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Una moneda llamada Ámsterdam

¿Puede una ciudad transformarse? ¿Puede tener dos caras diferentes dependiendo de la proyección del sol? Claro que sí, y como ejemplo basta mencionar a Ámsterdam. La capital de los Países Bajos luce de una manera durante el día, pero cambia completamente por la noche. Cuando la luz natural desaparece, la artificial cobra protagonismo para teñir de rojo las calles y los canales.

Llegamos a Ámsterdam en marzo sin demasiadas expectativas, pues fue casi como una parada obligada en nuestro largo viaje. Sin embargo, ya desde que bajamos del tren temprano por la mañana, nuestro punto de vista comenzó a cambiar. La Estación Central —construida a fines del siglo XIV— fue lo primero que llamó nuestra atención, por su gran tamaño y por la vista panorámica de la ciudad que brinda.

El primer ítem a tachar fue conocer los canales de punta a punta. Cada esquina tenía su particularidad, y eso modificaba notablemente el paisaje con el agua como fondo. En una cuadra flores, en la otra una iglesia, y en la siguiente un bar. Todas diferentes, pero con los canales como denominador común.

La Estación Central de Ámsterdam, el principal punto de arribo a la ciudad. Foto: Martín Bugliavaz.

Siguiendo ese trayecto, descubrimos otros aspectos de la ciudad que van más allá de lo estético. En cada calle recorrida, fue muy difícil ver un auto y, en contraposición, centenas de bicicletas. Ese es el medio que los residentes usan para trasladarse —junto con el tranvía—, y los visitantes son incentivados a imitarlos con el alquiler de las bicis. De esa forma, Ámsterdam está casi libre de contaminación, ya que a pesar de que hay autos, la mayoría de ellos son eléctricos e incluso pueden ser recargados en la vía pública.

Llegada la noche, el panorama es otro. Allí, el principal protagonismo se lo lleva el Barrio Rojo, con cientos de prostitutas ofreciendo sus servicios a los transeúntes. “¿Querés divertirte?”, dicen en un inglés a veces rústico y a veces perfecto, asomando por las puertas de sus locales y luciendo provocativamente su lencería de encaje. Pero eso no es todo, sino que las luces rojas que iluminan los canales provienen de lugares que no paran de recibir gente en toda la noche: los pubs y los coffee shops. En los primeros, se disfruta de la cerveza holandesa; en los segundos, se consumen drogas legalmente.

Ámsterdam resultó no ser una ciudad, sino dos en una. No se puede visitar una parte o la otra, sino que, para vivir la experiencia completa, hay que ir a las dos. Es necesario pasar por el día y por la noche, y estar cubierto por la claridad del cielo o por lo rojo del neón.

Imagen destacada: Martín Bugliavaz.

Periodista y escritor. Me gusta contar historias.

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