés que me encantaría, pero es el último esfuerzo y necesito estar concentrado. ¡Últimos días de sacrificio y cumpliré el sueño de ser bioquímico! —explicó eufóricamente—. Si me fuera con vos, me quedaría abrazándote toda la mañana y no estudiaría nunca más.
—Bueno, está bien —dije mientras me colgaba amorosamente de su cuello—. Pero prometeme que el viernes próximo vamos al cine para ver esa peli que te dije la semana pasada.
—Lo prometo. El viernes ponete más linda de lo que ya sos que paso a buscarte y vamos a ver la peli —dijo mientras se mordía los labios y ponía sus ojos en blanco.
—Te tomo la palabra —dije mientras esbozaba la más dulce de las sonrisas.
A continuación, nos tomamos de la mano y fuimos caminando hacia una esquina, donde él paró un taxi que estaba a unos metros de distancia. Allí, cuando estábamos por despedirnos, recordé algo.
—Amor, por favor llevate mi collar —le dije mientras me sacaba la joya que rodeaba mi cuello—. Tengo miedo de viajar en taxi con esto puesto.
El collar era una pieza casi única. Su estructura era de plata y tenía un total de ocho enormes rubíes de un color rojo furioso. Era un regalo de mi papá y pocas veces lo usaba salvo algunas excepciones. Ese día fue una de ellas.
—Sí, tenés razón. No te preocupes, yo me lo llevo y cuando nos veamos te lo doy —dijo mientras se lo guardaba en el bolsillo interno de su saco.
—Gracias, amor. Te aviso cuando llego a casa, así te quedás tranquilo. ¡Te amo mucho!
—¡Dale, por favor! Descansá, nos vemos mañana. Yo también te amo, con todo mi corazón —dijo mientras me dedicaba una de esas miradas tiernas a las que ya me tenía acostumbrada.
Antes de subirme al taxi, nos besamos apasionadamente y luego lo vi caminar mientras yo me alejaba en el auto. Me saludó agitando su mano y dedicándome la mejor de sus sonrisas.
Cuando me desperté a la mañana siguiente, mi estado no era mucho mejor que el que tenía cuando me acosté. Sin embargo, a pesar de que mi mente no estaba del todo despejada, revisé el celular para ver si tenía mensajes de Luka. No había ninguno.
Y justo cuando estaba extrañada por el hecho de que ni siquiera leyó el mensaje en el cual le avisé que había llegado bien a mi casa, el timbre sonó. Me levanté como pude de la cama y fui hacia la puerta, donde por la mirilla vi que del otro lado había un hombre muy serio que estaba vestido de traje.
—¿Quién es? —pregunté.
—Soy el detective Andrés Serkin de la Policía Federal, señorita Coric —contestó rápidamente mientras mostraba su placa identificatoria—. Tenemos que hablar de algo urgente.
El corazón empezó a latirme rápidamente. De repente muchas ideas horribles pasaron por mi cabeza y mis miedos anteriores tomaron más fuerza: algo no estaba bien con Luka.
—¿Le pasó algo a Luka? —pregunté con voz temblorosa mientras abría la puerta
—Escuche, señorita… ¿puedo llamarla Kaia? —preguntó, y yo asentí rápidamente—. Bien, Kaia, lo que tengo para decirle no es fácil, pero tiene que ser fuerte —continuó para luego hacer un prolongado silencio—. Luka fue encontrado sin vida en su domicilio esta mañana. Lo siento mucho. Aún no sabemos…
En ese momento empecé a ver borroso y sentí que todo daba vueltas. Me mareé y me habría caído de bruces al suelo si el detective no me hubiera sostenido a tiempo. En mi mente la confusión reinaba y no entendía cómo esa noticia podía ser posible cuando la noche anterior todo era perfecto.
—¿Qué… qué le pasó? —pregunté llorando—. Ayer estaba bien y… no entiendo nada.
—En la madrugada recibimos una llamada anónima al 911 informando que un hombre se encontraba muerto en el domicilio de su novio. Inmediatamente la policía fue hacia el lugar y, efectivamente, encontramos a Luka tendido en el living de su casa. Presentaba lesiones en su cráneo, pero aún no se sabe qué motivó el asesinato porque en la escena del crimen todo estaba ordenado y no parecía faltar nada.
No podía procesar lo que el detective me estaba diciendo, todo estaba oscuro en mi cabeza. Él era una persona noble y no encontraba una explicación razonable para que alguien quisiera asesinarlo. Sólo un robo podía justificar semejante atrocidad, pero supuestamente en la casa no faltaba nada y…
—¡El collar! —exclamé—. ¡Mi collar, se lo di anoche!
—¿Qué collar? —preguntó alarmado el detective.
—Un collar de plata y rubíes que yo usé anoche en una fiesta a la que ambos asistimos —expliqué—. Se lo di a él porque no quería volverme a casa con eso puesto, por la inseguridad. Él se lo guardó en el bolsillo interno del saco.
Sin decirme más nada, el detective sacó un celular de su pantalón y llamó a alguien. Cuando lo atendieron, inmediatamente ordenó que revisaran el cuerpo de Luka en busca del collar. Al cabo de unos segundos, cuando pareció recibir la respuesta, me miró atentamente. Luego cortó y se dirigió a mí.
—El collar no está en su ropa ni en el resto de la casa —contó—. Casi con total seguridad ese sea el móvil del crimen. Es por eso que necesito que me cuente exactamente lo que ocurrió anoche antes de que se despidieran y cómo fue el momento en el cual usted le dio el collar a él.
En la siguiente hora me dediqué a contarle, como pude, todo lo que sucedió la noche anterior. Cómo llegamos a la fiesta en mi auto, de qué se trataba el evento, cómo tomé unas copas de más, cómo le di el collar y qué transporte público probablemente él haya tomado para volver a su casa.
El detective me miró atentamente durante toda la conversación. Su mirada era penetrante y parecía tener una mente aguda porque prestaba atención a cada mínimo detalle. Era un hombre alto, de cabello corto y rubio, y lucía un prolijo bigote que le agregaba rudeza a su rostro, donde también destacaban sus grandes ojos grises. Su aspecto intimidaba e infundía respeto a la vez.
—Bien, seguro todos estos detalles aporten mucho al caso, Kaia —dijo una vez que yo terminé—. La felicito porque ha sido muy fuerte al poder contarme todo lo que me contó a pesar del mal momento que está pasando. Sólo tengo una duda más.
—Sí, dígame.
—¿Pudo ver si alguien los siguió anoche? ¿Notó que alguien mirara o elogiara su collar?
—No, realmente no pude ver nada, o al menos no lo recuerdo. De lo único que estoy segura es que Luka no tenía enemigos, era una persona excepcional. Por lo tanto, estoy segura de que el robo es el único motivo posible de su muerte.
—Bien, lo voy…
En ese instante, el timbre de mi departamento sonó. Me levanté rápidamente de la silla y fui hacia la puerta, donde pude ver que del otro lado estaba Dante, un amigo en común que Luka y yo teníamos.
Apenas abrí la puerta, Dante entró rápidamente y me dio un fuerte abrazo. Estuvimos abrazados durante unos segundos que, en ese momento de angustia, deseé que hubiesen sido horas.
—Me enteré lo de Luka recién —dijo él—. Todavía no puedo entender cómo pudo pasar algo así. ¿Qué ocurrió, Kaia?
—Yo tampoco entendía nada, pero con el detective llegamos a la conclusión de que lo mataron para robarle mi collar.
—¿Qué detective? —preguntó.
—Ah, perdón. Él es el detective Serkin, de la Policía Federal —dije mientras señalaba al detective, que estaba justo detrás mío—. Detective Serkin, él es Dante, un amigo de Luka y mío.
—Mucho gusto, Dante —dijo Serkin—. ¿Puedo preguntar cómo se enteró de la noticia?
—Mucho gusto, detective —saludó Dante—. Me enteré de la mala noticia porque me lo contó su madre. Estaba devastada la pobre.
—Me imagino —respondió el detective, que miraba detenidamente a Dante—. Bueno, los dejo tranquilos, señorita Kaia. Probablemente vuelva a comunicarme con usted en el caso de que necesite su ayuda para avanzar con la investigación. Hasta pronto, sea fuerte.
Tras saludar rápidamente a Dante, Serkin abrió la puerta y se marchó. Me sorprendió la abrupta despedida, pero por otro lado fue una especie de alivio porque quería despejarme y difícilmente lo hubiese logrado con él en mi departamento.
El resto del día fue muy triste, pero Dante se quedó conmigo y fue de gran ayuda. Sin su contención y sus abrazos no hubiera podido sobrellevar la desesperación y la tristeza, que estaban latiendo fuerte en mi interior. A pesar de la desesperación que me carcomía, tener a una persona tan atenta como Dante a mi lado hacía que la pérdida pudiera sobrellevarse al menos un poco mejor.
Al día siguiente, mientras debatía en mi interior cómo iba a hacer para despedirme del amor de mi vida una vez que le entregaran el cuerpo a su familia, mi teléfono sonó. Era el detective Serkin, que me pidió que fuera urgentemente a un bar llamado “El Hipopótamo” que está ubicado en el barrio de San Telmo. Me dio la dirección, me indicó que no le contara a nadie acerca de nuestro encuentro y luego cortó. Sin pensarlo ni un segundo, me vestí y salí rápidamente de mi departamento.
Menos de una hora después de esa intrigante llamada, llegué al antiguo y pintoresco bar, donde Serkin todavía no estaba. Mientras me sentaba en una mesa cercana a la ventana y pedía un café para esperarlo, lo vi bajar de su auto. Entró tranquila pero decididamente y fue a mi encuentro.
—Kaia, ¿cómo le va? —dijo amablemente—. Le pido que vayamos a una mesa alejada de la ventana. Es por seguridad —agregó al darse cuenta de que le iba a preguntar por qué.
—Seguro —accedí—. Espero que me diga cuál es el motivo de tanto apuro y misterio, detective.
—Quédese tranquila que motivos hay de sobra —argumentó seriamente—. Voy a ser breve, pero necesitaré confidencialidad. ¿Puedo contar con usted?
—Por supuesto, usted representa a la ley. ¿Puedo negarme? —pregunté con un tono desafiante, ya un tanto irritada.
—Podría negarse, pero preferiría que no —dijo con una triste sonrisa en su rostro—. Seré directo: estoy casi seguro de que su novio no fue asesinado por un robo, sino que existieron otros motivos.
Realmente me agarró desprevenida. Lo que me afirmaba tan determinadamente no podía ser cierto, no cabía posibilidad en mi mente de que alguien hubiera tenido otros motivos para matar a Luka más allá de un robo. No me cerraba por ningún lado.
—¿Qué está diciendo? —pregunté furiosamente—. ¿Qué motivos son esos?
—No puedo asegurarlo, Kaia, pero me arriesgaría a decir que son más personales de lo que uno podría imaginarse.
—¿Personales? ¿Acaso está sospechando de mí?
—No, Kaia. De ser así, no estaría hablando de eso con usted —respondió serenamente—. La cité en este lugar porque los resultados de la autopsia arrojaron que su novio fue intoxicado con alguna clase de veneno que provocó su muerte casi instantáneamente.
Esa información cambió mi estado de ánimo por completo. Antes estaba enfurecida con Serkin por citarme allí, algo que consideraba totalmente desprolijo, y porque interpreté que me estaba acusando de algo sin sentido alguno. Pero luego de esa revelación, mi principal sentimiento fue preocupación.
—Entiendo que usted es bioquímica —continuó—. Es por eso que le traje una copia de los análisis de la sustancia encontrada en el cuerpo de Luka para que usted pueda sacar sus propias conclusiones.
Dicho eso, me extendió sobre la mesa el informe forense. Allí se especificaba que la muerte fue causada por un veneno elaborado con batracotoxina, un compuesto químico que inmediatamente me resultó familiar. A pesar de no recordar dónde, sabía que había oído de él antes.
—No puedo creerlo —dije mientras soltaba el informe y me cubría la cara con las manos—. ¿Pero por qué fueron entonces los golpes en la cabeza?
—Bueno, insisto en que no puedo asegurarlo, pero yo diría que hay dos alternativas —dijo Serkin pensativamente—. Una de ellas es que el asesino haya golpeado el cuerpo para disimular el veneno; la otra es que haya dudado de la efectividad del químico y haya querido asegurar el crimen.
—¿Pero de qué manera ingresó el veneno al cuerpo? —cuestioné.
—A través de un dardo —explicó el detective—. Los forenses detallaron en el informe que el cuerpo de Luka presentaba un pequeño dardo en el cuello, apenas visible.
—Pero… si entonces descartamos la teoría de un robo, ¿qué me dice del collar de rubíes? —pregunté, cada vez más confundida por los pensamientos que se cruzaban por mi mente.
—Con respecto a eso, también hay dos posibilidades, según mi manera de verlo. Una de ellas es que el asesino lo haya conservado para disimular el móvil del crimen; la otra posibilidad es que simplemente se haya tentado con el valor de semejante joya.
—¿Qué piensa usted?
—Bueno, yo me inclinaría más por la primera opción —dijo mientras daba un largo sorbo de café—. Sinceramente, no me cierra la idea de que un asesino tan sofisticado que manipula venenos cometa un acto tan vulgar como un robo. Viéndolo desde otro punto de vista, no creo que alguien elabore semejante crimen para robar algo, por más valioso que fuera.
Eran demasiadas cosas en las cuales pensar. La muerte de mi novio, un posible asesinato, el robo de una joya. Pero sin dudas que la manera de actuar del detective me intrigaba más.
—Dígame algo, detective Serkin —dije seriamente—. ¿Por qué me citó acá? ¿Por qué me muestra el informe forense y me cuenta abiertamente sus hipótesis del caso?
—¿Todavía no se dio cuenta, Kaia? —respondió mientras enarcaba una ceja—. Piénselo bien y trate de relacionar todo. Usted es bioquímica, Luka estaba a un paso de ser bioquímico y ahora él aparece muerto en su casa debido a un compuesto químico poco común en nuestro país. ¿No le dice nada todo eso?
Esa respuesta fue como si un manantial de agua helada cayera sobre mí. Mi mente se despertó y empecé a razonar más claramente, aunque mi conclusión no podía ser cierta. ¿Quién podía querer dañar a Luka?
—Usted está diciendo que…
—Que el asesino también estudió Bioquímica, Kaia —completó rápidamente Serkin—. Esa persona, hombre o mujer, conocía a su novio y probablemente también a usted. Es por eso que estamos acá, Kaia, porque usted es clave para resolver todo este misterio.
—¿Qué quiere exactamente que yo haga? —pregunté, dubitativa y asustada.
—Necesito que me ayude a conectar a una persona del círculo íntimo de Luka con el veneno con el cual fue asesinado. En cuanto podamos establecer esa conexión, que estoy seguro de que existe, terminaremos con este enigma y haremos justicia.
—Está bien —aseguré al mismo tiempo que mi estómago crujía de miedo—. Voy… voy a hacer todo lo que esté a mi alcance.
El regreso desde San Telmo hasta mi departamento en Palermo fue totalmente automático. Estuve tan absorta en mis pensamientos que no recuerdo nada de aquel viaje en mi auto.
La idea de un asesinato por otro motivo que no fuera un robo me resultaba ridícula, aunque comenzaba a aceptarla lentamente. Tal como dijo el detective, no había coherencia en que un robo incluyera un asesinato por envenenamiento y menos teniendo en cuenta que yo le di el collar a Luka esa misma noche. Es decir, era imposible que alguien hubiera planeado el asesinato para robar algo que Luka no tenía siempre en su poder.
Todos los hechos y las hipótesis pasaron por mi cabeza mientras me duchaba y la frustración empezó a invadirme rápidamente. Sentía que no podía hacer nada para contribuir a que se hiciera justicia por Luka y también sentía un odio profundo por aquella persona que se atrevió a arrancarle la vida.
Pero un golpe de lucidez me atravesó mientras luchaba contra todos esos sentimientos. Me di cuenta de que sí podía hacer algo para intentar resolver el caso o, por lo menos, acercar a Serkin lo más posible a la verdad. Así que decididamente salí de la ducha y fui a prepararme un café bien fuerte. Estaba determinada a estudiar los pormenores de ese misterioso veneno encontrado en el cuerpo de mi novio.
Ya con la taza de café lista me dirigí hacia mi estudio, donde tenía todos los libros que utilicé a lo largo de mi carrera universitaria. Encendí mi computadora portátil y me senté a buscar en Internet todo lo que pudiera acerca de la batracotoxina.
A pesar de que estaba segura de haber oído sobre esa toxina anteriormente, me resultaba imposible recordar dónde. De todas formas, no me desesperé y recopilé toda la información útil en mi computadora para luego poder analizarla y cotejarla con los apuntes de la universidad.
El tema me resultó totalmente atractivo, más allá del contexto que me condujo a estudiarlo en ese momento. Mi investigación me llevó a descubrir que la batracotoxina es secretada por unas especies de ranas que habitan en Colombia y Panamá, e incluso a una de esas especies se la conoce Dardo venenoso. Además, descubrí que en la antigüedad los indígenas colombianos solían utilizar el veneno de esos anfibios para impregnar las puntas de sus flechas.
Todo empezaba a relacionarse y a cobrar sentido. A partir de ese conocimiento que me brindó la investigación, comencé a repasar mis viejos libros con la esperanza de encontrar algo que me diera una pista acerca de quién podría haber manipulado ese veneno con el fin de asesinar a Luka.
Pasé horas concentrada y encerrada en mi estudio, pero no pude recordar nada. A pesar de que mi conocimiento sobre el veneno logró ampliarse, no fui capaz de conectar personas del círculo íntimo de Luka con esa toxina ni tampoco de recordar de dónde me resultaba familiar.
Cuando ya estaba resignada y a punto de dejar la investigación para el día siguiente, mi teléfono comenzó a sonar. Corrí rápidamente a buscarlo y vi que Dante me estaba llamando. Ver su nombre en el teléfono me dio una sensación de tranquilidad.
—¡Hola, Kai! —dijo entusiastamente—. ¿Cómo estás de ánimo? ¿Hay alguna novedad sobre el caso?
—Hola, Dante —respondí—. Estoy un poco mejor, gracias por preguntar. Justamente hoy lo vi al detective Serkin y me dijo algo que te va a resultar inverosímil: Luka habría sido asesinado por algo más que un robo.
—¿Qué? —dijo, sorprendido—. ¡No puede ser! ¿Quién le haría algo así a una persona tan bondadosa como era Luka?
—No lo sé, es lo que yo estoy tratando de averiguar. Y hay más: lo mataron con un raro veneno. Hoy pasé todo el día investigando sobre eso, pero ahora que me llamás me gustaría pedirte que por favor me ayudes.
—Por supuesto, Kai, contá conmigo —dijo amablemente—. Mañana mismo voy a tu casa y haré lo posible para ayudarte, si te parece bien.
—Muchas gracias, Dan. Sé que tu ayuda va a ser realmente muy útil. ¡Hasta mañana entonces! —me despedí cariñosamente.
—¡Hasta mañana, amiga! Que descanses.
Cuando la llamada finalizó, me senté cómodamente en el sillón del estudio. Me quedé pensando acerca del veneno y, a pesar de que no pude recordar nada, una sensación de tranquilidad me abordó al saber que Dante iba a ayudarme. Él era un excelente bioquímico y siempre lo admiré por eso. No sólo trabajaba en uno de los laboratorios más prestigiosos del país, sino que antes de eso, además, había sido premiado internacionalmente por la tesis que presentó para graduarse.
Y fue en ese momento que recordé algo totalmente clave. “¿Cómo no lo pensé antes?”, me pregunté a mí misma mientras me sentía una estúpida. El trabajo de investigación que Dante había presentado para su tesis final estaba relacionado con toxinas venenosas y sus antídotos, y entre ellas estaba la batracotoxina. ¡Sabía que por algo me resultaba tan familiar!
Una sensación de alegría me invadió al pensar que Dante me iba a poder ayudar a encontrar al asesino de su mejor amigo. Seguramente él sabía quién podía conocer acerca de ese veneno y a la vez querer hacerle daño a Luka.
Habíamos quedado en que él vendría al día siguiente a mi casa, pero no podía esperar. Cuanto más tiempo perdiéramos, tal vez más difícil se nos haría dar con el paradero del asesino. Así que me vestí, imprimí la información más importante que logré hallar sobre el veneno y salí rumbo a la casa de Dante. Mientras bajaba por el ascensor decidí enviarle un mensaje al detective Serkin para informarle resumidamente lo que había averiguado y hacia dónde me dirigía.
Bajé rápidamente hacia el estacionamiento y subí a mi auto. Lo puse en marcha y rápidamente fijé el rumbo hacia el barrio de Núñez, donde Dante vivía. Avancé con la máxima velocidad que el auto me permitía y en pocos minutos llegué a mi destino casi sin poder contener la excitación que me generaba el hecho de saber que estaba a un paso de resolver el acertijo que tanto dolor me estaba causando.
Bajé con la documentación que había reunido en el día y toqué el timbre de la hermosa casona de Dante. A los pocos segundos él apareció y, al darse cuenta que era yo, se apresuró en llegar hasta la puerta para abrirme.
—¡Kai! —exclamó, sorprendido—. ¿Qué hacés acá? Pensé que habíamos quedado en que mañana yo iba a tu casa.
—¡Hola, Dan! —contesté, emocionada-— Lo sé, pero recordé algo muy importante y necesitaba hablar con vos. ¿Puedo pasar?
—Seguro —dijo mientras se acomodaba sus grandes anteojos de marco negro—. Adelante.
Me apresuré a pasar al vestíbulo y lo esperé a él, que se demoró cerrando la puerta con llave. Cuando terminó, me invitó a pasar a la cocina, donde estaba preparando la cena. Me ofreció algo para beber y nos sentamos en la pequeña barra que dividía la cocina con el comedor.
—Bueno, contame —dijo mientras se acomodaba en una banqueta—. ¿En qué puedo ayudarte? ¿Qué pudiste descubrir?
—La verdad es que es algo totalmente increíble —respondí aceleradamente—. Después de que terminamos de hablar hace un rato, pude recordar que el veneno con el cual asesinaron a Luka es uno de los que vos investigaste para tu tesis, la batracotoxina.
—¿En serio? —preguntó, interesado—. Efectivamente, esa fue una de las toxinas que tuve que investigar. No puedo creerlo, sinceramente.
—¡Sí! —dije, contenta por su interés—. Mirá, acá está el informe forense.
Saqué el documento de la carpeta que había llevado conmigo y se lo extendí sobre la barra. Él lo agarró y estuvo mirándolo atentamente durante unos minutos con una leve sonrisa en su rostro. Al terminar, me devolvió los papeles y me agarró de las manos.
—Sé que es difícil todo esto para vos —dijo mirándome fijamente a los ojos—, por lo cual te felicito por haber estado tan firme como para avanzar tanto con esta investigación. Así que ahora que ya vi lo que tenías para mostrarme, ¿en qué puedo ayudarte exactamente?
—Gracias, Dan —agradecí devolviéndole la sonrisa—. Lo que necesito es que me ayudes a encontrar una conexión entre ese veneno y alguien de la universidad. Alguien que hubiera querido lastimar a Luka.
—¿De la universidad? —preguntó, extrañado, pero manteniendo la sonrisa—. ¿Por qué tiene que ser alguien de ahí quien haya asesinado a Luka?
—Porque todo cierra, Dan. Él fue asesinado por un veneno extraño y estudiaba Bioquímica. Todo cuadra.
—Pero… ¿y el collar que le robaron? —argumentó—. ¿Por qué descartan la posibilidad de un robo?
—¡Porque no tiene sentido! —respondí enérgicamente—. Yo al principio me mostraba tan escéptica como vos, pero el detective Serkin me hizo razonar y abrir la cabeza. ¿Cómo alguien iba a saber que él tenía mi collar si yo se lo di esa misma noche?
—Claro, tiene sentido… —dijo pensativamente—. ¿Cuándo viste al detective?
—Hoy a la mañana, ¿por qué?
—Sólo por curiosidad —respondió—. Kai, realmente no conozco a nadie que hubiera querido hacerle el mal a Luka. Vos y yo sabemos que era un excelente novio, amigo y compañero.
—Lo sé, pero alguien tiene que haber querido matarlo por algo en particular, si no nada de todo esto tiene sentido. Necesito averiguar…
—Kai, basta —me interrumpió—. Estás tomando responsabilidades que te superan y que pueden hacerte mal. Para eso ya está investigando la policía, así que tenés que relajarte y tratar…
—Dan, ¿cómo puedo relajarme? —lo interrumpí—. Tengo que ayudar en lo que pueda y justamente es un tema en el que profesionalmente puedo aportar algo.
—Ya lo sé, te entiendo completamente. Pero toda esta situación no puede obsesionarte tanto, te va a hacer mal —dijo mientras daba la vuelta alrededor de la barra y venía a mi lado para volver a agarrarme las manos—. Por lo pronto, hoy te propongo que te olvides un poco de todo el asunto y te quedes a cenar. ¿Qué decís?
—Bueno, está bien —cedí-—. Tenés razón, no puedo estar todo el tiempo pensando en esto.
—¡Perfecto! —celebró y me abrazó—. Ahora, si me disculpás, voy a ir a comprar una botella de vino para acompañar la comida. ¡No te vayas a ir, eh!
Con esas últimas palabras logró sacarme una sonrisa. Cuando él salió de la casa yo me puse a preparar la mesa y a controlar la carne que se estaba cocinando en el horno.
Una vez que terminé con esos deberes, me senté en el bonito y cómodo sillón que él tenía en el living. Como tardaba en llegar, supuse que le estaría costando encontrar algo abierto porque ya era muy tarde.
Mientras esperaba, no pude dejar de fascinarme con lo hermosa que era su casa. Era una construcción antigua muy bien conservada y, además, contaba con la refinada decoración que Dante se había encargado de darle. Había que reconocer que tenía un estilo clásico muy elegante.
Pero lo que más llamó mi atención fue un antiguo aparador de una madera que yo identifiqué como roble. Supuse que tendría alrededor de cien años, aunque estaba conservado de manera tan notable que brillaba en cada punto de su superficie. En la parte superior tenía tres cajones y en la parte inferior tres largas puertas.
En el cajón del medio había un papel que sobresalía debido a que estaba mal cerrado. Al verlo me surgió la necesidad de cerrarlo bien, así que fui hacia allí y lo abrí para luego cerrarlo correctamente.
Aunque sabía que no estaba bien, la curiosidad me venció y me fijé de qué se trataba aquel papel que estaba sobresaliendo. Era en realidad un pasaje de avión, que a su vez estaba dentro de un pasaporte. La intriga aumentó aún más y, sin poder contenerme, me dispuse a ver de qué se trataba.
El pasaporte era de Dante y el pasaje tenía como destino Colombia. Sin embargo, era uno usado y con fecha del mes pasado, lo cual prendió una pequeña alarma en mi interior. Pero no, no podía ser cierto. O al menos eso me decía a mí misma porque me negaba a creer eso que estaba pensando.
Corroboré los sellos en el pasaporte y me di cuenta de que Dante estuvo en Colombia tan sólo dos semanas atrás. Lo más llamativo era que él siempre nos contaba todo a Luka y a mí, pero de ese viaje nunca nos había comentado nada.
En mi mente había mucha información que me decía a gritos que algo no estaba bien. Dante viajó a Colombia sin decir nada y fue justamente al lugar donde se halla la toxina encontrada en el cuerpo de Luka. Una toxina que, además, él conocía muy bien desde la universidad.
Pero mis sentimientos le ganaban a mi razón. No podía ser que Dante tuviera algo que ver en la muerte de su mejor amigo, a pesar de que atando cabos mi cabeza me decía lo contrario. Así que resolví que antes de prejuzgarlo o preguntarle algo sobre el tema tenía que buscar más evidencia.
Terminé de revolver ese cajón y sólo encontré documentación personal de Dante, así que continué con el cajón de la derecha, donde había carpetas con informes técnicos de la empresa para la cual él trabajaba. Decidí echarle un vistazo para ver si encontraba algo que me llamara la atención, pero al cabo de unos segundos desistí al darme cuenta de que no había nada de mi interés en esos papeles.
Rápidamente fui hacia el cajón de la izquierda, apurada por miedo a que Dante llegara y me encontrara en una situación sumamente comprometedora. Ahí dentro había un gran libro de química que conocía porque que en alguna ocasión se lo había pedido prestado a Dante. En ese momento lo levanté sólo por una cuestión de melancolía, ya que me recordaba los lindos momentos vividos en la universidad. Pero al sacarlo del cajón, encontré algo que casi me paralizó el corazón.
En el fondo del amplio cajón de madera, bien camuflado por la oscuridad que le brindaba el libro, estaba mi collar de rubíes. Nada en el mundo me pudo haber preparado para afrontar los sentimientos que me dominaron en ese momento, entre los cuales el miedo sobresalía.
Justamente estaba paralizada por el terror cuando la puerta de la casa se abrió sin darme tiempo a reaccionar y esconder el collar. Dante entró y se quedó parado inmóvil junto a la puerta, sosteniendo una botella de vino en su mano derecha y mirando mis manos. Su rostro estaba pálido y mostraba una expresión que nunca había visto en él, pues sus ojos parecían estar inyectados en sangre.
Luego de unos segundos donde ninguno de los dos dijo nada, él fue el primero en reaccionar. Cerró la puerta y tranquilamente caminó hacia la cocina, pasando por mi lado sin decirme nada. Cuando llegó a la barra, levemente comenzó a destapar la botella de vino sin dejar de mirarme.
—Creo que no hay nada que pueda decir —dijo mientras servía vino en dos copas—. Ese collar habla por sí mismo.
—¿No podés decir nada? —exploté—. ¿Nada? Era tu amigo. Éramos los tres buenos amigos. Él era el amor de mi vida y…
—¡BASTA! —gritó al mismo tiempo que golpeaba la barra—. Él no tenía que ser el amor de tu vida. Él no…
—¿De qué estás hablando? —interrumpí bruscamente.
—Él no… yo tenía que… —balbuceó—. Yo te amo, Kai. Te amo desde que cursamos juntos Química Orgánica en primer año. Nunca me animé a decírtelo, nunca pude hacerlo, pero él lo sabía. Siempre lo supo y, aun así, se atrevió a invitarte a salir y luego a pedirte que seas su novia. Todo enfrente de mis narices y yo tuve que tolerarlo pretendiendo ser el mejor amigo de ambos. Él no se merecía que yo lo llamara amigo, era una persona traicionera e inescrupulosa.
No podía creer lo que estaba escuchando. El odio que estaba sintiendo hacia Dante en ese momento era el sentimiento más intenso que había sentido en toda mi vida. Ni siquiera su declaración de amor me servía para aminorar la rabia que crecía en mi interior.
—Tenés que entenderme, Kai —continuó—. No quería perderte para siempre. Si no actuaba en ese momento, me tenía que olvidar de vos definitivamente. Lo hice porque te amo.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté, sin entender—. No sé de qué hablás, Dante.
—Claro que no lo sabés, nadie lo sabía. Pero yo sí. Luka me contó hace poco más de un mes que iba a proponerte casamiento. Y eso hubiera sido el fin de mi esperanza. La esperanza de que me ames como yo te amo a vos.
Esa confesión me partió aún más el corazón. El hecho de saber que perdí a Luka me tenía mal desde el momento en el cual me enteré de su muerte, pero saber que él iba a pedirme algo tan maravilloso me terminó de devastar.
Con los ojos bañados en lágrimas miré a Dante, que salió de detrás de la barra y comenzó a acercarse hacia mí.
—¡No te me acerques! —le advertí—. Ni se te ocurra acercarte, basura. No puedo creer que te consideré un amigo tantos años. Pero no importa, porque quiero que te quede algo bien en claro: vas a pagar por lo que hiciste. Y ni con la muerte de Luka vas a lograr que te ame.
Cuando terminó de escuchar eso, sus facciones cambiaron rápidamente. Su rostro pasó de expresar amor a expresar odio. Un odio y un resentimiento que habían estado ocultos dentro de él por años y que ahora estaban aflorando.
—Qué triste escuchar eso, Kai —dijo mientras caminaba por el comedor—. Vos sabés que yo te amo, pero tampoco puedo obligarte a sentir lo mismo. Y es por ese motivo que no puedo dejarte ir.
Luego de decir eso se dirigió hacia la mesa ratona del living, donde había un maletín. Lentamente comenzó a abrirlo y, cuando volvió a mirarme, supe que era mi final. En una mano tenía una delgada y larga cerbatana de madera y en la otra tenía algo pequeño: un dardo.
—Un suvenir de Colombia. Lindo, ¿no? —dijo al ver mi cara de terror—. Con esto le puse fin a la vida de Luka, aunque después lo golpeé un poco para descargar toda la tensión que acumulé a lo largo de todos estos años. Y como sé que lo amás tanto, en unos minutos vas a estar junto a él nuevamente. Adiós, Kai.
Luego de decir eso, colocó el dardo dentro de la cerbatana. Traté de pensar rápidamente de qué manera podía evitar ese destino, pero no se me ocurrió nada y acepté que la muerte era inevitable. Él estaba al lado de la puerta y de las escaleras que llevaban hacia la planta alta y no había otra puerta por donde salir de su alcance.
Con mi suerte ya echada, sólo atiné a cerrar los ojos. Y cuando esperaba el momento del final, un estruendo hizo que me sobresaltara bruscamente.
—¡ALTO, POLICÍA!
Era el detective Serkin. Había derribado la puerta y en sus manos tenía un arma que apuntaba directamente a Dante, quien en ese momento ya no tenía la cerbatana en sus manos. El tubo de madera estaba en el piso, justo a media distancia entre él y yo.
—Poné las manos donde pueda verlas, Dante —dijo Serkin—. Acercate hasta donde estoy yo y no hagas nada estúpido. Se terminó todo, estás arrestado.
Dante permaneció quieto donde estaba, pero sin levantar las manos. A través de sus anteojos pude ver que tenía lágrimas en sus ojos y la expresión de su cara era mucho más salvaje que antes. La sensación de impotencia parecía haber profundizado sus oscuros sentimientos.
Lo que siguió a continuación transcurrió en cuestión de segundos. Dante levantó sus brazos y comenzó a caminar hacia donde estaba Serkin. Se acercó lentamente hacia el detective y parecía que su captura era un hecho, pero cuando Serkin bajó su arma para esposarlo Dante lo golpeó fuertemente en la yugular y lo dejó tendido en el suelo, junto a la puerta derribada.
Con Serkin abatido y luchando por respirar, Dante me miró ferozmente y comenzó a caminar hacia mí. Sin embargo, en ese momento yo estaba lúcida y, a diferencia de unos minutos atrás, sí tuve reacción. Rápidamente me tiré al piso y levanté la cerbatana para luego apuntarla hacia él, que súbitamente se detuvo al verse sorprendido por mi arriesgado movimiento.
—No te muevas —dije—. Tenés que pagar por lo que hiciste, Dante. Sos una persona inteligente y sabés que lo que hiciste está mal. Entregate y terminemos con esto.
Esperaba que mis palabras y el amor que decía sentir por mí lo hicieran entrar en razón, pero no fue así. En cambio, comenzó a reírse muy fuertemente mientras sacudía levemente su cabeza.
—No hice nada malo, Kaia —dijo sonriéndose—. De hecho, fue lo mejor que hice en mi vida. Matar a Luka me ayudó a saldar una cuenta pendiente que tenía hacía ya muchos años. Me saqué de encima a ese traidor para siempre y, como te dije antes, ahora tenés que seguir vos. No me dejás otra alternativa.
—Quedate ahí, Dante —advertí mientras agarraba firmemente la cerbatana—. Si te acercás, te mato.
—¿En serio? —dijo mientras soltaba una risa burlona—. ¿Y te convertirías en una persona igual a mí? ¿En una asesina? Sos demasiado moralista para hacer algo así.
Luego de decir eso, avanzó decididamente hacia mí y rápidamente supe que lo tenía que matar. Me llevé la cerbatana a la boca y soplé mientras él se apuraba, pero nada sucedió. Volví a soplar y el dardo no salía. Miré la cerbatana y me di cuenta de que el proyectil venenoso se había caído nuevamente al piso. Estaba perdida.
Cuando Dante ya estaba a unos centímetros de agarrar mi cuello, un nuevo estruendo me asustó. Un estruendo diferente. Dante se quedó inmóvil enfrente de mí, con sus dos ojos más abiertos que nunca. Me quedé mirándolo y comencé a notar que algo goteaba en el piso: era sangre.
En el fondo de la habitación vi que el detective Serkin estaba poniéndose de pie mientras sujetaba su arma con las dos manos. Acto seguido, Dante cayó de rodillas mientras se agarraba la espalda y emitía un grito de dolor que me estremeció. Cuando sacó la mano de su espalda pude ver que estaba bañada en sangre. Me dedicó una última mirada y cayó al piso. Finalmente estaba muerto.
El detective se movió velozmente y ratificó que Dante efectivamente estuviera muerto. Cuando terminó, se dirigió hacia mí con una mano en su dolorido cuello y la otra todavía sosteniendo su arma.
—¿Se encuentra bien? —dijo, preocupado—. ¿Llegó a tener contacto con el veneno?
—No, no llegué a tocar nada —respondí, todavía con el ritmo cardíaco acelerado—. ¿Por qué vino hasta acá? ¿Cómo llegó a sospechar de Dante?
—Bueno, esperaba un agradecimiento primero —dijo sonrientemente—. Sospeché de él desde el día que lo conocí en su departamento, Kaia. Me llamó la atención que supiera de la muerte de Luka cuando ni siquiera usted ni su familia lo sabían. Usted fue la primera persona a la cual se le notificó oficialmente.
“Es por eso que decidí investigarlo. Y allí fue que descubrí que unos días atrás había salido del país, más precisamente a Colombia. Eso fue sólo un dato sin relevancia hasta que hoy usted me contó lo que había averiguado acerca de la toxina, confirmándome que provenía justamente de ese país”.
“Previamente a eso, pedí las grabaciones de todas las cámaras cercanas al lugar donde usted le dio el collar a su novio. Y con ese material descubrí que el auto de Dante estuvo estacionado a una cuadra de dicho lugar, a pesar de que él no estuvo invitado a la fiesta. Eso pude comprobarlo gracias a los documentos del salón donde se realizó la fiesta de graduación de su amiga. Todo lo que Dante tenía de inteligente en su profesión lo tuvo de desprolijo en el asesinato, Kaia”.
Era increíble. Todas las piezas encajaban, aunque claramente yo jamás pude haberme dado cuenta de eso por mí misma. De no haber intercedido Serkin en el caso, tal vez nunca se hubiera podido resolver y Dante hubiera continuado peligrosamente en mi vida.
—Gracias, detective —dije mientras lo agarraba del hombro-—. Me salvó la vida y me dio paz. A mí y a Luka.
Él agradeció modestamente con un gesto de su cabeza y luego se encargó de contactar a la policía científica para que acudieran rápidamente al lugar. El asunto estaba resuelto.
La pérdida de Luka me dejó un vacío inmenso en lo más profundo de mi ser, pero también me dejó una enseñanza que me quedará grabada a lo largo de mi existencia. Me enseñó que sentimientos tales como el odio, el rencor o el resentimiento pueden corromper por completo a una persona, incluso llevándola a cometer actos totalmente inhumanos.
A partir de esa triste experiencia, nunca volveré a ser la misma. Pero, sin lugar a dudas, hoy puedo descansar tranquila sabiendo que se hizo justicia y que un asesino no permaneció impune. Y, como recordatorio de eso, todavía conservo mi collar de rubíes.
Detalles del cuento
Título: «El collar de rubíes»
Autor: Martín Bugliavaz
Fecha de publicación: 15 de enero de 2021

